Tras la caída de una estatua

En la plazoleta del Rosario se han visto varias intervenciones posterior a la caída de Jiménez. Han pasado estudiantes, colectivos e indígenas, haciendo uso del espacio, transformando con pinturas, pedagogía y arte este lugar. El 20 de mayo habían puesto una estatua de Dilan Cruz hecha por el artista John Fitzgerald.

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2021-06-19

Tras la caída de una estatua

Columnista 

Carlos Borda

 

El conocimiento ancestral de los pueblos indígenas parece inadvertido; aunque sus enseñanzas sean evidentes. Esta historia, es otra de tantas luchas, desde la memoria del pueblo misak misak.

«Jalen», gritó una persona en el pavimento, mientras iban agarrando entre varios una soga. Al otro extremo, un nudo sujetaba del cuello una estatua de bronce que, tras dar dos giros en el aire, impactaba de cabeza el suelo en la plazoleta del Rosario. Gonzalo Jiménez de Quesada, había caído en la madrugada del 7 de mayo. Esta estatua era la primera en ser derribada en Bogotá y la tercera atribuida a los misak (un pueblo indígena del Cauca), quienes resonaban sus tambores y flautas, en tanto la escultura estaba en el piso.

Las otras veces habían sido la estatua de Sebastián de Belalcázar derrumbado, primero en el Morro de Tulcán, en Popayán, durante el 2020 y en Cali en el 2021, en los inicios del paro nacional que atraviesa actualmente el país. En estos tres casos, los misak, enviaban un mensaje directo, haciendo uso de la memoria: poniendo en jaque la presencia de monumentos coloniales en el país.

«Los monumentos o los símbolos que erigen en diferentes ciudades de esta llamada Colombia, para los pueblos indígenas—no sólo para el misak—, significan un insulto», dice algunos días después de la acción Jefferson Chirimuscay, indígena del pueblo misak misak, del resguardo de Guambia en Silvia, Cauca, quien participó del derribo de la estatua. «[En] la expedición que hicieron los españoles en esa época, muchos de los pueblos indígenas fueron exterminados».

Estos hechos, representan parte de las luchas que son atribuidas, hoy en día, a los indígenas. La memoria, entonces, aparece como un elemento reivindicativo. Como refiere el geógrafo y doctor en historia Juan David Delgado, «la memoria y la historia, son campos en disputa. Eric Hobsbawm, en un texto que se llama Sobre la historia se pregunta, ¿cuál de los caminos al pasado, debemos elegir?». Este autor murió en 2012, su trabajo destaca por realizar un gran aporte a la historiografía contemporánea, «él dice, hay que repensar esa historia, hay que elegir cuál de los caminos del pasado queremos tomar. Si vamos a seguir reforzando la voz de los dominadores —de los que siempre han tenido historia—, o si vamos a reivindicar esos pasados de otros. Distintos de los que no fueron reconocidos», agrega Delgado, docente e investigador universitario.

Durante el paro nacional, han caído tanto «colonizadores», como figuras de la política colombiana. Cali, Neiva, Manizales, Pasto y Bogotá, han visto el desplome de varias estatuas, entre ellas están nombres como Sebastián de Belalcázar, Diego de Ospina, Gilberto Álzate Avendaño y Antonio Nariño. Históricamente, se han transformado o derribado varios monumentos. Desde la figura de El rey Jacobo II que, tras su lanzamiento a un río en 1688, fue derretido y transformado en parte de la Iglesia de Todos los Santos en Inglaterra. Hasta el derribo de la estatua de Stalin en 1956, a manos de manifestantes húngaros.

¿Qué tienen en común Cristóbal Colón, Edward Colston, Cecil Rhodes, Sebastián de Belalcázar y Leopoldo II? Las estatuas de estos hombres, en diferentes partes del mundo, comparten el destino de ser intervenidas, con resultados que incluyen el performance y la caída de monumentos.

El derribo de estatuas en Estados Unidos e Inglaterra, tuvo impacto bajo el movimiento Black Lives Matter en 2020; sin embargo, las luchas de los pueblos indígenas en Colombia, aunque posean elementos comunes con el derribo, distan sustancialmente con sus razones de actuar. Entendiendo como punto de partida, el espacio, que juega un papel sumamente significativo en el desarrollo de las luchas de los pueblos indígenas y, además, se correlaciona directamente con el derribo de estatuas en estos dos últimos años.

En la bandera misak, la tierra está representada por el color negro; pues la relación con el territorio está ligada íntimamente a la historia guambiana. Según el archivo que reposa en el Centro Nacional de Memoria Histórica, escrito por Mama Liliana Puchene Muelas, para el año 1535, el pueblo misak, contaba con 657 830 hectáreas, hoy en día quedan 33 316, reportando el 70 %, como área de reserva.

