Uno entre muchos

Un relato de la juventud como símbolo y protagonista de la movilización y el cambio en Colombia.

Narra - Sociedad

2019-12-20

Uno entre muchos

Columnista: Julio César Orozco Ospina

 

El jueves 21 de noviembre de 2019 David Ochoa, un joven de 22 años, madrugó más de lo esperado, se arregló en cuanto pudo y salió desde su pueblo natal, Titiribí, Antioquia, rumbo a las concentraciones del Paro Nacional que tendrían lugar ese día, tanto en Medellín como en el resto de las ciudades capitales y municipios del país.

En el camino, se encontró con los inconvenientes propios de una carretera que todo el tiempo se está cayendo a pedazos y que, como tantas otras veces, lo ha hecho llegar tarde a sus clases de comunicación audiovisual, carrera que estudia en el Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid, una de las tres instituciones universitarias de carácter oficial con que cuenta el departamento.

David participó de la marcha y grabó cientos de registros audiovisuales pues, desde que estudia comunicación, carga a donde quiera que vaya con un dispositivo que le permita capturar esa realidad que lo atrae y lo conmueve.

Al final del día regresó a Titiribí, se sentía cansado. El viernes en la tarde y durante el resto del fin de semana, como lo hace sagradamente, debía atender un pequeño bar que tiene en compañía de algunos amigos de la infancia, y que le sirve de sustento para subsidiar su estudio y ayudar en la casa.

Su plan de vida lo tiene claro: no está en las noches de copas y cocteles en el bar, sino en las imágenes, las palabras y los sonidos que mezcla y recrea magistralmente cada vez que emprende un nuevo proyecto.

Atrás han quedado los días en la chirimía municipal donde se convirtió en un experto en la ejecución de la maraca, o su vinculación a los grupos juveniles donde hizo tantos amigos que hoy son como sus hermanos de vida.

Transita entre Titiribí y Medellín como si se tratara de una misma ciudad, interconectada en sus dos extremos por una vía que apenas se está abriendo. Sus prácticas, gustos y costumbres son una hibridación de cuanto oye, ve y vive a diario en su aldea global.

Hace un par de semanas, David presentó una serie de entrevistas para realizar sus prácticas profesionales. Gracias a sus buenas notas, y a la calidad de su portafolio académico, fue seleccionado para ser parte del equipo de comunicaciones de una dependencia de la Gobernación regional. Eso lo pone feliz.

La historia de David, bien puede representar a cualquiera de los más de 12 millones jóvenes con que cuenta Colombia y, sin embargo, quizá él sea un afortunado si pensamos que todavía, para muchos otros jóvenes del país, los derechos no son más que bellas declaraciones puestas en papel.  

 

Algo pasa en el mundo

Si cualquier joven, en algún rincón del país con acceso a internet, abrió y navegó su cuenta de Facebook un día antes del 21N, o sea ese 20 de noviembre, pudo encontrarse con noticias, anuncios y comentarios como los siguientes:

En Noruega, el gélido país escandinavo, se promueve el avistamiento responsable de ballenas; por prohibición del parlamento, los elefantes ya no podrán ser utilizados como vehículos para el transporte de pasajeros en Camboya, un Estado soberano del Sudeste Asiático; el papel periódico reciclable se ha convertido en la mejor alternativa para empacar regalos en época de Navidad; cientos de jóvenes chilenos han perdido un ojo por las recientes protestas, mientras que, en el Amazonas colombiano, el mercurio mata a niños indígenas que consumen peces contaminados.

Y hay más anuncios y comentarios como estos: es importante, dice un reconocido científico internacional, estimular la compasión a nivel cerebral, especialmente entre niños y jóvenes; en medio de marchas y protestas, jóvenes reclaman acción y responsabilidad de otros jóvenes, máxime cuando éstos también viven en la injusticia; cuarenta excombatientes de la extinta guerrilla de las Farc se gradúan como expertos en alta costura, guías turísticos y guardabosques; la cerámica y el movimiento artesanal promueven un mundo con menos plásticos; jóvenes emprendedores hacen de su casa un hotel para viajeros; una instalación artística muestra cómo escribir poesía con luz.

Las noticias que pueden leer los jóvenes diariamente, continúan: Colombia es elegido por prestigiosa revista internacional como uno de esos destinos para conocer antes de morir; Holanda transforma sus paraderos de bus en jardines para abejas; un nariñense gana premio internacional por potabilizar agua de mar mediante paneles solares; un reconocido periodista comenta en redes que los colombianos pasaron de marchar masivamente contra el secuestro y el terrorismo, a marchar por mejor educación, por un ambiente sano, por la vida de líderes y excombatientes, por un empleo y una pensión dignos, por los indígenas, contra la corrupción.

¿Qué representa esta retahíla, aparentemente inconexa, de anuncios, carteles, informes y titulares de prensa? Así suena la sinfonía del mundo, ese que se está cayendo y reconstruyendo a través de pequeñas causas que se gestan en cualquier rincón del planeta, por hombres y mujeres a menudo corrientes pero que, como en el caso de Colombia, también cuentan con la voluntad de líderes políticos, el conocimiento de la academia, la capacidad movilizadora de las organizaciones sociales y el alma de los jóvenes, puesta en toda iniciativa que pretenda reclamar los derechos, defender la vida, salvar al planeta o rescatar el valor de la bondad, la compasión y el servicio a los demás.

