Y todavía algunos colombianos nos seguimos preguntando: ¿Dónde está la franja amarilla?

«No entiendo con el país que ustedes tienen, con el talento de sus gentes… ¿Por qué se ve tan acorralado por la crisis social? ¿Por qué hay allí tanta injusticia, tanta inequidad, tanta impunidad? ¿Cuál es la causa de todo esto?».

Opina - Política

2019-07-19

Y todavía algunos colombianos nos seguimos preguntando: ¿Dónde está la franja amarilla?

A propósito de un año más de la conmemoración nacional del grito de «independencia» del 20 de julio de 1810.

….Y hay una pregunta que nos está haciendo la historia: ahora que el rojo y el azul han dejado de ser un camino, ¿Dónde está la franja amarilla?

Con la anterior interrogante, el renombrado y destacado escritor colombiano, William Ospina daba por terminado su libro llamado; ¿Dónde está la franja amarilla? (1997), una obra que está ad portas de cumplir 25 años desde su primera edición en abril de 1997, publicado por el ya casi desaparecido grupo editorial Norma.

Esta obra se ha convertido en un verdadero clásico obligado de lectura, para evidenciar y reconocer de primera mano una radiografía y diagnóstico de una Colombia que, históricamente y, sin llegar a exagerar, y a pesar del paso del tiempo, infortunadamente sigue casi exactamente igual.

No se puede dudar que ¿Dónde está la franja amarilla? Pasó de mano en mano, de trasnochada en trasnochada, de profesor en profesor, de debate en debate de cientos de interesados en el país del Desbarrancadero (2001), ese que relataba también muy bien Vallejo, o ese que ilustra muy elocuentemente Matador.

Hace 22 años, Ospina hizo el libro con un llamado urgente: la reflexión, esa que de seguro va acompañada de la autocrítica, necesarias en un país como Colombia y de las que en ese tiempo el mismo país carecía y, que sin lugar a dudas, todavía le hacen falta. Porque, como repetí anteriormente, infortunadamente Colombia sigue exactamente igual.

Pareciera que los años que han pasado no son más que una simple cosquilla para la historia de un país que sigue prácticamente sumido en lastres y adefesios que siguen carcomiendo la poca democracia y ese Estado y sociedad en construcción, como lo argüía el mismo Ospina.

¿Dónde está la franja amarilla? Es una obra de ensayo, de más de 150 páginas que nacía según lo relataba el autor, de una pregunta de asombrada perspectiva de un extranjero, que decía:

«No entiendo con el país que ustedes tienen, con el talento de sus gentes… ¿Por qué se ve tan acorralado por la crisis social? ¿Por qué vive  una situación de violencia creciente tan dramática? ¿Por qué hay allí tanta injusticia, tanta inequidad, tanta impunidad? ¿Cuál es la causa de todo esto?»

Con lo anterior Ospina trataba de contestar en este libro a tan compleja pregunta, sobre todo buscando las causas de esos problemas que, al día de hoy y masoquistamente, siguen haciendo de las suyas en el país corrupto, violento, perezoso, oportunista, entre otros, como muy bien en ese tiempo lo describía elocuentemente también el autor de: El país de la canela (2008) y de la más reciente obra: Guayacanal (2019).

Muchos se estará preguntando: ¿por qué afirmo que, en relación a la obra citada, Colombia sigue igual? Primero que todo, para cuestionar tal tesis, todos y cada uno de los que leen esta humilde columna debieron haber leído en su momento esta obra, ya que es mejor construir juicios y por ende opiniones preferiblemente a posteriori de, y no antes de, puesto que es precisamente lo que más necesita el país, la prudencia que, como siempre he creído, nos falta a la mayoría de nosotros los colombianos.

Precisando lo anterior, ahora sí puedo responder la pregunta previamente planteada. Colombia es un país que según relataba Ospina:

“(…) era una sociedad incapaz de trazarse un destino propio, que negaba y vulneraba los derechos y el reconocimiento de su propia cultura emanada de sus minorías (Pg. 12); o que el Estado en Colombia era simplemente un instrumento para permitir que una estrecha franja de poderosos sea dueña del país (….) donde ese Estado no era más que un núcleo absolutamente impopular, señorial, opresivo y mezquino con su pueblo (Pg. 16); o el Estado no invierte sino que malversa fondos, malgasta y roba (Pg. 19).

Esos anteriores ejemplos y, otros que este ponía a consideración de la opinión pública, son esa pequeña pero loable muestra y prueba de eso que hoy, anacrónicamente, sigue siendo Colombia, eso sí con nuevos personajes y pseudocambios, pero igual de injusta, mezquina, corrupta, desigual e intolerante como esta obra cronológicamente nos lo relataba.

¿Qué evaluación usted como colombiano puede hacer de su país? Cuando sabe que es el tercero más desigual del mundo, según el índice de Gini del Banco Mundial; cuando en lo que ha corrido desde que se firmó el proceso de paz han asesinado, sin ninguna muestra de justicia y alarma del Gobierno de turno, a más de 837 líderes sociales según Indepaz; cuando observa que el desempleo está en alrededor del 10% según el Dane; cuando evidencia sin llegar a inmutarse que Colombia sigue eligiendo a la misma clase corrupta causante de nuestros pasadas, presentes y posibles futuras frustraciones como pueblo; cuando descarada y precisamente a esos corruptos se les trata con privilegios y como mártires perseguidos de la justicia, sabiendo que los hechos y las pruebas demuestran lo contrario; en fin, tardaría esta vida y la otra mostrando los obvios y bien conocidos argumentos para defender mi posición en esta columna de opinión.

¿Cuándo podremos como pueblo trasformar esa vergonzante historia que nos sigue persiguiendo descaradamente y que sigue chupando, cual garrapata, la sangre de la poca esperanza, democracia y ciudadanías libres que nos quedan?

Lo único que sí sé y, lo que me seguiré preguntando, así como se lo preguntaba William Ospina hace ya casi 25 años es, ¿Dónde está la franja amarilla?

 

“Hemos hecho del más privilegiado territorio del continente una desoladora pesadilla”´

William Ospina – abril de 1997.

 

Ilustración cortesía de: Patan Cartoon

 

 

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Fabián Andrés Fonseca Castillo
Soy orgullosamente docente, amante de la justicia e instigador al cambio. Deseo un país educado, lector y pensante. Si amar y escribir son diferentes, para mí son exactamente lo mismo.