Columnista: Germán Ayala Osorio
La política exterior del actual Gobierno colombiano deviene errática y ambivalente. Mientras que en foros internacionales y en visitas oficiales a países europeos, aportantes al proceso de implementación de lo acordado en La Habana, Duque Márquez dice que va a respetar el tratado de paz, pero al interior del país hace ingentes esfuerzos para “hacer trizas ese maldito papel que llaman el Acuerdo Final”. Y lo viene haciendo de la mano del Centro Democrático (CD), la microempresa electoral (varios la llaman partido) que lidera el senador y expresidente Uribe Vélez, mentor de Duque.
A lo anterior se suma la decisión del presidente Duque de jugar el rol de mandadero de los intereses del Gobierno de Trump en Venezuela. Asumido ese papel, viene de tiempo atrás promoviendo un “cerco diplomático” para erosionar la aparente legitimidad del régimen de Maduro Moros. Cerramiento diplomático cargado de provocaciones en la frontera, mal teñidas de “ayuda humanitaria”.
El episodio del ingreso a territorio colombiano del “presidente interino” de Venezuela, Juan Guaidó, de la mano de paramilitares colombianos que operan en la porosa frontera colombo-venezolana, es un hecho más de las provocaciones del Gobierno de Duque por revivir una especie de “nueva Guerra Fría”, en la que ya no aparece el enfrentamiento entre la vieja URSS y los EE. UU., sino que ya juegan los intereses que en la región vienen consolidando tanto China como la Rusia de Putin.
De esa forma, Iván Duque optó por dedicar gran parte del tiempo que lleva al frente del Estado colombiano, a intervenir en los asuntos internos de Venezuela, dejando los problemas de su país a la inercia institucional y a la parainstitucionalidad que está comprometida, por ejemplo, en el asesinato sistemático de lideresas y líderes sociales, defensores del ambiente y de los DD. HH.
Es decir, nada más conveniente para ocultar el desgobierno, que posicionar la idea de un enemigo internacional.
Al final, lo que Duque busca, siguiendo instrucciones del Pentágono, es revivir la doctrina creada después de los ataques del 11S en territorio norteamericano. Doctrina que usó el término “Eje del Mal” para responder a una “amenaza terrorista” liderada por el “monstruo” que los propios gringos crearon: Osama Bin Laden. Una vez “identificado” el enemigo, Estados Unidos desplegó su fuerza militar, con el respaldo de sus aliados en Europa, a fin de invadir a varios países para apropiarse de su petróleo y de su gas.
Por esa vía, entonces, el presidente colombiano se entretiene con la idea de recrear, con Venezuela y Cuba, una especie de “Eje del Mal” que debe ser enfrentado como un asunto de Estado, dado que compromete la Seguridad Nacional.
A esa errática política exterior del Gobierno de Duque se suma la amenaza de romper relaciones con el Gobierno cubano, si en un plazo de seis meses, no devuelve a Colombia a los negociadores del Ejército de Liberación Nacional (ELN) que hacen presencia en territorio insular.
El pronunciamiento lo hizo recientemente en su visita a los Estados Unidos en diálogo con el periodista Andrés Oppenheimer. Ya en el escenario de la Asamblea de la ONU, nuevamente atacó a Venezuela, esta vez con un dossier en el que incluyó cuatro fotografías que no corresponden a los hechos que señala en el informe, con el que insiste en denunciar al Gobierno de Maduro Moros de proteger a grupos terroristas (ELN y las “nuevas” Farc).
Hay que recordar que los entonces plenipotenciarios del ELN llegaron a La Habana en el contexto de los diálogos de paz que el presidente Duque “heredó” del Gobierno de Santos Calderón, los mismos que se rompieron por dos hechos: uno de carácter político y otro, prepolítico.
El primero alude a la nula voluntad del Gobierno de Duque de mantenerse en la Mesa de Diálogo, siguiendo instrucciones del sector uribista que lo puso en el Solio de Bolívar; y el otro hecho alude al atentado cobarde y criminal contra jóvenes cadetes de la Escuela de Policía General Santander que perpetró el ELN. Y es prepolítico por el objetivo atacado, por las circunstancias en las que se produjo el ataque dinamitero y por la equivocada lectura que el COCE hizo del momento histórico en el que el país celebraba la firma del Acuerdo de Paz con la guerrilla de las Farc.
Muy seguramente el Gobierno cubano no accederá a las pretensiones del presidente Duque. Y lo hará, amparado en el reconocimiento internacional de los protocolos firmados por el Estado colombiano, y respaldados por Noruega, Chile, Venezuela y Cuba, países garantes y acompañantes de aquel intento por llegar a un acuerdo de paz con el ELN.
De manera calculada, en su momento Iván Duque, siguiendo instrucciones de Uribe Vélez, desconoció, en su calidad de jefe de Estado aquellos protocolos, con los que se debía garantizar el regreso a Colombia de los negociadores de esa guerrilla, en caso de que se diera el levantamiento de la Mesa de Diálogo, tal y como sucedió después del atentado dinamitero contra la Escuela de Cadetes de la Policía Nacional.
De esta manera, Duque busca romper relaciones con Cuba, país que venía colaborando con la entrega de becas para que reincorporados de las Farc estudiaran en la isla. La prensa informó en su momento que por los menos 180 excombatientes farianos estudian medicina, gracias al apoyo brindado por el Gobierno cubano al proceso de paz.
Mientras internamente Colombia regresa a los tiempos de la Seguridad Democrática, el Gobierno de Duque enfila baterías contra Venezuela y Cuba.
De esa manera, crea una enorme cortina de humo con la que claramente busca entretenerse, mientras el país y el mundo entero comprende las dimensiones de su incapacidad para guiar a Colombia y, en particular, para asentar la paz en los territorios.
Finalmente, Duque fue puesto en la Casa de Nariño para entorpecer el proceso de implementación del Acuerdo Final II, para deshacer lo hecho por Santos en materia de política exterior y para “jugar” a la guerra con los dos países que componen un “Eje del Mal” que le conviene tanto al uribismo como a los Estados Unidos.