Autor:
Armando López Upegui
La lucha de clases es un fenómeno histórico y real. No es ningún invento marxista, ni de las fuerzas de izquierda, como ha querido hacerlo creer la retórica fascista. No es algo que se «predique» como un sermón de Semana Santa, ni que se proponga y se estimule. Es un hecho real.
Una de las más claras manifestaciones de la lucha de clases es, precisamente, la negativa que las clases dominantes le dan a los intentos populares de cambiar la correlación de fuerzas socioeconómicas en la dirección del Estado. Es decir, las clases que mandan y gobiernan no le permiten a los dominados que intenten realizar una transformación política que pueda significar una redistribución sustancial del ingreso social: ustedes son libres y pueden tener los partidos alternativos que quieran; pueden incluso participar en las elecciones. Lo que no pueden es ganarlas. Y si las ganan, no pueden llevar a cabo su programa de gobierno.
Así se lo ha hecho saber al presidente electo del Perú, el periódico de derecha El Montonero: «Si Pedro Castillo pretende organizar un momento diferente en la política, entonces debería descartar de plano la asamblea constituyente y presentar otras alternativas». Es decir, si quiere gobernar, hágalo con un programa de gobierno acorde con los intereses de las clases dominantes, pero no intente ser distinto.
De suerte que ahora, por alguna feliz circunstancia, las fuerzas populares y de oposición al régimen tradicional de las clases dominantes alcanzan un grado significativo de unidad y logran acceder al gobierno, los poseedores del capital financiero, del capital comercial, del capital industrial, se confabulan con sus congéneres situados en las grandes potencias económicas externas, para aplicar una fórmula infalible de lo que en derecho internacional se llama retorcimiento del brazo al nuevo gobierno.
El primer paso consiste en drenar el capital del propio país: los poseedores salen desbocados hacia los centros financieros imperiales. Como lo anota el periódico El País del Ecuador desde que Pedro Castillo se perfiló como ganador de las elecciones, cerca de 14 mil millones de dólares han salido del Perú a cuentas que los peruanos están abriendo en los bancos de los EE. UU. El portal peruano, El Montonero, calcula la fuga de capitales en 16 mil millones.
El segundo paso consiste en que, simultáneamente, los grandes medios de comunicación, que son de propiedad de los mismos empresarios y financistas, se encargan de propalar aterradoras noticias acerca de una «inminente» estatización o colectivización de la economía, o la posibilidad inmediata de que será el nuevo régimen quien decida si «los ahorros de toda nuestra vida siguen siendo de nuestra propiedad o pasan a formar parte de un «sistema de propiedad social»».
El tercer paso postula que, generado así el pánico económico no se harán esperar consecuencias como la subida de los precios de la canasta básica que dependen de las importaciones y la parálisis de la economía y las inversiones —obviamente ¿si los inversionistas se llevaron el capital de dónde van a salir nuevas inversiones?—.
El desabastecimiento en algunos renglones del comercio se hace presente, lo cual acentúa el desespero de la inefable pequeña burguesía: el temor y el pánico de las clases medias organizan el clima de polarización y enfrentamiento que atraviesa toda la sociedad.
Agotados estos tres pasos, aparece entonces el «vecino humanitario» que proclamará que se está gestando una tragedia humanitaria como en Venezuela («nos vamos a volver Venezuela», ¿recuerdan?) y organizará un «cerco diplomático» para forzar al gobierno popular a realizar unas elecciones «limpias», al gusto del intervencionista y proclamará que esa sociedad se verá abocada a un dilema ineludible: o se persiste en el mantenimiento de «las libertades políticas y económicas que, mal que bien, han estado vigentes en las últimas décadas o se enrumba en el túnel del autoritarismo y la colectivización de la economía».
El quinto y penúltimo paso se da con el bloqueo y el embargo económico y comercial: los bienes primarios, las exportaciones, las reservas internacionales del país en el exterior, serán objeto de embargo y secuestro por la banca internacional, congelándole así los recursos vitales a la economía del díscolo gobierno, con lo cual verdaderamente se materializará la profecía autocumplida de la crisis humanitaria.
Al sexto y último peldaño se accede cuando aparece el ultimátum imperial: la superpotencia, primero por intermedio de su ministerio de colonias y luego en vivo y en directo, amenaza al gobierno popular con una intervención directa si no se retira y le da paso a los únicos y auténticos portadores de la democracia y la economía de mercado libre. Por las dudas despliega unos cuantos barquitos artillados frente a las costas del pretendiente a soberano, para que sepa lo que le va por la pierna arriba.
Todo indica pues que ahora le toca al Perú sufrir lo que sufrió Cuba, lo que ha sufrido Venezuela, pero también lo que han tenido que sortear regímenes como los de Irán e Irak, en su momento. Las clases capitalistas y dominantes no toleran la soberanía, no toleran la independencia, ni mucho menos los intentos de modificar las condiciones económicas que les garantizan su dominación y poderío. Al hermano país inca lo esperan muchos sinsabores por cuenta de la lucha de las clases dominantes por no perder la totalidad de sus privilegios.
si este sistema fuese la solucion a los problemas humanos porqe cuba en setr\enta años sigue tan mal como esta, venezuela en 20 años solo dolor, rusia en mas de cien años acabo su poblacion, su poderio y sus riquesas: se gasto noventtay ocho mil toneladas de oro. el pproblema de ese sistema es que acaba la inventiva humana, se acaba el plan de vida y el ser humano no tiene alicientes, solo espera que le den, acbar con lo que hay, despilfarro sin desarrollo.