En días pasados el presidente estadounidense Donald Trump decidió declarar a la ciudad de Jerusalén como la capital de Israel. Tal declaración generó un significativo descontento entre los creyentes musulmanes y desató previsibles protestas en las calles de los países árabes.
Y es que esta es tal vez, la acción más desafortunada que haya emprendido la actual administración estadounidense en política exterior desde que lleva gobernando, pues ella trae tras de sí una impresionante estela de inestabilidad, capaz de echar al traste enteramente su estrategia en Medio Oriente.
Una decisión de política interior
Una de las versiones que más se han repetido a la hora de explicar por qué se ha tomado una decisión tan trascendente de una manera aparentemente repentina lleva irremediablemente a la débil posición que acarrea Trump en EE.UU. en una situación en donde sus relaciones con el Partido Republicano, el suyo, no son las mejores, estando el ambiente caldeado debido a lo que se ha denominado la trama rusa, escándalo que apunta a la infiltración del Kremlin en la elección presidencial.
A medida que la investigación avanza, el indicio que apunta hacia la participación del magnate en las filtraciones es cada vez más fuerte y ya ha causado la retirada de algunos de sus asesores más allegados.
En una coyuntura como esa, Trump se apertrecha en un sector de sus votantes que se distingue por el fundamentalismo religioso, contando con los medios necesarios para darle el aire que necesita y que con él como abanderado, se garantiza una presencia permanente y de gran calado en la agenda política estadounidense.
Este es el caso de los sionistas cristianos, un grupo ya tradicional dentro del Partido Republicano, pero que ha ganado especial preponderancia en el actual gobierno, dadas sus importantes conexiones con los funcionarios más cercanos al presidente. Ellos impulsaron un acto en el Congreso para el traslado de la embajada desde Tel Aviv a Jersualén en 1995 y desde entonces, han hecho lobby para que ese cambio se dé.
De hecho, es posible que sean ellos los más interesados en ver una sede diplomática norteamericana en la ciudad, pues de esa manera, se cumplen las condiciones que constituyen la antesala de lo que sería la segunda venida de Cristo, que según las profecías arribaría una vez el pueblo judío se establezca de forma definitiva en las tierras bíblicas, es decir, en el actual territorio israelí y para ello, la ciudad debe ser tomada de forma permanente y absoluta por los judíos.
Pero Trump también obtiene réditos con su movida, pues se asegura una posición preponderante entre los cristianos evangélicos, parte del electorado que le votó en masa en la pasada elección y que constituye uno de sus puntos fuertes. Esta población, en su mayoría blanca, iletrada y poco favorecida se ve ampliamente representada por las posturas presidenciales sin contar que una gran proporción de ella cree también en las profecías y considera correcto que se abone el terreno para la llegada del Redentor. Trump también pretende apuntalar el apoyo de esta población a los candidatos de su preferencia para las elecciones legislativas que sucederán en 2019 mientras establece estrechas alianzas con importantes figuras del movimiento evangélico, que podrían colaborar en la financiación de su campaña para un segundo periodo.
De esta forma, Trump consolida su mandato entre aquellas regiones y poblaciones que le llevaron al poder, pero también reafirma el desplazamiento hacia la derecha del electorado estadounidense.
La alianza Saudita-Israelí
Desde que Trump llegara a la Casa Blanca, las relaciones con Arabia Saudita se han repotenciado, de hecho, su primer viaje internacional como presidente fue a ese país, en donde demostró su respaldo a la monarquía de los saudíes y actualmente se vive una luna de miel en los asuntos bilaterales, que han sido pomposamente aceitados a través de acuerdos armamentísticos favorables a las autoridades saudíes.
Al mismo tiempo, la agenda del actual gobierno estadounidense ha hecho énfasis en su partido por el Estado israelí, siendo ese el segundo destino internacional de Trump durante su primera gira y según parece, Arabia Saudita también se estaría acercando a Tel Aviv, con la idea de elaborar un frente común para contrarrestar las proyecciones iraníes en la región, que se han visto aumentadas por la victoria de ese país en la guerra siria.
La política norteamericana en ese sentido ha sido clara, la principal preocupación de EE.UU. en Medio Oriente es lo que Trump ha llamado el “terrorismo iraní” que no es otra cosa que una forma mentirosa de nombrar al gobierno de Teherán, que se fortalece con el apoyo ruso y pretende consolidar una zona de influencia que ya incluiría al Líbano, Irak y Siria.
Es la amenaza iraní la que permite que saudíes e israelíes se junten pero este acercamiento estratégico transforma significativamente el panorama respecto del problema palestino, siendo Israel el Estado invasor y Arabia Saudita el campeón de los intereses islámicos suníes a nivel regional.