Localidad versus globalidad, amantes de su territorio o viajeros del mundo. Interconectados en una red planetaria, los jóvenes colombianos toman parte de iniciativas que pueden estarse gestando a cientos de miles de kilómetros de sus hogares.

De igual forma y al mismo tiempo, incorporan a su estilo de vida comportamientos que buscan mejorar la convivencia con sus vecinos o promueven luchas y proyectos locales que pretenden cambios más significativos en los modos y condiciones de vida de los habitantes de su región. 

La juventud es la encargada del cambio, dice David Ochoa cuando se le pregunta por los jóvenes de su región. “Antioquia es cultural y diversa. Dos palabras que se aprenden a llevar: la diversidad no es un problema, sino una potencia que ahora estamos explotando”.

Vanessa Mejía, una compañera de estudio de David, agrega:  “Depende del ángulo por donde se mide. Uno mira cómo nos comunicamos hoy: estamos despertando, somos más críticos, dinámicos, enérgicos, arriesgados. Somos esa juventud necesaria”.

 

“¿Qué hay pa’ dañar que no dé mucha cárcel?”

Así puede leerse en un afiche-mural de #Hugo, un artista urbano del Valle de Aburrá. En tiempos de protesta callejera su mensaje podría ser interpretado como un llamado al vandalismo y la destrucción. Sin embargo, entraña la fuerza y la energía del mundo juvenil. Una fuerza que, como en el caso de ese cartel, responde de manera creativa e irónica, a través de la comunicación y el arte, para señalar aquellas estructuras, prácticas e incluso formas de pensar que deben cambiarse, deconstruirse o resignificarse. 

Las autoridades en Antioquia reportaron que, el día del Paro Nacional, más de 6000 personas, en 50 municipios de Antioquia, por fuera de su Área Metropolitana, se habían movilizado.

Buena parte de esos marchantes eran jóvenes que, por medio del arte, bailando, actuando, meditando y cantando, exultantes de alegría, salieron a las calles para rechazar la deuda histórica del Estado con la educación: quieren más jóvenes en las universidades.

Ellos también reclaman la falta de empleo, la precariedad en la atención en salud, la reforma pensional, el derecho a la vida. Son más empáticos, solidarios y resilientes, pero saben que cargan con una guerra de 60 años, muchas soledades, y un sentimiento de angustia permanente sobre su futuro.

Quien con tiempo y paciencia compile, sistematice y analice las consignas, llamados y exigencias plasmados el 21N en tantos y tantos afiches, muros, pancartas, carteleras, improvisados letreritos escritos en hojas de block, dejará para la historia el registro de uno de los momentos más valiosos de cuantos se hayan vivido en el escenario de la poética de la imaginación, de la calle como lienzo de la escritura colectiva.

Una joven vestida con muchos colores sostuvo un gran cartel: “Se metieron con la generación que no tiene nada que perder: ni casa, ni trabajo, ni jubilación. ¡Qué miedo va a haber!”. Un joven indígena, del Sur del país, portaba este mensaje: “Se metieron con la generación que no permite la corrupción”. Una madre de familia, con su hijo metido en un canguro de tela, escribió: “Teníamos dos opciones, venir a marchar juntos o no marchar. Elegí enseñarle desde ya a hacer historia, por su salud, su educación, su infancia y su libertad”.

Un hombre, bien educado, expresó en su cartel: “Abuela y abuelo analfabetas, mamá licenciada, hijo ingeniero químico, magíster y doctorado. Te debo todo universidad pública”. Una mujer joven, con la dignidad de quien ha perdido lo más importante, gritó: “Por ti mamita que te llamaron a operar cuando te estábamos velando”.

Un joven entrevistado por los medios, que dijo llamarse Daniel Balbín, comentó: “No hay una sola lucha, mi lucha es la equidad de género, la revolución sexual, el acceso al agua potable, la educación gratuita y de calidad, el reconocimiento y respeto étnico y racial, el trabajo digno. ¡Hay tantas luchas!”. Un chico, con un cartelito diminuto para intentar pasar inadvertido, escribió: “La vaina está tan jodida que hasta los introvertidos estamos acá”. Otra pelada, con una sonrisa de oreja a oreja, como replicando el mensaje anterior, publicó en redes: “Encontrar el amor el 21N sí es posible”.

Una abuela octogenaria, con tantas marchas y paros encima, como quien ve en el rostro y en el alma de otro el anhelo posible de un sueño incumplido, caminó junto a la multitud portando un pequeño cartel al que le bastaban tres palabras: “¡Gracias, valiente juventud!”.

Por esa mujer anciana, por David y los cientos de miles de jóvenes, en cualquier rincón de la geografía colombiana donde quiera que se encuentren, ha valido la pena salir a la calle. Como aún puede leerse en un muro cualquiera de la capital colombiana: “Hace un tiempo perfecto para un momento histórico”.

 

 

Fotos cortesía de: Humano Salvaje

 

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Julio César Orozco
Periodista sin oficio, abogado sin causa, filósofo por vocación, fotógrafo por afición, maestro en formación.