Chirimuscay me va contando, con paciencia, la importancia del territorio, mientras permanece sentado, por una herida que recibió en el pie ese 7 de mayo. «No es simplemente una demarcación de tierra. Incluye, por ejemplo, hablar del territorio en un todo. El suelo, el subsuelo y el espacio». Mientras, observo al lado suyo, al ‘Taita’ Antonio Márquez y su esposa, María Santos Tumiña, los dos con vestido guambiano, ambos del pueblo misak. Como la dualidad que está presente en su cosmogonía, lo masculino y lo femenino, así estaban ellos frente a mí.

Entonces, el ‘Taita’ Antonio Márquez —con una intervención muy franca y directa—, toma la palabra «nosotros estamos en Nukotrak, quiere decir que nosotros los misak, conocíamos este espacio el ‘Taita’, se refiere a la capital, Nukotrak, conocido también como el gran páramo. «No llegamos el 7 de mayo a un lugar que desconocíamos. Llegamos a visitar a un pueblo que fue humillado y a apoyarlo en la reparación de dignidad». Se sabe que los páramos se caracterizan por ser propicios para los nacimientos del agua y los Misak, como indican los archivos de la ONIC (Organización Nacional Indígena de Colombia), son: «la gente del agua», pues su mito originario, está asociado a los nacimientos de agua.

¿Cómo es posible entender hechos cómo el derribo de estatuas en el contexto del paro nacional, desde el pueblo misak? El ‘Taita’, añade que este momento es otra lucha más, «si usted ve al pueblo misak lo verá hace 150 años reivindicando el ser misak, el paro nacional, para nosotros no es un momento especial —es un momento más de las muchas luchas que se están llevando—. Nosotros lo que hacemos es vincularnos a esta actividad, porque nos evidencia lo que todo el tiempo hemos dicho». 

María interviene, con la misma fuerza que tiene su mensaje, «nosotros como pueblo misak tenemos la lengua materna, nuestro vestido propio y lo que nos hacen es meter en el pensamiento el miedo». Con ese temple que exponía María, sienta también su posición ante aquellos que se escudan tras el discurso del vándalo, «el miedo no nos asusta, seguiremos en la lucha. No será cada 4 años en un paro, seguiremos al diario vivir con nuestros quehaceres en el tejido y con nuestro vestido».

«Los pueblos teníamos conexiones, lo que sucede es que el usurpador, llegó, nos quitó esas conexiones y nos encerró en lo que ellos llamaron resguardos y encomiendas. Nos dijeron que ese era el espacio de nosotros y lo llamaron territorio», refiere el ‘Taita’ Antonio.

Para comprender la idea del «resguardo», desde la «Nueva Granada» hasta hoy, basta con ir a Cali, después del ataque armado hacia la minga indígena y luego, escuchar las «instrucciones» del presidente  Duque en la madrugada del 9 de mayo. Dijo que la ciudadanía «ha sufrido mucho» y pidió a los miembros de la CRIC «que retornen nuevamente a sus resguardos».

Sobre cómo se entienden las territorialidades desde esta «instrucción» y bajo la comprensión del «resguardo», en palabras de Delgado, «esto es algo que viene desde la «conquista», que consideraba que lo indígena y lo bárbaro era lo rural. Lo civilizado, lo europeo y lo castellano, era lo urbano. La territorialidad indígena no es solamente sus resguardos, lo cual es una imposición colonial».

En Cali, donde se encontraba una de las estatuas de Belalcázar, hoy yace una figura pequeña de una cabra, atribuida al escultor Álvaro Marques. En Bogotá, la alcaldía retiró al Bolívar de Los Héroes, tiempo después de que el IDPC (Instituto Distrital de Patrimonio y Cultura), dijera  en un comunicado que tenía «daños estructurales».

En la plazoleta del Rosario se han visto varias intervenciones posterior a la caída de Jiménez. Han pasado estudiantes, colectivos e indígenas, haciendo uso del espacio, transformando con pinturas, pedagogía y arte este lugar. El 20 de mayo habían puesto una estatua de Dilan Cruz hecha por el artista John Fitzgerald.

El 25 de mayo, regresé a la plazoleta del Rosario. No había rastro alguno de la recién puesta figura de Dilan, y a falta de la estatua caída de Quesada, se encontraban dos policías conversando y mirando de reojo —como si estuvieran esperando algo—.

Sin saberlo estaba por tener ante mis ojos, el ejemplo más claro de resignificación de espacios. Tras entrar por la carrera 6 con calle 12c, mirando hacia el piso, encontré muchas pinturas y frases, al llegar al centro de la plazoleta, alcé la mirada. Emergiendo por encima de las raíces, arbustos y flores, entre tantos mensajes y pancartas, había un muy colorido y también improvisado cartel, el cual pendía de un cordón verde y tenía escrito en mayúsculas «AVENIDA MISAK», entonces recordé al ‘Taita’.

 

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Carlos Borda
Trabajador Social. Maestrante en Periodismo. Amante de la música, (especialmente música clásica y rock/metal progresivo), inquieto lector de la mitología nórdica y afiebrado escritor de poesía y cuentos...