Un puñado de escritores, periodistas y gentes del mundillo de la farándula han tomado la decisión de eliminar sus cuentas de Twitter, porque sienten que la red social del pajarito azul es una alcantarilla, dado que los tuiteros los increpaban una y otra y otra vez por la falta de rigor en las opiniones que emitían a través de sus tuits.
Estas afamadas personas han declarado también estar cansadas de los reproches de sus fans, quienes les arrojaban luz sobre las imprecisiones en sus comentarios. Paradójicamente, su sobreabundante cantidad de seguidores se ha vuelto en su contra y se ha ido lanza en ristre para someter a crítica demoledora los trinos que publicaban sin pulir.
En fin, las celebridades se quejan de que sus seguidores en las redes sociales no les consienten la orfandad de exactitud de sus comentarios. Esa es, básicamente, la razón de la protesta de estos famosos contra Twitter.
Cabe subrayar enseguida que innumerables personas se han equivocado al presuponer que Twitter es un espacio adecuado para motivar el debate, una especie de plaza de debate digital, el símil digital del ágora de los antiguos griegos. Twitter no es el Senado de la Antigua Roma, la del espectacular Julio César, a quien se le recuerda por proclamar, además, la perpetua sentencia»Alea iacta est»: La suerte está echada. Pero no. Se han desilusionado. Porque no es así.
La configuración técnica de las redes sociales de formato de microblogging, en general, y de Twitter, en particular, no favorece el debate. El espacio que brinda el servicio de microblogging para la comunicación humana es demasiado angosto como para que pueda caber toda la profundidad y la amplitud que supone la sana y respetuosa discusión entre los usuarios digitales. Ciertamente, es incomodísimo e irritante expresarse con poca libertad desde un sitio tan comprimido, como lo es el servicio de microblogging que ofrece Twitter.
En sus orígenes, la red social del pajarito azul nada más toleraba la publicación de 140 caracteres, es decir, apenas se debía escribir una oración gramatical, pero omitiendo algunas letras. En la actualidad, Twitter ha duplicado el número de caracteres permitidos en un tuit. Y, en efecto, ahora son 280 caracteres.
Ahora bien, con esos 280 caracteres apenas se puede redactar casi un párrafo, pero omitiendo algunas letras. Por consiguiente, una idea bien desarrollada no puede ser embutida en un tuit de 280 caracteres. Naturalmente, siempre hay importantes pérdidas de tipo conceptual en la publicación de un tuit, en el que —insisto— el máximo de caracteres aceptados es de 280.
Y el asunto es aún más complicado en lengua castellana, un idioma que posee visos de ser el más palabrero del mundo; pero que es, sin embargo, nuestro destino, apuntaría Jorge Luis Borges.
Hasta hace poco tiempo, Twitter padecía su propia crisis, cuando de pronto apareció en el horizonte el presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump, con su apellido explosivo, con sus trinos peligrosos y con sus bombas atómicas para amenazar al mundo desde la red social del pajarito azul. Un personaje que parece sacado de los dibujos animados de Walt Disney World.
Declaro no entender por qué Twitter ha sido tan indiferente ante la verborragia viperina del presidente Donald J. Trump. Pero, ¿y qué habría sido de Twitter si no hubiera llegado Trump con sus traumas a su red social?
Hay otra razón para garantizar que las redes sociales de servicio de microblogging no son lo suficientemente aptas para debatir. Y es el hecho de que los usuarios digitales no desean ya seguir escuchando como convidados de piedra los cuentos fáciles de la falsa verdad oficial ni tampoco los embustes que se publican a través de los medios mercantiles. Pese a todo ello, no es conveniente sostener que los usuarios de las redes sociales son analfabetos digitales, debido a que no es cierta tal afirmación, pues la generalidad de estos son nativos digitales, además de ser habilidosos cibernautas.
Por supuesto, lo que a los viajeros del ciberespacio no les gusta es la oficialidad, la rigidez y la imposición. A los habitantes de la Internet les fastidia —y enormemente— la verticalidad de los inmigrantes digitales que irrumpen con ínfulas de superioridad (y de cualquier entrometido que arribe a las redes sociales con remilgos o con delirio de grandeza), sino, por el contrario, la igualdad, ya que en líneas generales a la humanidad le encanta el trato equitativo.
La democracia ha consentido muy poco margen de expresión y participación ciudadanas; simplemente, tenemos el poder de acudir a las urnas cada cuatro años a votar a un tipo al que nadie le cree ni el credo.
Tanto en las redes sociales, como en la vida en general, todo el mundo está publicando o hablando constantemente sin tan siquiera detenerse medio segundo para leer lo que publican o hablan sus seguidores o interlocutores.
La necesidad de comunicación del pueblo no ha sido debidamente satisfecha. Por eso, puede declararse que este fenómeno obedece a que la gente tiene mucho que decir, pero que no cuenta con generosos escenarios de expresión y no ha sido tampoco escuchada. Por mucho tiempo, los medios corruptos han querido silenciar la voz del pueblo. Las multitudes tienen sed de expresarse con libertad. Anhelan lanzar lejos de sí la mordaza impuesta por la prensa mercantil.
Es evidente que la suma de los usuarios de las redes sociales nunca publicará un artículo científico en la revista Science, en el New York Times, El País de Madrid o El Tiempo de Bogotá. La audiencia jamás será panelista de radio o televisión, toda vez que el público está compuesto por gente común y corriente, que en su momento debió proveerle instrucción en buenos modales.
