Columnista:
Mauricio Ceballos
Cada cierto tiempo veo en las redes sociales mensajes que se van volviendo cadenas en las que un tema con pretensiones de profundo, se quiere exaltar la generación de hombres y mujeres que al día de hoy, son los ancianos, o como se dice políticamente correcto, nuestros adultos mayores.
En dichos mensajes o cadenas se expresa, no con cierto tono de benevolencia, que ellos (los viejos de hoy) eran más sanos, que jugaban en la calle sin enfermarse, que las cosas les duraban más, e incluso que hasta la ropa se heredaba de los hermanos mayores y un sinfín de cosas que, no quiero decir que no sean ciertas, pero, como dice la canción de La Maldita Vecindad: “[…] fuiste pachuco, también te regañaban […]”. Con esto quiero significar que simplemente, también tenían sus vicios, sus juegos, sus excesos y todos aquellos componentes propios de la juventud.
Decía un mensaje que leí recientemente en Facebook: “somos la última generación que obedeció y respetó a sus mayores”.
Mi crítica contra esas cadenas o mensajes en las redes sociales, es que simplemente quieren hacer parecer que las cosas, los juegos, y hasta los vicios de antes, son más inofensivos que los de hoy. Como si el paso de los años los hubiese curado de una mala moral y ya viejo se vean como simples pilatunas.
No. Creo que cada generación tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Y con esto no quiero que se me mal entienda y esté ofendiendo a nuestros viejos. No, lejos de mí tal pretensión. Lo único que pretende este escrito es que se deje de romantizar una época u otra; porque cada tiempo conlleva sus temores, prejuicios, errores y alegrías. Hoy se sataniza por ejemplo el reguetón; y a mí no me gusta, pero si a un joven de ahora solo se le propone ese tipo de música, no podemos pretender que conozca los clásicos. Comentamos que nuestros adolescentes pasan todo el tiempo “pegados del celular”, como dicen las mamás; pero si eso es lo único que sus padres les han proporcionado, no podemos pretender que se lean un libro si no les hemos dado ese ejemplo desde su niñez.
“Que los viejos no se obsesionan con la Internet”, claro, en su época no había Internet, pero sí juegos de mesa y la calle, como suministro permanente de toda clase de cosas buenas y malas.
La juventud, pertenezca a la generación que sea, siempre será criticada por los viejos; de hecho, es más que conocida la frase de que “todo tiempo pasado fue mejor”, como una manera de añoranza a los tiempos idos. Sin embargo, el rechazo por las actitudes y comportamientos de los jóvenes es perenne y siempre se les ha tachado de inmaduros, necios o, por lo menos, de mal educados. Recordemos que ya en la época de Sócrates, pilar del pensamiento occidental, se criticaba a los jóvenes:
“La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”.
Tal pensamiento tiene por lo menos 25 siglos y ya se hablaba de esa incorrección propia de los hombres y mujeres jóvenes. Pero es que es la juventud la que lleva el ritmo de los cambios en la vida. Es la juventud la que generalmente pone el dedo en la llaga, en los problemas o padecimientos de una sociedad. La juventud es pues, el motor de la evolución del comportamiento colectivo; porque con el devenir de los años, las conductas, saberes y creencias de una generación se van oxidando. Y es ahí donde nuevos saberes, nuevas percepciones y hasta nuevos conceptos, entran a enriquecer la vida en sociedad. Ergo se necesita una juventud que cuestione, que se extralimite y que desespere a sus mayores. Porque la polifonía de criterios hace más incluyente una sociedad. Si nos quejamos de la falta de educación de nuestros jóvenes, no es a ellos a quienes debemos cuestionar, es a las generaciones precedentes a quienes deben pedírseles una rendición de cuentas en tal sentido.
Es lícito en este punto preguntarse por ¿cómo se están haciendo las cosas en nuestras familias? ¿Qué tipo de educación le estamos brindando a nuestra juventud? ¿Cuál es el ejemplo en la administración de lo público que le estamos transmitiendo a nuestra infancia y adolescencia?
Me parece que como sociedad debemos revisarnos antes que criticar. Las generaciones deben aprender mutuamente de sus errores y celebrar con alegría sus aciertos. Porque es así, la única forma de avanzar como civilización.
En suma, si se quiere que nuestros jóvenes sean “mejores personas” cuando sean grandes, eduquémoslos para ello, pero sin cortarles las alas para que sigan proponiendo, debatiendo y siendo rebeldes, pues es la mejor opción para que se evidencie el crecimiento de una sociedad.