Tras el estudio de las diferentes teorías y problemas sobre la paz, he llegado a la conclusión de que nuestra vida está llena de entornos violentos. Lo que Johan Galtung denomina violencia estructural en su conocido triángulo del conflicto. Hay violencia en nuestra casa, en la forma de cómo muchas veces tratamos nuestra familia; hay violencia en la calle, cuando nos chocamos con alguien y lo queremos fulminar con la mirada; hay violencia, cuando se infringe la norma básica de tránsito al no respetar un semáforo. Hay violencia, cuando en la taquilla del metro nos tiran literalmente el cambio y ni siquiera nos desean un buen día. Es más, la naturaleza a causa nuestra, se ha vuelto violenta; al prodigarnos un sol abrasador o al desatarse un aguacero torrencial sin más ni más.
Ejemplos de entornos violentos hay por doquier y haríamos un tratado con la sola idea de recopilar dichas situaciones. Sin embargo, existen numerosos estudios que indican que la mayoría de los problemas estructurales de una sociedad, podrían solucionarse con una educación de sus miembros sobre convivencia y paz.
La noviolencia, es una filosofía que implica un estilo de vida afable que nos lleve a solucionar problemas y cambiar entornos.
Pero antes de practicar la noviolencia en nuestra sociedad, pienso que el primer paso es una auto concientización sobre la violencia que generó a mí alrededor; educarme, tratarla y solucionarla mediante autocontrol de mis actos violentos, para generar hacia los demás, entornos de paz. Con un ejemplo paso a explicar el párrafo anterior:
Cierto día, me levanté algo malgeniado a causa de la carga académica y laboral que pesaba sobre mis hombros en aquellos momentos; pues bien, salí a la calle como dice un amigo, en “mal plan” y sentí que todo mi entorno reforzaba mi malgenio; las personas con las que me topé, andaban en la misma frecuencia en la que yo estaba. En el metro la gente me empujaba sin razón, lo que aumentaba mi rabia contra el mundo; y durante todo el día sufrí una congestión en mi ánimo que lo único que conseguí al final del mismo fue un cansancio terrible que me dejó agotado y sin voluntad para continuar.
Días más tarde, ya más tranquilo y consciente de que debía cambiar, decidí salir a la calle en otra actitud. No es que cantaban los pájaros a mi alrededor ni que el sol radiante acompañara mi camino hacia la aldea; no. Todo afuera seguía igual. Pero yo en mi interior, me sentía distinto. Optimista y tranquilo. Y las personas con las que ese día me encontré, quizá tuvieron la misma actitud del día antes narrado; pero como yo ya me sentía tranquilo, sus impertinencias o pequeños actos de violencia, no me afectaron sino que por el contrario, reflejé una buena actitud. Quizá otra disposición ante el mundo que logre visibilizar los problemas de otra forma.
Lo anterior no es ninguna fórmula de la felicidad o el equilibrio interior y es obvio advertir que no es fácil de lograr y aunque seamos conscientes del cambio, no todos los días podemos hacerlo bien. La actitud de la noviolencia, es simplemente, cambiar mis entornos violentos por entornos de paz; es enfrentar de forma distinta el día a día de nuestra vida. En nuestra casa, en nuestro trabajo, en la universidad y hasta con nuestra pareja.
Recuerdo que a finales de los años 90, en nuestro país, el gobierno lanzó una campaña en medios de comunicación que consistía en precisamente, cambiar esa carga violenta que traemos culturalmente; y la campaña hablaba de “quitarse los guantes”. Es decir, no estar dispuesto siempre a una confrontación violenta; bajar los niveles de agresividad para con los demás. Y es que lo que hemos venido narrando aquí se resume en una situación que de tan obvia, se hace elemental.
Si yo soy violento, recibo violencia; principio básico de la física de acción reacción.
Ahora bien. Cabe preguntarse en este punto, ¿cómo se incide mediante el cambio de actitud, en una transformación social? La respuesta teóricamente, parece algo sencilla; sin embargo en la práctica, no lo es tanto.
Podríamos pensar, que si todos los miembros de la sociedad transformamos nuestros entornos violentos por entornos de paz, haciendo caso de la noviolencia en el diario vivir, disminuyendo la agresividad endémica, muy seguramente podremos anular la violencia cultural que describe Galtung y que no es otra cosa que la carga que soporta la sociedad de generación en generación.
La labor no es fácil. El Estado, como garante y regidor de la sociedad, es el primer llamado a contribuir en la educación social de las actitudes noviolentas. Y es en la niñez en que debería centrarse toda su atención, pues son los niños los responsables del cambio social en el futuro. Mediante la educación en la escuela, el apoyo a las familias y un acompañamiento permanente por parte de profesionales idóneos que realicen un seguimiento constante al proceso social de cada niño, que dé cuenta de sus logros y falencias.
Pero el Estado no es el único que debe responsabilizarse de la transformación social, aunque sí es el más importante; los medios de comunicación, también deben cooperar en la educación de las comunidades. Mediante campañas como la relatada arriba. Programas educativos y una continua y permanente persuasión a sus consumidores sobre las actitudes de la noviolencia.
A manera de colofón, concluyo que:
La noviolencia es una actitud distinta ante la vida. Es una forma diferente de visualizar los problemas y enfrentar los conflictos. Es una suerte de estrategias cuyo fin último, es cambiar el estado de cosas en la sociedad. Es una transformación social que se gesta desde lo individual hacia el grupo con el simple paso de cambiar de actitud.