El lector debe estar agobiado, “mamado» de leer cuanta insidiosa, cautivadora o engreída columna se publique sobre lo que pasó “ayer” en Colombia. Pero es que, quizá ese “ayer”, como hacía mucho no sucedía, o como jamás pudo haber acontecido, sacudió, dividió, extasió y “purgó” al país fulminante y escandalosamente. Seguro “Purgó” es el apelativo indicado para definir la sensación de muchos que «se fueron para atrás” cuando escucharon el atronador ruido, no solo de los imponentes y desafiantes aviones de la Fuerza Aérea sobrevolando la hermosa pantomima que desde la esplendorosa Cartagena encomió la firma del “Acuerdo de Paz”, sino del triunfo inesperado y merecido seguramente del “NO” (resalto que voté SÍ) en las urnas aderezadas con la folclórica, tendenciosa y sugestiva pregunta que aglutinó a millones de colombianos aquel domingo, día del Plebiscito y su sucesivo “Big- Bang”.
Y ni hablar del ensordecedor efecto que produjo el nombramiento, el título, mejor, de Santos como “Nobel de Paz” (“no me joda”, aún no me creo ese desatino). Ayer, llegaron noticias tras noticias como barcazas encendidas a nuestros puertos, que avivaron la llama de la polarización, del frenesí, la euforia, el nacionalismo y ante todo, la confusión de un estupefacto pueblo que inmerso en una vorágine de orgías radiales, estallidos de prensa y orgasmos televisivos, no hallaba qué pensar, cómo reaccionar, ni para dónde coger.
Ayer se refundó esta patria doliente, perdón, se “refundió” quise decir; y como nunca, se acostó perturbada, confusa, extasiada a su vez.
Ayer, se ensillaron las benditas bestias antes de montarlas. Típico en este gobierno “pizpireto” y nada aclamado, de cuyo instinto de supervivencia, la improvisación que lleva enquistada en el ADN desempeña un papel crucial. Esa rápida pero no menos fastuosa ceremonia rimbombante de la firma del “Acuerdo de Paz” en la siempre bella Heroica, se tiznó de hollín con el triunfo apretado pero no menos extraordinario del NO en las urnas. Juan Manuel Santos, quien se ufanó en medio de una campaña voraz y pomposa (muy emperifollada y algo “morbosa” incluso, como las que ya le conocemos y bolera seguramente en más de un matiz), como el más vanidoso pavo real, afirmó que si ganaba el NO, dimitiría a la primera magistratura de la nación; salió de la contienda como un gallinazo desplumado, absorto y vencido. El “pacifista consagrado” y ufano “patricio inglés”, no hallaba la puerta trasera por donde salir, como si fuera el más apabullado menesteroso.
El orgulloso triunfo del NO fue una bomba que sacudió “ayer” al país y que aún hoy, lo tiene temblando. Sabrá dios por cuánto tiempo más sus réplicas no van a cesar. En mi criterio, el NO ganó con suficiencia, con garbo y reconocidos méritos. Voté SÍ, pero absorto en un principio, respeté desde el primer segundo el resultado.
Y no dejo de predicar todo mi respeto por aquel votante del NO que lejos de maniqueísmos, odiosos fanatismos mesiánicos, politiqueros e influencia rastreras, votó a conciencia y libremente. Razones suficientes así como las tuvimos quienes votamos SÍ, tuvieron también los del NO para votar como lo hicieron. Razones tangibles, palpables. Para mí, respetables. Y cargarles ese “INRI” de amigos de la guerra, no es más que una consternada, rancia y urticante salida exasperada de quienes no saben perder.
Finalmente, el ayer dejó otra sorpresa de tamañas dimensiones para el lomo resquebrajado del ciudadano absorbido y golpeado por este teatro de cosas macondianas y extravagancias bifurcadas a punto de estrangular; El Nobel, para muchos, inmerecido, para otros no tanto, de Santos.
Por cuestiones de espacio precioso y respeto con el lector, me limitaré a afirmar que, el esfuerzo de muchos por transar con las FARC y hallar el camino para que cesen los pueblos arrasados, los diabólicos secuestros y cuanta abominable consecuencia han dejado esta inmunda y ruin guerra, sus gallardas y resistentes víctimas y demás, sí merecían tan orgulloso galardón. No un político tan denostado y vesicante como Juan Manuel Santos.
Ojalá, sin embargo, de algo sirva para allanar ese camino hacia la codiciada paz, la opulencia e importancia del tan cacareado título de Nobel del Paz. Y no vaya a asfixiar, ni vaya a malograrlo nuestro asiduo presidente.
Publicado el: 11 Oct de 2016