Columnista:
Ancízar Villada Vergara
En medio de la incertidumbre que vive todo el país por la ineptitud de los gobernantes de todas las regiones de nuestro territorio nacional, por la reforma tributaria de la miseria propuesta por el Gobierno Nacional, sumado a la tercera ola de la pandemia, hoy los colombianos presenciamos en las principales ciudades y en las zonas rurales cómo la población más vulnerable del país vuelve a poner trapos rojos en sus casas debido a las nuevas restricciones que se imponen desde el Gobierno nacional y las entidades territoriales, las cuales no brindan ningún tipo de seguridad alimentaria, ni económica que garantice una vida digna en medio del confinamiento, a las poblaciones más pobres de Colombia.
El fenómeno de los trapos rojos sería un éxtasis para el actual líder del Partido Liberal, el señor César Gaviria, impulsor del neoliberalismo en Colombia; lastimosamente para él y para los miembros de ese partido político en peligro de extinción, «el glorioso Partido Liberal» y sus simpatizantes no son la causa que lleva a que las personas pongan trapos rojos en las ventanas de sus casas, la causa es la miseria que ha impuesto el modelo neoliberal que se impuso mientras aún existía la hegemonía bipartidista en el país. Luego de la aprobación de la Constitución Política de 1991, que este año cumple 30 años, en lugar de imponerse el Estado Social de Derecho, se impuso el modelo neoliberal. Desde Gaviria, pasando por Samper, Pastrana, Uribe, Santos y ahora Duque, todos los gobiernos han impuesto el modelo que se basa en la privatización de derechos fundamentales amparados por la constitución: Salud, educación, vivienda digna, seguridad pública, etc.
Ahora bien, hasta párrocos desde la Iglesia se han pronunciado en contra de la miseria y el atraco disfrazado de ley que hoy denomina el Gobierno «Transformación Social Sostenible», al parecer algunos miembros de la Iglesia católica y sus representantes en el territorio nacional se muestran abiertos en acoger la doctrina franciscana del actual Papa Bergoglio, porque las reformas que propone el Gobierno, además de afectar a los más pobres, nos afecta a absolutamente todos los colombianos, por lo tanto, es de sentido común que hasta la iglesia que históricamente ha apoyado a regímenes conservadores hoy en día se pronuncie en contra de las propuestas miserables del Gobierno.
La indiferencia y la inconsciencia política son algunas de las causantes del estado en el que se encuentra el país, los gobiernos de todos los partidos y todas las clases aprovechan la falta de educación a la cual han condenado a la gran mayoría de colombianos, quienes consumen en su día a día productos basura de la televisión farandulera y de youtubers que nada aportan al intelecto, esta decadencia cultural y social cumple la función de mantener al pueblo inconsciente, indiferente y ajeno a las dificultades que sufre el prójimo, en nuestro caso, nuestros compatriotas de todas las ciudades y departamentos de Colombia.
Muchos se resignan a no votar, a no interesarse en las cuestiones políticas y sociales del país, con la vaga excusa de que «todos los políticos llegan a robar»; sin embargo, no se toman el tiempo de leer las propuestas de los candidatos, los proyectos políticos y económicos, nada de eso llama la atención de la gente. Lo que anteriormente denominábamos como “el país más feliz del mundo” es una fantasía macondiana, ser feliz no es embriagarse hasta los dientes con una garrafa de aguardiente y ron cada fin de semana, o viajar de vez en cuando cuando las vacaciones lo permiten, ser feliz es vivir con la conciencia tranquila, de saber que vivimos en armonía con los demás en el país que compartimos. Lastimosamente, la situación de privilegio en la que nos encontramos muchos nos ciega de ver lo que le sucede a los demás, no podemos seguir siendo cómplices de un modelo político y económico que ha condenado a los países de América Latina y el mundo al aumento de las desigualdades sociales: el neoliberalismo, que se disfraza de tecnicismo con los ministros de Hacienda de turno, o los directores de Planeación Nacional, quienes nos pintan a los colombianos un cuento de hadas como si fuéramos un país próspero donde nada está mal, nos comparan con los países miembros de la OCDE, países industrializados, con salarios mucho más altos de los que tenemos en Colombia. Pero el Gobierno, aprovechando que Santos nos metió en esa organización, nos compara con ellos al argumentar que los colombianos «pagamos pocos impuestos». Impuestos pagamos todos los días.
No creo que ningún colombiano sienta tristeza en pagar sus impuestos de manera consciente si supiéramos que esos recursos van destinados a esas poblaciones vulnerables que hoy ponen trapos rojos en las ventanas de sus casas, lastimosamente ese dinero termina en bolsillos de los amigos de lo ajeno: los políticos corruptos.
Todo el aparato estatal (desde presidentes, congresistas, el aparato judicial) nos cuesta anualmente sumas estrafalarias de recursos públicos, solo contando los gigantescos salarios de aquella burocracia dorada mantenida por el pueblo colombiano, quienes ganan más de 30 millones de pesos mensuales, eso sin contar los 50 billones de pesos que la corrupción en todos los ámbitos de la administración pública se roban todos los años.
¿Dónde está la austeridad republicana? ¿El pueblo tiene que apretarse el cinturón pero la burocracia dorada del Estado se afloja el cinturón para dejar salir su panza llena de los impuestos que todos pagamos? No dejemos que la indiferencia y la inconsciencia política nos lleve al abismo de una mafia del poder hambrienta de más dinero para esconderlo en sus paraísos fiscales. Basta ya.