Columnista:
Germán Ayala Osorio
La escuela, como institución moderna, guarda dentro de sus tareas y objetivos, enseñar a pensar, a entregar herramientas para un saber hacer y a vivir dentro las reglas de la sociedad, lo que significa que hace parte de las instituciones disciplinantes, creadas para dominar o morigerar la siempre compleja y difícil voluntad de los individuos. Junto a la fábrica y el cuartel, en la escuela naturalizamos las relaciones de poder y de dominación que se viven al interior del núcleo familiar, la primera institución de dominación y de aprendizaje.
Esta columna no gira en torno a la naturaleza de la escuela, pero si lo hace con relación al largo proceso de estigmatización y persecución que desde sucesivos gobiernos y recientemente, desde las huestes uribistas, se viene haciendo de la educación pública y la Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación (Fecode). Al ser asumidas la educación pública y Fecode como centros de adoctrinamiento en los que se inoculan el socialismo, el comunismo y más recientemente, el ideario «castrochavista», los profesores en Colombia terminan amenazados y asesinados por sicarios al servicio del paramilitarismo; en varias ocasiones ,paramilitares y otros grupos violentos han puesto bajo sus miras a profesores y sindicalistas. Varios de ellos han sido asesinados, en virtud de esas actividades de estigmatización y persecución.
Más allá de Fecode, la escuela pública en Colombia tiene una historia de formación académica de calidad, indicador que se vino abajo con la aplicación de las recetas del Consenso de Washington y de manera concomitante, a partir de la captura que del Estado lograrán los sectores de la derecha colombiana más recalcitrante, torpe y retrógrada. Tanto así, que los profesores y los sindicalistas fueron considerados en los tiempos de la Seguridad Democrática, como «amigos del terrorismo o terroristas vestidos de civil», junto a defensores de los derechos humanos.
Bajo las condiciones siempre deseables de la democracia, educar a los niños y jóvenes debe asumirse como una tarea en la que los estudiantes deben aprender a cuestionar su entorno, a los políticos, al poder, al sistema político y al régimen vigente. Y esos propósitos no son—no deben ser—exclusivos de una particular orilla ideológica. Por el contrario, hoy el mundo demanda estudiantes críticos, que confronten las reglas y que intenten desmontar todo aquello que estos consideren como ilegítimo o contrario a sus intereses. Es más, una educación de calidad debe partir del interés de deliberar en torno a la vida misma, a confrontarnos como especie. Y más, en los actuales tiempos, en los que el cambio climático nos muestra a diario, cuántos daños y efectos negativos venimos provocando en Gaia.
Pero no, la derecha retrógrada de Colombia, en la que militan periodistas como Luis Carlos Vélez, quieren que la educación pública sirva para que desde las aulas se aplaudan todas las acciones humanas asociadas al proyecto de la modernidad. El periodista Vélez señaló en su programa radial de la FM, que «la educación en Colombia está secuestrada por la política. Igual pasó en Argentina, Venezuela, Ecuador y Bolivia. Aprender para el desarrollo, no para la doctrina. @Fecode ustedes son parte del problema».
Vamos por partes, como diría Jack. El incorporado periodista desestima y critica los modelos educativos de cuatro países suramericanos, cuyos gobiernos de izquierda o progresistas, hicieron que la educación pública se pusiera al servicio de los más necesitados. Ello, implicó un ejercicio de apertura mental de aquellos millones de ciudadanos que el neoliberalismo y el capitalismo salvaje obligaron a trabajar y a vivir sin una formación académica que les permitiera confrontar sus propias realidades y a los responsables de sus precarias condiciones de vida.
Continúa Vélez su sentencia, con la frase «Aprender para el desarrollo, no para la doctrina». Parece desconocer el periodista que la visión de desarrollo que él defiende hoy, le fue inoculada en su proceso de formación; es decir, que Vélez, como muchos otros defensores a ultranza del desarrollismo imperante, es víctima pasiva de un largo proceso de adoctrinamiento. Quizás por ello, él, desde su tribuna informativa, todos los días juega a ser un agente adoctrinante del capitalismo salvaje y del neoliberalismo.
No se trata de defender o de señalar cuál de los dos sistemas es mejor, si el socialismo o el capitalismo. En particular, destaco de los dos elementos, pero los confronto por igual, porque en sí mismos son formas de dominación que terminan sosteniendo a unas élites parásitas, en detrimento del bienestar de las grandes mayorías.
El objetivo del Centro Democrático, de Uribe y de sus áulicos, entre los que se cuenta Luis Carlos Vélez, es acabar con la educación pública, gratuita y fundada en el pensamiento crítico; a la derecha colombiana no le gusta que los estudiantes sean formados para confrontar a todas las formas de poder, incluyendo, por supuesto, el poder ejercido por profesores y profesoras. Por el contrario, quieren en las aulas a estudiantes sometidos, obedientes y sumisos, para que sirvan a los propósitos del periodismo que periodistas como Vélez y Dávila hacen a diario y por ese camino, sean esos estudiantes incapaces de comprender los efectos negativos que viene dejando la actual apuesta desarrollista dominante, liderada por quienes solo creen en la ganadería extensiva, en la agroindustria para producir «comida para los carros» y en las locomotoras minero-energéticas. Todas las anteriores, actividades antrópicas, implementadas bajo exiguos criterios de sostenibilidad.
Lo curioso de todo es que el mismo periodista en cuestión, viene informando, un tanto asombrado, por los desastres que dejó en Providencia y Santa Catalina el huracán Iota, pero no es capaz de cruzar los efectos negativos que deja el modelo de desarrollo, con la poca o nula preparación de Colombia para afrontar las circunstancias que define el cambio climático. Muy seguramente, se explica esa incapacidad de Vélez porque en su proceso formativo solo «aprendió para el desarrollo» y jamás para confrontar los daños y las acciones de dominación que en Colombia se vienen adelantando en contra de los ecosistemas naturales. Usted, señor Luis Carlos Vélez, como Fecode, también hace parte del problema.