Anuncio aquí y ahora que montaré una iglesia nueva en la que Dios bote plumas (hartas le debieron haber caído de los ángeles) para que nos dejen en paz y nos dejen vivir y amar como nos plazca. Un Dios que saque del closet y no que meta; como a tanto pobre reprimido, que con una mano señala, mientras se mete la otra entre los pantalones para siquiera imaginarse el gustico.
Y no me digan que eso es carreta que nos inventamos para apedrear las buenas maneras y los valores familiares que defienden el ex procurador Ordóñez o el senador Gerlein, o para imponer lo que uno de ellos llama un amor sucio y “excremental”. ¡No!, Montaré esta iglesia porque las que hay parecen políticos uribistas que como, dicen una cosa dicen la otra y hacen un distinta.
Tomemos como ejemplo el Vaticano. El país desde el que un puñado de hombres (porque mujeres que tomen decisiones no hay) le dice a millones de feligreses cómo vivir y dicta parámetros de repudio como: “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8) “Son contrarios a la ley natural (…) No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual” (Catecismo de la Iglesia Católica, capítulo II, artículo 6, 2357), o los que difunde en otros parágrafos catequéticos señalando que “Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba” y que “Las personas homosexuales están llamadas a la castidad”.
Puedo imaginarme ya a la devota ancianita que lea esto, diciendo para sus adentros rosario en mano y rodilla en tierra “¡bendito sea mi Dios! pobrecitos esos atrofiaditos que no pueden amar, eso les pasa por ser así anormales. Dios los cuide de no caer en esas cochinadas que hacen ellos. Voy a rezar para que permanezcan en gracia divina y no se condenen”.
Lo paradójico es cuando sale un titular como este “Escándalo en el Vaticano: descubren fiesta con drogas y orgía gay” (El Espectador, 6 de julio 2017) y uno de los implicados, que tuvo que ser llevado al hospital para desintoxicarse, es Monseñor Luigi Capozzi, gran colaborador del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos de la Santa Sede -seguramente es un nombre que poco habremos oído, pero que ya no se olvidará tan fácil- Salen entonces los abanderados de la fe a decir que se sigue a Dios y no a los hombres, pero a la hora de adoctrinar y dar líneas de procedimiento en vidas ajenas, esos hombres se convierten en representantes de Dios e interpretan su voluntad de manera indiscutible en materia de fe y moral, en casos como el del Papa (Dogma de la Inefabilidad pontificia, Concilio Vaticano I).
Si bien creo que un hecho de estos no deberá afectar la fe del católico, sí es una llamada para que la Iglesia dé un paso hacia el futuro y no siga cayendo en la subhumanización doctrinal.
Eso por hablar de la Iglesia católica claro está, porque Iglesias hay por montones y también discriminan; pregúntele a Vivian (Doble) Morales, que seguramente ella conocerá varias en sus esfuerzos por deslegitimar la adopción por parte de parejas homosexuales.
Es por eso que quiero una nueva iglesia, donde nadie tenga miedo de pensar y de sentir y en la que no nos enseñen desde la culpa sino desde el amor, como lo decía Jesús que, dios o no dios, tuvo mucha razón.
Esa es la clave, “vive y deja vivir” como reza el adagio popular. Ese será el lema de mi iglesia y escribiré una biblia de nuestra deidad botando plumas, amorosa y “guapachosa” como debe ser.
Y como Daniel Samper, seré ¡millonario!, ¡MILLONARIO!, porque no nos digamos mentiras las iglesias así sean de garaje dejan buena plata; y pondré un letrero grande en la puerta (junto al San Gregorio, la herradura y la penca sábila colgada) que diga “Dios bendiga este negocio”.