LA HISTORIA ES UNA CARICATURA
En países burlescos, como Colombia, la historia se repite cíclica e inexorable. A veces, la única
manera de sobrevivir es mediante la ironía y la sátira propias de la caricatura. En esta columna
recordamos caricaturas antiguas que siguen vigentes y que, como nuestro país, a veces dan más
amarguras que sonrisas.
Me han convencido de la intervención militar de Estados Unidos en Venezuela. Estuve mirando los noticieros nacionales e internacionales y me asombré ante las innumerables canalladas del dictador de buseta Nicolás Maduro, la falta de comida y hasta de papel higiénico. Afortunadamente, ya las Islas Salomón, la asociación de odontólogos de Ansermanuevo y el preparador físico de la Selección Rumania reconocieron al mesías Guaidó como nuevo presidente, y pude ver innumerables entrevistas a su tía abuela, a un amigo de infancia y a un lustrabotas al que le regaló un cigarrillo en 1996.
Tras tanta tragedia televisiva, espero que los nobles gringos hagan el favor de invadir Venezuela para salvarlos del comunismo, preferiblemente desde un país genuflexo que les permita bases militares donde los soldados puedan violar niñas y vender videos pornográficos con total impunidad.
Me alegré de que Colombia no se hubiera convertido en Venezuela. En Colombia no hay hambre, protestas ni violencia, como en ese país; si hubiera, los noticieros lo mostrarían. Por eso, supongo que los niños de La Guajira comen bien, que el río Cauca está lleno de vida, que no hay líderes sociales asesinados y que ningún escándalo de corrupción ha llegado al gobierno. No debe haber nada de eso, porque los periodistas están hablando de la urgente necesidad de rescatar Venezuela por la fuerza. Todos esos profesionales me mostraron la pureza de espíritu de Estados Unidos, que desinteresadamente sus fuerzas militares para brindar ayuda humanitaria.
Supongo que Honduras o Haití ya no tienen problemas de miseria, pues si los tuvieran estarían recibiendo esa misma ayuda. Desde luego, no debemos olvidar que, como lo dicen repetidamente las noticias, Maduro es un dictador cruel y antidemocrático que debe ser derrocado por la justicia norteamericana, no como Videla o Pinochet, justos prohombres que recibieron la bendición yanqui.
Por si no es evidente, todo lo escrito ha sido sarcasmo. Aunque no dudo que algún heredero de Laureano Gómez esté mandando a enmarcar mi columna sin terminarla de leer. Un poco más en serio; si nos sacudimos de las imágenes de los noticieros, recordaremos que el interés “humanitario” y “democrático” de USA por Venezuela no son los derechos humanos ni el sufragio universal, sino uno más simple y, literalmente, oscuro: el petróleo y su riqueza mineral.
Por eso invadieron Irak y Siria, y por eso, con la arrodillada ayuda de Colombia existe la posibilidad de invadir Venezuela, con todas las atroces consecuencias que eso traería para la región. Pero esto no se puede hacer sin el mínimo apoyo de la opinión pública, de ahí que los noticieros, que pertenecen a los gremios, dueños de los países que son el patio de atrás de Estados Unidos, nos bombardeen todo el tiempo con el caos venezolano y la imperiosa necesidad de intervención norteamericana. Matan dos pájaros de un solo tiro, pues no sólo justifican la guerra, sino que ocultan la corrupción local.
Estos medios de comunicación comprados y acomodados han existido siempre. Pepe Gómez, hermano de Laureano, vio en 1927, durante la presidencia de Miguel Abadía Méndez, la política invasiva y colonialista de Estados Unidos con respecto al petróleo colombiano y el silencio de los periódicos, acallados con publicidad, dádivas y hasta sobornos gringos; y lo denunció en una caricatura firmada con el seudónimo Roa. En la grafía, vemos al Tío Sam alimentando con oro yanqui a una niña afro que representa a la prensa petrolera, cuyos gritos son acallados con el delicioso alimento.
Esperemos que no haya guerra con Venezuela, menos desde este país hermano; esperemos que los gringos dejen de invadir países por petróleo, ingenuo deseo; y, sobre todo, esperemos que los periodistas no se dejen comprar por el oro del yanqui, la pauta publicitaria del magnate o la dádiva del politicastro de turno, y tengamos un verdadero cuarto poder responsable y vigilante.