Yo no soy Yuliana

Opina - Sociedad

2016-12-08

Yo no soy Yuliana

Cuando le dije a mi hermana (mamá de mi sobrino de 4 años), que no estaba de acuerdo con la cadena perpetua para un violador y asesino de niños, ella sorprendida me preguntó: «¿Usted qué haría si tuviera a ese hijueputa de frente?» Esa pregunta no tardaría en contestarse por las decenas de personas que ayer se agolpaban a las afueras de la Clínica Navarra de Bogotá, quienes gritaban toda clase de arengas y palabras de profundo repudio en contra del responsable de haber secuestrado, torturado, violado y asesinado a Yuliana Samboni. Esas personas habrían dado la respuesta que mi hermana hubiera querido oír, por supuesto. Y no muy lejos de ellos, estoy casi segura de que si no me detengo a pensarlo mucho, yo también me enardecería y clamaría por el ojo por ojo y diente por diente.

No muy lejos de mí y de la horda “solidaria” que clama justicia, también estaba Cristina Plazas, directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), quien fue de las primeras personas de la institucionalidad en salir a tomarse la vocería del “pueblo”. Ella dijo ─con un natural tono de rabia y angustia─, que “Colombia entera pide a gritos la cadena perpetua para estos violadores de niños”.

Yo comprendo su euforia, en calidad de lo que representa, y como mujer, y madre ─si lo fuera─; además, comparto su ansiedad, y creo que no necesito ser madre para que algo dentro de mí me diga que lo que le pasó a Yuliana fue aterrador e incomprensible (por decir lo menos).

Un hecho como estos condena a una familia, a la sociedad, a un país completo a la desgracia, a la negación misma de la humanidad; y no es para menos cada sentimiento de rechazo, de repudio, de terrible indignación ante tamaño crimen.

Con todo eso, no creo que la “solidaridad” a la que convocan los grandes medios de comunicación junto con las mismas instituciones y las redes sociales, radique en llamar al congreso a que tramite una ley para dar cadena perpetua a violadores de niños y niñas.

De la solidaridad tampoco habla muy bien esa hipócrita televisión nacional, que explota y publicita el hecho como si se tratara de un reality show. Es vulgar y vergonzoso frente al dolor de una familia que vive lo invivible: Eso también debería ser punible.

Por eso y por más, es imposible evitar hacerse preguntas: ¿Es la cadena perpetua una pena ejemplarizante? ¿Ejemplarizante para quiénes?: ¿Para el condenado que no verá de nuevo la luz del sol, o para que quienes estén afuera y piensen violar a un niño no se atrevan a hacerlo, o ejemplarizante porque las violaciones se reducirán a cero?

¿Por qué no convertimos esos hashtags de #YoSoyYuliana o #TodosSomosYuliana en una campaña a largo plazo donde les enseñemos a nuestros niños y niñas, a los jóvenes, a los padres, a los maestros, a los cuidadores a protegerse, a detectar comportamientos hostiles y amenazantes en sus barrios, sus colegios, sus casas?

¿Por qué no utilizar esos sentimientos enardecidos y hacerlos viralzar en una campaña educativa, en lugar de que se conviertan en una triste tendencia que pasará al olvido en unos días? ¿Por qué mejor no #HablemosDeFrente con los niños, les explicamos lo qué es la violencia y cómo se ejerce, cómo denunciar, dónde denunciar, cómo solidarizarse con otros niños en posible peligro?

Todo eso garantizando espacios libres de estigmatizaciones y de imaginarios religiosos, ofreciendo siempre información y lenguaje claro a través del cine, los libros, los mimos, la danza, para que los niños pregunten sin vergüenza, sin miedo, y de paso que estén rodeados de amor, de comprensión, de seguridad psicológica y física.

¿Por qué los medios de comunicación no remplazan sus titulares escalofriantes y fatalistas por espacios que pedagogos, cuidadores, padres de familia y los propios niños puedan usar para hablar sobre educación sexual, educación sentimental, de sus cuerpos como el principal territorio de paz? ¿Podrían los medios reunir el talento para lograr que estos contenidos sean divertidos, inteligentes y logren conectar al público?

