Columnista:
Juan Macías Pabón
Siempre se despierta soñando, lava su rostro, cepilla sus dientes, da los buenos días a quienes viven en su hogar. Se sienta a la mesa, habla de sus ideas y su esperanza de ver a su pueblo en libertad y cargado de oportunidades para todos. Ese es su mayor sueño.
Es un líder social, un hombre, una mujer, una persona que lucha por los sueños de los olvidados, de los sumidos ante el yugo de los gobiernos y políticos de turno. Es la esperanza del pueblo rezagado y sufrido que ven en él o ella la oportunidad de ser escuchados, de ser vistos, y de ser, por fin y para siempre, parte de un todo llamado Colombia.
Sale de su casa a cumplir con su misión, a poner el pecho y la cara por quienes confiaron en él, por quienes confiaron en ella. Se despide de su hogar esperando regresar. Sus ojos brillantes y la sutileza de su sonrisa dan un mensaje de paz. Ella y él son una misma persona, el rostro de un pueblo.
Cada paso recorrido recoge una muestra de amor. En medio de las dificultades, el olvido y la carencia de lo mínimo para sobrevivir, un abrazo y una sonrisa se convierten en alimento. — Vale la pena luchar por lo que vale la pena tener, por aquello que nos pertenece — dice mientras ve plasmado en el rostro de quienes lo ven pasar y le saludan, la esperanza y la confianza de que lograrlo es posible.
El altruismo es su ideología. En medio de una guerra de interés particulares, un líder social piensa primero en su pueblo antes que en sí mismo; incluso poniendo en juego su vida. El narcotráfico, las bandas criminales, los grupos de guerrilla, los grupos paramilitares e incluso el Estado mismo, son los rivales a vencer por partes de esos líderes y lideresas que nos representan.
En esa lucha muchos quedan a mitad de camino, pero no porque pierdan la esperanza de que lograr los sueños de sus pueblos es posible, sino porque les arrebatan la vida.
Los criminales, que son muchos menos que los buenos, — sí, porque los buenos somos más —, han llenado de piedras el camino de aquellos que sueñan con un cambio, de quienes conservan el anhelo de ver la realización y conseguir el bienestar para sus comunidades. Piedras que le han servido a los que vienen detrás para edificar las fortalezas y sentar las bases en una lucha sin fin y cuyo único propósito, es ver materializadas las esperanzas y sueños de los excluidos.
Un líder me representa, sí, porque al igual que yo, y que muchos otros, ha vivido en carne propia el rezago y el maltrato de un Estado que nunca ha representado al pueblo, sino que solo entrega migajas, mientras dos o tres disfrutan de todo el tesoro.
Un líder me representa, porque ha sufrido el desplazamiento por parte de los grupos de guerrilla y paramilitares, ha sentido el dolor de dejar todo y salir con las manos vacías, quedando entre lágrimas aquello que con esfuerzo logró construir.
Un líder me representa, porque sintió en carne propia lo que es perder a un ser querido, porque sobrevivió al flagelo de estar en medio de una guerra que libraba intereses de egos, y no de luchas por y para el pueblo.
Un líder me representa porque hace parte de la diversidad cultural y tradicional de las etnias del país, y pretende conservar y resaltar la idiosincrasia que les es propia. Un líder me representa porque es la cara visible de la Colombia grande, la que es mayoría, la que es propia de todos.
Y así, como un líder nos representa, nosotros debemos representarlos a ellos y ellas. Crear eslabones de protección en torno a aquellos que brindan todo de si para brindarnos a nosotros la posibilidad de ver materializados esos sueños de inclusión y libertad; y que, en un momento dado, más temprano que tarde, logremos ser, como dije al principio de la nota, por fin y para siempre, parte de un todo llamado Colombia.