Xi Jinping, presidente de China, invitó a que más naciones participen en la Nueva Ruta de la Seda en el segundo Foro Internacional de la Franja y la Ruta. Una propuesta comercial que propone unir a Europa y África a través de Asia Central.
125 países y 29 organizaciones internacionales firmaron su adhesión oficial al proyecto. Incluido Ecuador, Panamá, Costa Rica, Perú y Chile a nivel latinoamericano e Italia a nivel europeo. La cumbre cerró con acuerdos por 64 millones de dólares para financiar infraestructura y economía digital.
La propuesta causó escepticismo en otros países, como Corea del Sur y Japón, al considerar que podría incentivar la corrupción y la competencia desleal, porque la mayoría de los proyectos serán liderados por empresas chinas. Además, causó preocupación que la iniciativa no cuente con estudios de impacto ambiental.
¿Por qué nació el megaproyecto?
Hace 40 años China abrió sus puertas económicas al mundo. Con la muerte de Mao Tse Tung y el ascenso de Deng Xiaoping el país inició una estrategia para salir del atraso. Dejó a un lado su pasado agrícola y, tiempo después, aseguró su lugar como la segunda mayor economía global después de Estados Unidos.
En el 2013 Xi Jinping anunció oficialmente en Kazajistán y luego en Indonesia, el cinturón económico de la Nueva Ruta de la Seda para impulsar el comercio internacional, los flujos de inversión y el intercambio cultural con una ruta terrestre y otra marítima.
El nombre alude a los caminos tradicionales que usaron los mercaderes para transportar seda desde Asia a Europa. En similitud a la estrategia de Gran Bretaña en su periodo imperial, China bajo su liderazgo busca fortalecer una red de infraestructuras de extracción, suministro y transporte seguro de materia prima y energía.
La ruta permitiría potenciar el mercado de la región asiática, promover la inversión y el consumo, al crear demanda y nuevas oportunidades de empleo. Con el impulso del mercado interno chino, la industrialización de regiones aledañas deprimidas y la redistribución territorial.
A largo plazo conectará las costas chinas con el estrecho de Malaca y el Océano Índico, hasta llegar al Golfo Pérsico y las costas de África. Mediante una red ferroviaria, portuaria, aérea y de telecomunicaciones, con un cableado de alta tecnología y oleoductos que la alimentan.
Las indefensas implicaciones geopolíticas
La Nueva Ruta de la Seda incluye a más de 65 países que reúnen el 70 % de la población global, el 75 % de las reservas energéticas del planeta y el 55 % del PIB mundial. Lo que conformaría un núcleo de poder chino, que podría modelar a su acomodo las relaciones internacionales y estructurar una nueva normatividad comercial.
De acuerdo con Favio Leiva, investigador del Centro de Estudios sobre China y Asia-Pacífico de la Universidad de Palermo, “China quedó excluida del Acuerdo Estratégico Transpacífico (TPP), lo que fomentó una dualidad de bloques comerciales, una disputa con Estados Unidos. La ruta busca legitimidad política con valores económicos rejuvenecidos”.
China quiere convertirse en el Estados Unidos del futuro. En un eje que defina el rumbo de la economía mundial, al tener el dominio sobre los acuerdos mega regionales y las vías de intercambio comercial, que definirán las relaciones multilaterales en la política exterior de, hasta el momento, 125 países vinculados a la propuesta.
Si el plan de Xi Jinping alcanza sus metas en los próximos años, la moneda china podría sustituir al dólar en las transacciones globales. Con la priorización de las empresas privadas reguladas por el Estado chino, la creación de zonas de libre comercio y el Fondo de la Ruta de la Seda que manejará el dinero y los préstamos de los países firmantes.
Para María Angélica Rojas, internacionalista de la Universidad Javeriana, “el problema radica en que las prácticas de contratación, compra y venta en el panorama económico chino, podrían hacerse por fuera de los entes regulatorios y los procedimientos establecidos por las normativas internacionales”.
Pero no todo está resuelto para China. Su proyección económica tendrá que desenvolverse en medio de las tensiones ancestrales entre los países del Sudeste Asiático y los de Medio Oriente. Por ejemplo, con el acuerdo comercial, tendría que trabajar con India y Pakistán que mantienen una rivalidad histórica.
Además deberá enfrentar la desconfianza que tienen con Pekín los dirigentes de Asia Central y la amenaza latente que presupone abrir un intercambio comercial en países afectados por el terrorismo islamita.
La Nueva Ruta de la Seda, que vincula la inversión en varios países con la expansión de mercado chino, no surge como una acción filantrópica o una colaboración desinteresada al desarrollo mundial, sino que aumenta la influencia de China en el escenario económico global y desestabiliza la concentración de poder actual.
La superpotencia subyugará a quien acepte su dominio, encantado, con la supuesta promesa de un desarrollo económico generoso. Si en el 2050 culmina con éxito el proyecto, todas las rutas comerciales conducirán a China y convertirán al gigante asiático en el centro del mundo. En el lugar donde se hará realidad el sueño imperialista que borró del mapa la supremacía de Estados Unidos y la soberanía comercial del resto de países.