Quizá uno de los imaginarios que nos ha dejado una larga tradición de la violencia en nuestro país es creer que todo se puede conseguir en un abrir y cerrar de ojos. El poder del dinero, de las armas y la influencia de contactos han hecho creer a más de uno que las metas y los objetivos se cumplen de un día para otro si se tienen las herramientas mencionadas anteriormente. Lo malo es que para la mayoría de nosotros se debe tener ahorros, paciencia y disciplina para lograr lo que queremos.
El problema de la inmediatez nos ha llevado a caer en errores fatales, nos ha llevado a repetir sucesos trágicos en nuestra historia. Nos hizo olvidar, definitivamente, de que una de las soluciones de este país requieren de tiempo y de mucho tacto: con esto hago referencia a la educación y a su papel de salvar una sociedad degradada.
Dejamos que desapareciera la cátedra de civismo y urbanidad; dejamos que la historia del conflicto no fuera narrada en los colegios; permitimos que la educación fuera un privilegio y no un derecho para todos; permitimos que muchas generaciones olvidaran lo que era respetar por naturaleza y no por obligación las leyes y señales de tránsito; dejamos que los jóvenes llegaran a ser parte de la generación adulta sin conocer las causas y las consecuencias de un conflicto armado interno. Dejamos que los años pasaran y la calidad de la educación se fuera por el barranco junto con las esperanzas de muchos niños y adolescentes de poder comprar un cuaderno, un libro y un esfero para poder asistir a un salón de clases.
Y ahora, cuando atravesamos una etapa de posconflicto, cuando sabemos que vivimos en una sociedad de transición, hemos caído en cuenta de la importancia de volver a invertir en educación para crear generaciones libres de guerras y desigualdades. Hemos entendido que el progreso de la nación ya no está en dejar el dinero en las armas sino en dejarlo para las aulas, para los libros, para los útiles escolares que esperan ser herramientas de aprendizaje y construcción de ideas para miles de niños y jóvenes que le apuestan a una sociedad incluyente, tolerante y educada.
Se va acercando la hora de cambiar el chip, de aceptar que nuestras generaciones aún tienen vacíos educativos que pueden partir de la falta de apoyo del Estado, pero también del mal ejemplo que viene de casa.
Infortunadamente son varios los casos de niños que terminaron repitiendo las malas decisiones de sus padres y convirtieron su tiempo y espacio en un eterno retorno de varios lamentos y falencias en la forma de actuar y de pensar.
Seguramente nos va a costar. Los resultados en educación son a largo plazo y por esa razón es que no le hemos apostado a mejorar los procesos pedagógicos y de investigación en colegios y universidades. Nos cuesta y costará aceptar que Colombia perdió muchos años de ciencia y arte por creer en que todo se podía solucionar a corto plazo, olvidando que se requieren de años, porque así lo quiere el sistema actual, para que una persona se eduque y se forme de manera profesional y pueda ser útil a la sociedad.