Columnista:
Cesar A. Guapacha Ospina
El Gobierno de Brasil, en cabeza del presidente Jair Bolsonaro, ha manifestado oficialmente que planea vender el equivalente al 15 % de la Amazonia. Un anuncio que más allá de ser claramente polémico y generar rechazo generalizado, esconde una profunda intención de privatizar todo lo que se pueda tranzar en términos económicos. Una mezcla de intereses particulares, desprecio por lo público, egoísmo desbordado y megalomanía asentada; un peligroso coctel molotov con repercusiones a escala global.
Al construir una radiografía del Gobierno de Bolsonaro a fin de entender un poco mejor este tipo de iniciativas, uno empieza a atar algunos cabos: un tipo de extrema derecha, misógino, xenófobo, autoritario y en ocasiones fanático, megalómano y racista. Todo lo contrario de lo que debiera ser un presidente de un país tan importante como Brasil y más aún en el contexto del siglo XXI. No obstante, alguien dijo en algún momento y de manera sabia: «los líderes son reflejos de las sociedades que gobiernan».
Ese reflejo que lo eligió como presidente hace un poco menos de dos años y en los cuales ha estado inmerso en una espiral permanente de controversias a causa de sus posturas. Al margen de su pálida presidencia, el anuncio sobre la Amazonia supone un golpe en la mesa de un selecto grupo económico en la pugna por establecer dicho territorio como centro de operaciones para todo tipo de actividades primarias e incluso secundarias. Desde la cosmovisión mercantil, la Amazonia ha sido un mar de dinero por explorar y explotar, desde la cosmovisión nuestra, un ecosistema estratégico y clave para el futuro de la humanidad y su casi perdida lucha contra el cambio climático.
El anuncio provocó una ola de críticas, en principio, debido a la extensión territorial que se planea vender: un área mayor a la de Chile entraría en la negociación. Es en este punto donde se pueden cuestionar varios aspectos como ¿quiénes están detrás de dichas compras?, ¿por qué el Gobierno de Brasil en vez de invertir en políticas públicas decide enajenar parte de su territorio?, ¿qué pasará con las personas que habitan estas tierras, en especial la cultura autóctona brasilera representada en sus tribus? Con base en estas preguntas trascendentales, pasar a entablar la discusión mayor: ¿garantiza la privatización de la Amazonia su conservación y protección?
Sin duda, una pregunta que levanta tirria entre defensores y detractores debido a las repercusiones que tiene. Por un lado, es cierto que en el siglo XXI el Estado no puede negar el mercado, pero condicionar las competencias del Estado en dirección del mercado como detrimento a sus principios es contraproducente a todas luces, en principio, porque es el este el que debe regular el mercado, no al revés. En este caso, un Gobierno no puede estar por encima del Estado aun cuando las ramas del poder público, sus políticas económicas y la separación de poderes cooperan para que así sea. Al respecto, los economistas han debatido por décadas el dilema entre Estado y mercado y sin ser un experto en el tema y lejos de serlo, considero que la vía de tercerización no es la solución a una responsabilidad estatal. Delegar en terceros privados responsabilidades públicas en todos los niveles es la puerta de entrada a la plutocracia.
El problema no es la propiedad privada o que algunas personas tengan serios intereses en desarrollar sus actividades económicas, el problema es que la potestad que representa la posesión de un predio como derecho no garantiza la destinación de ese terreno para lo que en un principio fue vendido y claramente, las personas que comprarán parte de la Amazonia saben muy bien el porqué de esa compra estratégica. Con la Amazonia en manos de pocos, empezaría el debacle para muchos.
El Amazonas no es una fábrica y Bolsonaro no pueden pretender manejar un país como si fuera una empresa; algo parecido a lo que hace Trump en Estados Unidos o un eventual gobierno de Alejandro Char en Colombia. Son cosmovisiones contrarias a los cargos para los cuales se postulan. Siempre he pensado que la política, la religión y los negocios son incompatibles.