Yo te juzgo

Se ufanan de su condición de mayorías como si eso les otorgase el derecho a aplastar a quienes disentimos de su antojadiza moralidad.

Opina - Sociedad

2017-11-09

Yo te juzgo

Cada vez que se presenta un hecho relevante a la población con orientaciones sexuales e identidades de género no normativas – usualmente denominada con el eufemismo de «comunidad LGBTI»- emerge rauda e incontenible desde las tribunas de opinión una masa iracunda. Ni bien se ha terminado de publicar la noticia referente a su demanda de acceso en condiciones de equidad a derechos civiles que otros disfrutan, cuando los autoproclamados «defensores de la moral y las buenas costumbres» están inquinando, agrediendo, insultando.

A la mano, el compendio de pasajes bíblicos que censuran las relaciones homosexuales. Exhibiéndolos, creen estar indudablemente del lado de la verdad. Ellos, los buenos.  Nosotros: los diferentes,  los pecadores, los malos. Como novela barata. Tienen la necesidad incurable de señalar, corregir y perseguir. Se creen redentores de vidas ajenas apelando a «todas las formas de lucha»: groserías del peor calibre y deseo de desgracias que adornan con su mantra de «cristo te ama». La gracia de dios es versátil.

Sostienen que aquellos que diferimos a identificarnos con el género asignado socialmente al sexo de nacimiento -y también las parejas homosexuales- «vamos contra la naturaleza». Viniendo de quienes se aferran a un sistema de creencias que contempla serpientes parlantes, resurrecciones de entre los muertos y piedras convertidas en panes, eso suena risible. Pero en cualquier caso, desconocen que la homosexualidad se encuentra presente en más de 145 especies y en algunas otras está documentado que se surten cambios de sexo.

Lo que hagamos ver como «natural» es bueno y deseable. La vieja falacia naturalista que siempre les rinde réditos, en realidad es parte de su afán por hacer funcionales las relaciones de pareja al control del patriarcado. Varón y hembra deben juntarse y reproducirse. El paradigma familista que subyuga vidas, obligando a muchos hombres y mujeres a juntarse con alguien que no aman, por sellar una alianza de clanes, por no ser rotulado de «solterón» u homosexual.  Conveniencia y matrimonio son dos palabras que se suelen llevar bien.

La familia como núcleo básico de la sociedad tradicionalmente está dirigida por el pater familias y los roles de género que confinan a la mujer a la esfera privada, a ser un apéndice del hombre: a dotarle y criar su descendencia. Esa misma que tanto preocupa a quienes quieren imponer la biblia como ley suprema de la vida social. No les importa que el mundo esté saturado de gente, que en 15 años 8000 millones de personas pueblen éste planeta con cada vez menor capacidad de regeneración y suministro de recursos.  El dogma no entiende de razones.

Se ufanan de su condición de mayorías como si eso les otorgase el derecho a aplastar a quienes disentimos de su antojadiza moralidad.

Moralidad impuesta por la hegemonía blanca, cristiana y heterosexual que pretende imbuir de sucias e indeseables a otras culturas y sexualidades. «Excremental». «Asqueroso». «Grotesco». Una fábrica de imaginarios que transmitidos desde la niñez se naturalizan al punto de asumir como legítima la violencia contra quien personifique esas identidades y comportamientos estigmatizados.

Cuando alguien osa rebatir sus argumentos, esgrimen que «éste es un país libre» y que «los homofóbicos también tenemos derecho a expresarnos». Es cierto, aunque el papel de víctimas no les queda nada bien. No pocas veces pasan de la diarrea verbal a la agresión física. Los que no crean en la religión predominante ni en el arraigo cultural que criminaliza a las minorías también deberían tener ese derecho. Y  de pedir sea éste un país verdaderamente libre, laico y que toda influencia clerical en el Estado sea desmontada.

 

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Natalia Salas Herrera
Economista y Magíster en Políticas Públicas. Mujer trans. @nata_salasx