¿Por qué no tratamos de entender que movilizarse no necesariamente implica linchar a un asesino, sino que significa formar tempranamente los valores cívicos y éticos de los ciudadanos? ¿Por qué mejor no salimos a linchar a las máximas dadoras de justicia de este país, que la imparten de manera parcial, desigual y corrupta? ¿Por qué no, una vez manifestemos esa inconformidad, nos adiestramos en hacer control político a aquellos organismos o instituciones encargadas de estos delitos para que hagan un trabajo con celeridad, garantía y equidad?

¿Por qué no dejamos de naturalizar el hecho de que se sexualice exageradamente a la mujer en la industria publicitaria y que ello le dé poder a los hombres y a la sociedad de consumo para verlas como objetos del deseo, a quienes hay que poseer a como de lugar? ¿Por qué no entendemos que los niños y las niñas necesitan ser protegidos a través de acciones reales y no abstractas ni temporales como los hashtags, o gritos de condena?

¿Por qué en lugar de pedir a gritos cadena perpetua, no construimos como sociedad un manifiesto nacional contra la violencia sexual de niños, niñas, hombres y mujeres, para así derivarse en acciones educativas de prevención y promoción sin desfallecer en el tiempo?

¿Un manifiesto con la misma creatividad, la misma constancia, el mismo sentimiento efusivo que circula hoy en redes, y que parece ser una llama que se apaga junto con las luces de las cámaras de televisión? ¿Un manifiesto vivo y latente que circule por nuestros cuerpos y nuestras mentes en las escuelas, las universidades, los parques, El Congreso, los templos religiosos, los hospitales, las bibliotecas y que no se archive con el último titular escandaloso de las noticias?

Pese a que somos un país que sigue abriendo heridas, cada vez más profundas, dañinas e inexplicables, no necesitamos la cadena perpetua para salvar a nuestros niños. Necesitamos comprender que al interior de nuestras casas están creciendo personas que necesitan amor y protección, pero que además necesitan que les demos herramientas de valor para enfrentar el mundo.

Necesitamos armarlos de valentía, de una fuerte y sana autoestima, de seguridad y amor propio y, sobre todo, es nuestra obligación no seguir transmitiendo estereotipos de género. Dejemos de clasificar acciones y pensamientos dentro de lo femenino y lo masculino. Esa es la escuela de la violencia sexual de género.

Ya basta de hacerle creer a los niños que tienen que portarse como “varones”, si eso significa inculcarles superioridad en razón de su sexo; y basta que las niñas sigan recibiendo mensajes, directos o indirectos, de que nuestro valor radica en el cuerpo, en la forma de las tetas, las nalgas, la nariz y la ropa que usamos para salir. No, no puede ser ese el mensaje. Nuestra existencia no puede girar entorno al deseo y la conquista masculina. Declaremos cadena perpetua a esa educación dañina y profundamente promotora de la violencia sexual.

En Colombia, 21 niñas entre 10 y 14 años son abusadas diariamente; unas 2011 niñas entre 0 y 4 años fueron violadas en 2015; cada 13 minutos agreden a una mujer, y cada 30 minutos violan a una. (1)

Foto Semana.com

Las cifras me dejan muda, y deberían servirle a muchos que creen que quienes reprochamos crímenes contra niñas, no lo hacemos en igual grado con los niños. O que los unos los consideramos más graves que los otros en razón del sexo. Falso. Lo que sí es un hecho es que la balanza se sigue inclinando indiscriminadamente al lado de mujeres y niñas en Latinoamérica.

Nos están matando. No es una pataleta del feminismo. Es grave y es creciente. Y seríamos definitivamente cortos de entendimiento si creemos, como la senadora Maritza Martínez, quien se propuso radicar un proyecto de ley que permita la castración química para violadores y asesinos de mujeres y niños, que la delincuencia está creciendo cada día porque el congreso no aprueba este tipo de propuestas. Otra servidora que no ha comprendido hacia donde va el agua al molino.

 

  1. Fuente: La Pulla, del Espectador, en su última entrada “Ser mujer en América latina es una delicia”.
Catalina Vélez Velasco
Comunicadora, tía soltera y fetichista de libros.