Varias son las reflexiones que se desprenden del nuevo acuerdo suscrito entre el gobierno y las Farc. En primer lugar, las flagrantes equivocaciones de Santos y De la Calle, pues ni después de la victoria del No volvió la guerra, y el primer acuerdo sí era mejorable.
Ponderar las grandes decisiones no es algo que se pueda hacer a corto plazo, por eso muchos de los que votamos por el Sí, nos equivocamos al creer que después del plebiscito cesaría la posibilidad de un país sin conflicto armado.
Si hubo algo importante en la negativa de esa parte de la población, fue que disímiles sectores de la sociedad civil salimos a las calles a expresar nuestro inconformismo con lo ocurrido y a pedir una solución más pronta que tarde.
Pero, con todo, lo más sustancial fue la incorporación de los actores del No en la renegociación. El nuevo pacto trae consigo nuevas luces. Precisiones necesarias en un país obnubilado por aludes de equívocos, mentiras, hipérboles y tergiversaciones.
El uribismo, erigido por ellos mismos y la complicidad de los medios como los ganadores, tendrá reparos ante lo conseguido. Pero hay que recordar que ni todos los que votaron por el Sí eran santistas, ni todos los que sufragaron No, uribistas. La disyuntiva y polarización con la que titulan los diarios y hablan los periodistas no es más que un invento. Un error discursivo que sucede a diario, como la guerra.
Uribe dirá que el gobierno y las Farc volvieron a engañar al país. Y será titular de dos días y tendencia en Twitter. El ala radical del No trinará cosas por el estilo, y el ala radical del Sí se irá lanza en ristre contra ellos.
Dirimir contra personas airadas por aquellos que no comparten sus posiciones es complejo. Y aquí caben los del No, que son advertidos por su contraparte como brutos y que suelen repetir lo que desde el trono gritan; y también los del Sí, que irónicamente adoptan una actitud de superioridad intelectual que no les permite entender que Colombia es mucho más que esa minúscula parte que dice involucrarse en la actual coyuntura.
Fue lamentable ver cómo una parte que quería la paz reaccionó de manera tan equivocada ante la negativa. Hablar de una sociedad bruta, de un país de mierda, entre otras cosas, era dejar de lado el colosal matiz que representa a esa más de la mitad de la ciudadanía que no salió a las urnas.
Debemos, entonces, atenuar nuestras emociones. Ser coherentes con lo que se cree. Y es que, si hubo una derrotada ese domingo, fue la democracia, pues no se puede mejorar un país cuando más de la mitad del mismo le da la espalda a una decisión tan trascendental.
Y no es blanco o negro, no es que no les importe, no es que son brutos, hay razones para darle la espalda al sistema democrático, entre las tantas, la desidia histórica de la clase que ha dirigido la nación por años y años y años.
La futura presidencia de Donald Trump constató que, en esos países que se dicen sólidos en términos democráticos, se padecen problemáticas similares. Y que las argucias con que los políticos atrapan sus adeptos son las mismas. Es más: son, como tantas cosas, importadas. Ahí tienen su Tratado de Libre Comercio.
Así que debemos evitar el fatalismo con que respondemos ante los acontecimientos. Y de la misma manera, reducir el optimismo ante lo positivo. El nuevo acuerdo es solo un anuncio.
Las dos tareas titánicas son tramitarlo: muy seguramente en un Congreso que se caracteriza por crear micos y dejar que su voto se devuelva con favores, en un Congreso que confunde el pragmatismo con el clientelismo (que para algo sirva la Unidad Nacional).
Otra cosa será implementarlo: en un sistema atestado de leyes que no se cumplen, en una sociedad atomizada por la guerra del diario vivir, arrinconada en su posición, en una sociedad displicente, acrítica, en una sociedad a la que han alimentado con controversias superfluas.
Pero es una nueva oportunidad. Una nueva oportunidad que, como colombianos, debemos asumir.
Publicado el: 17 Nov de 2016