Columnista:
Gustavo Malagón
El 7 de agosto de 2022 se realizó la posesión oficial de Gustavo Petro como presidente de la República de Colombia, evento que tuvo una masiva asistencia no solo de importantes representantes de las principales instituciones del país, sino también de reconocidos líderes de otras naciones, así como de varios sectores del pueblo colombiano que vieron en el discurso de los “nadie” un elemento de transformación y cambio.
En este solemne, además de costoso, acto de posesión, el nuevo mandatario nacional dio un extenso discurso en el que agrupaba todos los elementos en los que Colombia requiere reformarse.
Ambiente, paz, región, trabajo digno, acceso a oportunidades, respeto a las libertades, no persecución, derecho a la oposición, entre varios puntos más, fueron parte del contenido estructural de un discurso que, si bien aterrizó en las principales problemáticas del país, no dejó de ser muy ambicioso. Quizás, «de eso tan bueno no dan tanto».
Los colombianos, cuando se trata de nuestras ilusiones y realidades, no olvidamos. Este discurso, en especial, enmarcó una zona de promesas que, de no cumplirse, terminarán enfrascándose en la tradición de cada cuatrienio en la que el electorado solo fue medio para el fin, y no el fin como se proclama.
La Colombia que recibe Gustavo Petro no es la misma que dijo Iván Duque que dejaba, pues si bien la economía colombiana fue la de mayor crecimiento en la región (en mayo llegamos a un crecimiento del 15,6 % y el FMI proyecta un crecimiento al cierre del 2022 del 6,3 %, es decir, 3pp por encima del 3 % que se proyecta en la región), actualmente sorteamos con una inflación de dos dígitos que parece ser inmune a las decisiones del Emisor en sus tasas de intervención, la cual ya se ubica en el 9 % y que coincide con una devaluación del peso colombiano sin precedentes. Este comportamiento de los precios no es un efecto aislado de la economía mundial, pues mantiene los mismos ritmos de otros países, pero sí genera choques internos que se transfieren a los hogares más pobres.
Así mismo, existen otros indicadores que no dan un buen diagnóstico de la situación del país, como el desempleo; la población ocupada de mayo a junio tuvo una caída del 1,15 % que directamente influyó en el crecimiento de esta variable; además de otros elementos como la regresión parcial de la pobreza compensada por los resultados de las áreas no urbanas, sumado a un debilitamiento en la percepción de seguridad, un incremento en los homicidios en el año 2021 frente al 2020, así como la situación migratoria sin resolver de muchos venezolanos, un sistema de salud en detrimento, un panorama fiscal sustentado en la evasión y no progresividad, entre otros factores, que reducen los resultados del crecimiento económico a una realidad distinta.
El reto es grande para este nuevo Gobierno que tiene un discurso reformista y que sigue aportando a la incertidumbre por algunos silencios en materia económica y política, pero que, además, le apuesta a un Estado más presente no solo en lo social y ambiental, sino también en lo económico, en este último limitando las dinámicas con las que se autorregula el mercado y afectando, en cierta forma, los resultados de productividad esperados.
Esperemos que estos cuatro años sean suficientes para todo lo que se prometió no solo en campaña, sino que además se ratificó en el discurso de posesión, y que el actual presidente disponga no solo de intenciones, sino de capacidades que le permitan gestionar eficientemente el país. No necesitamos promesas, sino acciones, pues ya mucho se ha hablado y poco se ha hecho.