Tan solo minutos después del anuncio del presidente Santos, de la sufrida lucha por la terminación del conflicto armado nacional, con voces de júbilo, y rostros esperanzadores, llenos de un extraño regocijo, pero a la vez simulando un espíritu convincente por dicho resultado, no se dieron a esperar los rumores del “pueblo” acerca del devenir político para el país, y… ¡vaya rumores! , los que hay que enfrentar de forma clara, sutil, pero contundente, para contrarrestar los efectos negativos causados por las cadenas de desinformación que flotan como corrientes de agua.
Y es que no resulta nada fácil, para un gobierno que ha sufrido el descrédito nacional e internacional, que ha afrontado los peores escándalos de la historia, a nivel moral y político, sin dejar a un lado la guerra sucia de la oposición, que en su mayoría destilando odio por el triunfo ajeno, sacan a relucir su AlterEgo que deja entrever la esencia de sus almas; cientos de políticos, que han descendido de apellidos de abolengo, que han alcanzado un protagonismo electoral gracias al proselitismo militarizado de su expresidente, pero que no se bajan por un momento de su estatus social, para ver más allá de lo que los aduladores debates legislativos les han mostrado.
El cese definitivo de hostilidades, es quizá el más importante de los propósitos de los acuerdos finales celebrados por las partes en conflicto, tan sólo pensar que en los territorios arropados por la guerra, se esfumará la angustia de escuchar inesperadamente tiroteos, de observar los reflejos de un proyectil en el aire, de poder visitar antiguas zonas de distensión, sin el temor de poder regresar a casa.
Respecto al acuerdo final: está claro que lo acordado hasta ahora apenas reposa en el papel, amanecerá y veremos la materialización de dichos acuerdos en la vida cotidiana, cuando a pesar de nuestra indignación o inconformismo por ver la flexibilidad de un gobierno, con sujetos que ni tuvieron compasión por arremeter violentamente contra civiles que nada tenían que ver en su contienda ideológica, decidimos bajar la guardia, y llamamos al perdón.
Esos civiles… niños, indígenas, afrodescendientes, mujeres, adultos mayores, militares, y hasta los mismos insurgentes, han sido víctimas directas de una lucha de odios que se ha perpetuado hasta la fecha, y son estos los que a título personal, me han impulsado apostarle a una esperanza, y hago énfasis en esta palabra, puesto que también he sentido indignación por la inclemencia de muchos de sus actos, pero siendo consciente de que no hay lugar a insistir a la guerra, prefiero dejarlo al futuro.
Democráticamente hablando, ambas posiciones por la aprobación o no implementación y puesta en marcha del Plebiscito, son legítimas desde el punto de vista constitucional, ambos están en igualdad de condiciones de exponer, sus argumentos para captar votos de sus adeptos, y es aquí donde nace la puja de egos, y la denominó así, porque ha pasado de ser una lucha colectiva, en pro del otro, a convertirse en un tire y afloje entre ellos mismos, el hecho de atacar a alguien por sus convicciones religiosas, su orientación sexual, o su raza, es tan vil, bajo y mezquino como la supuesta alcahuetería que conceden a las FARC, según ellos, y es esta manera de hacer política y de defender nuestra ideas, la que tenemos que erradicar por completo de nuestro lenguaje, los debates pasaron de ser jurídico-políticos a personales, ¿no cree usted que una persona con altura, debate con argumentos respetuosos de la diferencia, en vez de utilizar la cortina de humo creada por el escándalo, y tomar provecho de ello?
Lo único que resta decir es que, examinemos a conciencia nuestra cercanía o no con la Guerra, y que antes de sentar el plumón en el papel, allá en esa urna de cartón, piense por un momento cómo sería su vida, si una mina le hubiese arrebatado una pierna, o si hubiese tenido que migrar del campo a la ciudad por miedo a ser exterminado, o en el peor de los casos, si su familia no tenía de que vivir, y tuvo que empuñar un fusil, porque no tuvo más alternativa en ese Momento.
Tan Fácil que es Hablar, pero tan complejo que es vivirlo.