Yo, como muchos colombianos, aún no salgo del efecto desconcertante de los resultados del plebiscito de este domingo 2 de octubre.
En las calles de Medellín se respiraba temor y tristeza, sonaban la pólvora y las balas, como si la celebración del triunfo del No hiciera eco de un suceso siniestro como ha pasado antes en la ciudad.
Pasaban las horas y pese a la derrota del Sí, los distintos sectores del gobierno anunciaban su disposición a seguir construyendo la paz, que de momento parecía habérsenos escapado. Sin ninguna consideración con los sectores más afectados por la guerra, aquellos lugares apartados en el campo donde las comunidades sí han vivido los estragos e impactos aterradores del conflicto, el uribismo se autoproclamó ante el país como el único crítico válido del proceso, lo cual aparte de ser una gran mentira es un irrespeto con todos los colombianos. [1]
Luego de sus declaraciones, y no como piensan muchos, no cabe duda de que la dirigencia del CD no solo leyó los acuerdos sino que los entendió y se opuso a ellos de acuerdo a sus intereses. Entendieron muy bien que el escenario al que los llevaría la jurisdicción especial para la paz, sería nefasto para la imagen de un partido y un sector político tan comprometido con la guerra, como ha sido el uribismo. Fueron ingenuos aquellos que convencidos de las falacias sobre el Acuerdo, como la ideología de género y el peligro comunista, siguieron las orientaciones de esta postura que quiere para ella la impunidad.
Impunidad, la palabra recurrente que usaron para atacar los acuerdos que según ellos estaban colmados de injusticias con las víctimas, pero que hoy reclaman de la mano de los sectores más retardatarios del ejército colombiano, aquellos que han buscado pasar de agache y evitar asumir las responsabilidades en una guerra en la que no solo se persiguió a las FARC EP sino también a las organizaciones sociales y la oposición política de izquierda. Una guerra que justificó el exterminio político y que hoy sin ningún pudor, siguen justificando.
Ha sido muy tímido el Estado al asumir su derrota y muy temerosos la mitad de quienes apostaron por el Sí a los Acuerdos, para defenderlos. Hay demasiado ruido de un sector, el NO, que también fue evidentemente minoritario, correspondiente solo al 18% del potencial electoral.
Deja mucho que desear que Santos haya buscado legitimarse políticamente sin haber aceitado adecuadamente las maquinarias de la unidad nacional, eso deja en evidencia la tradición de gobiernos de tamales, mermeladas y cuotas que han tenido por décadas los colombianos. También es muy desconcertante que este escenario sirva de nuevo como el del 2002, para reencauchar la campaña presidencial en torno al sometimiento militar y la aceptación de la derrota por parte de las FARC, pero lo más preocupante es esa posible ampliación de la amnistía, y es que esto nos lleva a un panorama en el que la reconstrucción de la verdad y sobre todo las garantías de no repetición quedarían aplazadas, pues “tramitar de forma urgente un proyecto de ley que dé alivio judicial a los integrantes de las Fuerzas Armadas comprometidos en procesos e investigaciones en la justicia ordinaria”, lo cual, no es más que un sinónimo de impunidad rampante para los agentes del Estado, tan comprometidos en el exterminio de distintos sectores en el país.
Queda claro que ni Uribe, ni Pastrana, ni Santos, tienen las llaves de la paz de este país, la paz es nuestra, es de todos los colombianos y saldremos a defender lo alcanzado desde la movilización, la denuncia, la lucha callejera y la opinión, para que las zonas más afectadas por el conflicto armado no tengan que someterse a los clamores de la guerra hechos en las grandes ciudades como en Medellín, y que SÍ tengamos una nueva oportunidad en paz sobre la tierra.
[1] https://goo.gl/JyYHLc
Publicada el: 6 Oct de 2016