La supremacía rica se maravilla al abrazar la ilusión de que la transformación de la sociedad sea un progreso sin bruscas rupturas, sino finas y sutiles revoluciones sociales realizadas por personas que usen guantes de seda, como si fueran remilgadas muñecas insubordinadas. Las clases dominantes conciben la idea de la evolución social semejante a la marcha que se ejecuta en una bicicleta estática. No obstante, y aún en una bicicleta estática, las masas acumularán fibra muscular para emprender el ajuste del desequilibrio social agobiante.
Desde ya quiero dejar en claro que yo no defiendo la postura de evadir el debate, volando los puentes del diálogo. Es más, me identifico con el pensamiento del economista y académico español Alfredo Serrano Mancilla, quien ha expresado un aforismo muy atinado en Twitter. Ha trinado el profesor Serrano Mancilla que cuando comienzan los insultos, se acaba el debate. También ha tuiteado que insultar es un atajo para no seguir debatiendo. De modo análogo, gusto de imaginar que fue Mark Twain el que nos recomendaba no debatir con idiotas, porque lograrán rebajarnos a su nivel, y ya allí nos ganarán por su sobrada experiencia en ser lo que son. ¡Ni qué agregarle!
En todo caso, únicamente deseo exponer una explicación de por qué acuso la configuración técnica de las redes sociales de microblogging de no servir para debatir. Es bien sabido por todos que explicar no es justificar. Y por eso, planteo mi explicación desde la perspectiva de la crítica solidaria y con la convicción de que Twitter tiene la capacidad de reciclarse para ser mejor.
Así también he observado que determinados perfiles provocadores con menos de quinientos seguidores en Twitter están a la caza de discusiones inútiles, con el objetivo de llamar la atención. A veces buscan hacerse visibles mediante el empleo del mecanismo de seguir, perseguir y conseguir, esto es, conquistar seguidores y ganar renombre de cualquier manera. Incluso serían capaces de desgastar a Raquel y a todo aquel que no comprenda muy bien su ambición de conquistar el éxito en las redes sociales.
Es menester aprender a andar con cuidado tanto en las redes sociales, como en la vida en general para no ser lastimado, porque en todas partes hay pacientes psiquiátricos.
Por esto, y muy a despecho de los famosos que juzgan a Twitter como un vertedero de pudrición (y que debido a eso cerraron sus perfiles), es necesario recordarles que ellos mismos vivieron en esa podredumbre, aunque en el momento actual sean los renegados de lo que ahora llaman la cloaca de los tuits. Además, la gente de la farándula no debió olvidar jamás que cuando una divinidad desciende del Monte Olimpo a Twitter, de inmediato deja de ser un dios, se convierte en un pecador más, expuesto a los rigores de la existencia. Un dios no publica tuits —anotaría Ernesto Sábato—, crea mundos.
No está de más advertir que yo no aspiro en absoluto a cerrar el debate acerca de la configuración técnica de las redes sociales de microblogging y su insuficiencia para propiciar el debate y exponer ideas bien desarrolladas en Twitter. Desde luego, la discusión continúa abierta.
De hecho, la medida tomada por LinkedIn en el sentido de conferirles a sus usuarios la posibilidad de publicar artículos, como un acto de generosidad expresiva, demuestra que, guardadas las diferencias entre las dos redes sociales aquí citadas (Twitter y LinkedIn), el servicio de microblogging es impracticable para promover el derecho a la libertad de expresión responsable y el debate.
Saber debatir reclama de las personas el concurso de la inteligencia. Saber escoger las premisas más favorables. Dominar la destreza de crear silogismos. Tener la agilidad mental de sacar las consecuencias más adecuadas.
Debatir es el otro nombre de la batalla de las ideas, para la cual se precisa de vigorosa energía argumentativa, destreza para demostrar la veracidad de las ideas expuestas, el punto de vista, capacidad de coherencia y cohesión discursiva, poder de convicción al igual que fuerza de conversión, a fin de persuadir para sumar talentos para la causa establecida.
Saber debatir plantea, sobre todo, el deber de mejorar los argumentos en lugar de gritar por gritar, como tal vez le aconsejaba el abuelo de Desmond Tutu. En consecuencia, puede considerarse que para debatir es válido asumir la actitud de un aprendiz preguntón. Solamente en este caso podría prescindirse de argumentos: Durante el período de aprendizaje a argumentar; pero no así del respeto.
Recuerdo que Julio Cortázar manifestó que cualquiera le podía ganar una discusión, porque él no sabía discutir, no dominaba el arte de defender sus puntos de vista o ideas. Nunca se pensó un hombre de demasiadas ideas. Más aún: A Cortázar le fastidiaba que lo llamaran hombre de ideas. Del mismo modo, Silvio Rodríguez le declaró al cantautor cubano Amaury Pérez que él se estimaba como un eterno aprendiz, para no hacer papelazos.
Que Twitter facilita la práctica de otras acciones, sí, lo reconozco. Por ejemplo, agitar, arengar, activismo digital, hacer un poco de propaganda. Y, en el peor de los casos, Twitter sirve de plataforma digital para que los medios masivos de manipulación difundan su especialidad: Fabricar falsas noticias. A lo mejor, para ese fin sí resulte un tanto efectiva la susodicha red social de servicio de microblogging, cuyo logotipo es el pajarito azul.
A Twitter se le olvidó que todo el mundo no es Confucio, ni todos sabemos mandarín, ni obramos la sobriedad de la milenaria cultura de China. Así, pues, y hasta que el servicio de microblogging evolucione para ser blog, podré continuar juzgando de justa y vigente mi crítica de que Twitter no sirve para debatir.
Imagen cortesía de Clases de Periodismo.