Recordemos que los saudíes no reconocen de buena gana al gobierno judío e históricamente han rechazado cualquier reivindicación suya, pues su agenda ha sido claramente favorable a lo que ellos consideran los intereses del pueblo árabe. Entonces la alianza es una transformación mayor en el panorama regional que no dejaría muy bien parados a los palestinos.
El tiro por la culata
Sin embargo, la decisión sobre Jerusalén tampoco cayó bien entre los jeques y de aceptar ese estado de cosas, podrían quedar como traidores ante la totalidad de la comunidad musulmana, que por lo general también rechaza todas las jugadas israelíes y ve como una afrenta especialmente grave la ocupación de los territorios palestinos.
Lo anterior sería desastroso para su posición simbólica, dada su tenencia de los lugares sagrados más importantes para los musulmanes en La Meca y Medina y la equiparación que los creyentes hacen de ellos con los ubicados en la Ciudad Santa.
Ante las protestas que se avecinan, la posición de liderazgo que pretende la monarquía Saudí entre los suníes también podría entrar en crisis, pues si el país petrolero se mantiene del lado de su aliado occidental y sostiene una acción que entre el pueblo árabe es casi cien por ciento impopular, podría derivar en complicaciones diplomáticas que podrían favorecer a los adversarios iraníes.
Así, Trump ha entregado una manzana envenenada a sus aliados israelíes y saudíes, pues su movida podría ser terminantemente letal para las posibilidades de una alianza entre ellos o acortar las posibilidades de proyección de la esfera de influencia saudita en la región, lo que sin duda beneficia a Irán e indirectamente, a Rusia.
Y todo por una decisión de política interior.
Implicaciones para la posición estadounidense en Medio Oriente
Siguiendo las anotaciones que hasta aquí hemos hecho, parece como si la decisión de Trump sobre Jerusalén fuera contraproducente para los intereses estadounidenses, pero aún no revisamos todas las posibles consecuencias.
Entre palestinos e israelíes ha habido un largo, dispendioso y poco fructífero proceso de paz, cuyos esfuerzos se remontan hasta la década de los 90 y que se ha visto interrumpido por la intifada –alzamiento o rebelión- proclamada por el grupo palestino Hamas en el año 2000 y que desembocó en una nueva reedición de la guerra entre ambos actores, pero también por numerosas escaramuzas, provocaciones y ataques israelíes a los territorios palestinos, algunos de ellos con armas químicas.
Además, la actual política promovida por Benjamín Netanyahu, presidente de ese país, respecto de los asentamientos israelíes en territorios que de acuerdo al derecho internacional no le corresponden también ha enfriado todas las posibilidades de llegar a un arreglo que satisfaga a las dos partes, en la práctica la construcción de colonias israelíes en esos lugares es de nuevo, una invasión.
En esta situación, el único árbitro posible en la resolución del conflicto era EE.UU. que había ejercido sus buenos oficios para acercar a las partes y que se encontraba como garante de los nulos avances. Para comprender la posición estadounidense, debemos recordar que en los 90 el mundo se encontraba en un momento unipolar producto de la victoria norteamericana en la guerra fría y su posición como única superpotencia.
Pero el reconocimiento de Jerusalén como capital israelí destruye por completo cualquier posibilidad cierta de mediación, porque compromete severamente la viabilidad de creación de dos Estados que coexistan de forma pacífica, opción promovida por la ONU y apoyada entre otros, por la Unión Europea, la posición palestina se debilita, Israel podría tomar por completo la ciudad y eso conllevaría una nueva escalada bélica. La desafortunada jugada de Trump aleja de un plumazo cualquier posibilidad de paz.
Ante la ausencia de árbitro para resolver el problema y con la multipolaridad que se implanta en el Sistema Internacional, dada la decadencia norteamericana, es posible que otros actores mundiales como China o Rusia ocupen su lugar y su representación podría verse amenazada por Irán, que con mucha pericia podría llegar a ocupar el papel de liderazgo a nivel regional que ya no tendrían Egipto ni Arabia Saudita, satélites estadounidenses.
Por ende, el reconocimiento de Jerusalén no sólo agravaría la situación en Medio Oriente, aumentando las ya de por sí altas posibilidades de una nueva guerra en Palestina sino que tampoco favorece a EE.UU. porque debilita su lugar de primacía frente a sus contendores más importantes.
Así, Trump prende fuego sobre el polvorín palestino, dificulta la ya remota solución de los dos Estados y de paso acentúa la gradual retirada norteamericana de Medio Oriente.
Y todo a través de una decisión de política interior.
Definitivamente Trump es un estadista brillante.