Columnista:
Julián Bernal Ospina
Con esa tendencia suya tan virtuosa de hacer aquello que critica, el presidente Duque pide que, por favor, no politiqueen con las vacunas. «Políticos de la muerte y del oprobio, déjennos a nosotros, los técnicos, hacer nuestro trabajo», parece salir de sus solicitudes. Sin embargo, cuando fue congresista como puesto a dedo, no hubo un solo acto que no estuviera relacionado con la palabra «politiquear». Por ejemplo, su lucha hipócrita en contra de los impuestos para las bebidas azucaradas, que ya todos sabíamos era parte de una agenda partidista a favor de uno de sus principales aportantes, cuyo nombre conocemos como uno de los más importantes cacaos colombianos.
Después, ya como presidente, el contraste entre la política internacional con el de la nacional sería solo cómico si no fuera tan abrumador. Aquí, con toda clase de artimañas, torpedea el desarrollo de la Jurisdicción Especial para la Paz, y su partido consolida trampas, porque la verdad que surge no les conviene; en cambio, a los ojos de la comunidad internacional, en conferencias de Naciones Unidas, afirma estar garantizando su cumplimiento, y posa de presidente socialdemócrata, ilustrado e independiente.Todos hemos visto, por el contrario, a un presidente maniatado, ignorante de la realidad, con un poder real en entredicho, cuyo interés principal ha sido el de quedar bien con su jefe político y con sus electores.
Un jefe político que, como buen politiquero, solo le interesan los votos. Nos dice esa voz desde el más allá: «¡Ojo con el 2022!». Con ello nos constata, una vez más, la lógica que los une, sin importar los desastres en que han significado vidas acabadas; el sistema de salud en riesgo; la violencia que acecha de nuevo en territorios rurales y apartados como los del Chocó y el Putumayo; el desempleo que arrasa con la juventud en las ciudades; los problemas de salud mental de las familias; las economías informales en ruinas; los conflictos territoriales para los corredores de coca; los incendios de los bosques; los feminicidios. No. Él nos dice que ojo con el 2022, como si Colombia solo le importara como capital electoral.
¿Quién es, entonces, el politiquero? Politiquera esa oposición vacía que lideró durante casi seis años en contra del gobierno de Santos; que solo ponía carteles y alzaba la voz como una jauría de uribistas suelta e iracunda. Vacía porque, mientras estuvo en el poder, las políticas se parecían tanto que eran como un espejo: no hubo, entre Santos y Uribe, una ruptura trascendental en cuanto a sus posturas sobre el sistema político y económico. Parecía dolerles, más bien, que Santos los hubiera traicionado y que se hubiera hecho elegir con sus votos para posar como el adalid de la paz, aunque siempre fue el alfil de la guerra. El Centro Democrático hizo una oposición, no ideológica, sino de reacción política, doliente, vengativa y acomodada. ¿No es esta una prístina forma de politiquear?
El influjo de la política va poniendo las cosas en su lugar. Ahora el presidente está acorralado, con la presión de los alcaldes, de los periodistas e intelectuales y de la oposición a punto de asfixiarlo. Ya no bastan programas de televisión impopulares ni disfraces de policía. Se están deteniendo los días en que el encierro puso los ánimos en calma. Una respuesta sensata ante estas reivindicaciones sería la de dejar a un lado la pantomima tecnocrática –y politiquera– y actuar en consecuencia. Eso significaría dejar de ser el Iván Duque que hemos conocido. Pero los políticos, por orgullo o por falta de gallardía, no están dispuestos a dejar de ser lo que han sido, y prefieren morir siéndolo aunque eso nos cueste el abismo.
Excelente artículo.