En La Hormiga, Putumayo, hace 15 años, en la época de la bonanza de la coca, un hombre fue sorprendido en el río agregándole agua a las tinajas de leche que vendía y las Farc lo asesinaron por eso. Los “muchachos” (la guerrilla) y los paramilitares administraban “justicia” por mano propia de forma cruel y expedita, al igual que en gran parte del territorio colombiano donde la principal presencia del Estado se limitaba a unos pocos policías como carne de cañón.
Nadie del pueblo cuestionaba esa ejecución pues era la manera como se hacían las cosas en ese lugar inundado de coca, plata mal habida y asesinatos diarios. La locura del conflicto armado y el narcotráfico convirtió a un pueblo miserable en el centro de una lucha de poder entre todos los grupos involucrados en la guerra y las reglas de la vida cotidiana se vieron reemplazadas por una laxa relatividad moral y por la zozobra de la muerte respirando en la nuca. La Hormiga, Putumayo, no pertenecía a Colombia sino de nombre pues era un pueblo salido de un Estado fallido estilo Sudán del sur o Somalia.
Mas recientemente, el martes 1 de diciembre de 2015 para ser exactos, las cámaras de Noticias Caracol captaron a una chica bogotana llamada Natalia impidiendo a un grupo de gente común de repente convertida en turba linchar al joven que le había robado su celular. De inmediato el noticiero hizo una rápida encuesta entre bogotanos a los cuáles preguntaban si estaban de acuerdo con linchar a un ladrón capturado en el acto y con excepción de una señora que dijo que consentía en lastimarlo pero solo un poco, los demás reconocieron que permitirían el linchamiento.
Es verdad que todos los colombianos, con la excepción de quienes tienen escoltas, hemos sido víctimas de la delincuencia común. Cada vez en mas casos esos delincuentes matan por robar un celular, una bicicleta o una moto, y producen heridas emocionales en los familiares de sus víctimas casi imposibles de superar. La Policía solo aparece cuando el crimen ha sido cometido y aún capturado el ladrón o asesino en flagrancia sale libre porque la justicia penal en nuestro país es ineficiente hasta el extremo.
Sin embargo, aún con la criminalidad rampante en las capitales del país, ni Bogotá ni Medellín, Cali, Barranquilla o Bucaramanga son La Hormiga, Putumayo, hace 15 años. En estas capitales existe la ley impuesta por las autoridades gubernamentales (aunque siguen existiendo zonas donde las pandillas son la ley) y la comunidad no está en medio de una guerra campal producto del narcotráfico. Además la escolaridad, la educación de los habitantes de estas ciudades es un poco superior a la de La Hormiga, lo cual aunque no hace mejores personas si debería formar mejores ciudadanos.
¿Por qué entonces los ciudadanos de las capitales antes citadas parecen tan propensos a perder su racionalidad y convertirse en turbas capaces de matar a un delincuente capturado en flagrancia por la policía o la comunidad? ¿Es descargada en ese ladrón la rabia y la frustración colectiva por el exceso de delincuencia? ¿O es el deseo de tener poder frente a quien nos atemoriza lo que provoca esa reacción desmedida?
Quizás esos integrantes de la turba solo buscan golpear a alguien impunemente, amparados por el odio de la masa, o tal vez sienten igual que los guerrilleros de La Hormiga y todas las infracciones, todo lo que rompa la ley, debe ser castigado de forma cruel y expedita con la muerte.
Cuando un delincuente roba o mata rompe una ley, una convención social respaldada por el poder del Estado que existe para protegernos los unos a los otros y evitar caer en la anarquía. Capturar a ese criminal, llevarlo a juicio y condenarlo a una pena en prisión es la manera en que el orden vuelve a ser restablecido y todos podemos vivir de nuevo en armonía, confiando en que el Estado nos protege de igual manera porque somos iguales ante el en derechos y responsabilidades.
La justicia por mano propia no es un acto de solidaridad humana, es un acto de individualismo que fragmenta las bases de aquello que supuestamente como turba se desea vengar o proteger.
La justicia por mano propia es la máxima expresión de menosprecio hacia la Nación y un irrespeto absoluto de nuestros deberes y derechos como ciudadanos. La turba no es vox populi, no es democracia, no es vox dei. Una turba es exaltación, ira, odio, violencia. Es apagar la razón y la moral y volverse cavernícolas de la edad de piedra peores que las personas a las que castigan.