Columnista:
Fabián Andrés Fonseca Castillo
Hace poco leía un libro titulado ‘La sociedad del descenso (2017) obra que mencionaba y ponía de relieve a través de datos estadísticos la decadencia social de nuestra época, en relación con la falta de distribución, acceso y oportunidad de progreso económico de lo que el autor denominaba la era posdemocrática, esta, entendida como aquella era inmersa de inestabilidades, decadencias y como bien el titulo lo mencionaba, de descenso social.
Esta obra destacaba, por ejemplo, la ausencia de un futuro prometedor para los jóvenes y futuras generaciones, mostrando a la vez como la educación ya no es en sí un medio para el progreso y el estatus social, además de que año tras año la estabilidad financiera solo es para unos pocos, mientras los muchos otros están en constante incertidumbre frente a su estabilidad laboral, profesional, social y hasta política.
Sin embargo, a medida que se leía página tras página parecía que el libro estaba hecho a la medida, no solo y por obviedad de una realidad mundial, sino también de una realidad nacional. En sí, este libro era una radiografía de lo que se vive en Colombia; es decir, ese diario vivir lleno de turbios pasados, decadentes presentes e inciertos futuros. Eso que solo se vive con más ahínco y mayor profundidad en el país donde todo puede pasar.
Muchos curiosos se preguntarán el porqué vería este libro como una radiografía de la realidad nacional. La respuesta es sencilla, porque todos aquellos adefesios puestos a discusión y análisis en esta obra, como la desigualdad, la pobreza, la falta de oportunidades, la incertidumbre, la informalidad, la desesperanza, el desempleo, la represión, la privatización, la precariedad laboral, la competencia y los malos gobiernos, entre otros, no son más que el ejemplo vivo que Colombia lo ejemplifica de manera casi perfecta. Este libro muestra una sociedad no en ascenso, sino en un descenso constante, donde cada vez son pocos los que consiguen una estabilidad en los tiempos líquidos como diría Bauman, y en donde la precariedad es la salida para seguir abriendo la brecha de eso que Colombia le fascina, la desigualdad.
No cabe la menor duda de que estamos en unos tiempos aún más inciertos que nunca, donde la turbulencia de un huracán llamado COVID-19 permitió ver y profundizar nuestros obsoletos y anquilosados sistemas, en el que se sigue viendo descaradamente la mediocridad y desaciertos de un Gobierno en cuerpo ajeno, donde permea la inconciencia social y seguimos viendo esos fantasmas que nadie quiere, pero que masoquistamente seguimos avivando, esos que solo usted y yo como colombianos sabemos y que de seguro tratamos de ocultar o no mencionar para no avergonzarnos. ¿Qué vergüenza más tenemos que afrontar u ocultar? ¿Será que no nos conformamos con la vergüenza de ser un país que importa alimentos y de ser un país violento en el que no se protege la vida? ¿Qué otras vergüenzas más nos faltarán?
No solo hoy vemos como los huracanes de la naturaleza azotan el Caribe colombiano, sino también vemos cómo esos huracanes de la corrupción, de la improvisación, de la inconciencia y de la mediocridad hacen de las suyas, es decir afrontar un huracán llamado Colombia.