El atentado cometido en Barcelona por una célula yihadista fue el séptimo que, desde comienzo de año, realiza el terrorismo islámico con la modalidad de una furgoneta lanzada para atropellar a una multitud. El plan original era otro: llenar las furgonetas de bombonas de gas y hacerlas estallar entre la multitud o destruir el emblemático templo barcelonés de la Sagrada Familia.
Algo falló en los preparativos la noche anterior en una casa de un pueblo llamado Alcanar, fuera de Barcelona, y los terroristas pusieron en marcha el plan B, que resultó siniestramente eficaz. Quince muertos y decenas de heridos inocentes es el balance de un hecho que ya va resultando aterradoramente frecuente.
Pero algo falló también en la prevención por parte de las fuerzas de seguridad españolas y por parte del gobierno catalán. Una célula de doce terroristas muy jóvenes, alguno menor de edad, sin preparación, sin pericia, preparó durante meses este horror y nadie lo detectó. Ahora se sabe que la CIA norteamericana había advertido de un atentado en Las Ramblas de Barcelona, alerta que fue ignorada.
La vivienda de Alcanar, en donde se preparó el atentado, era un inmueble ocupado ilegalmente, con más de cien bombonas de gas y material explosivo. Nadie se preocupó por esa ocupación ilegal y la policía local no compartió con la policía nacional la información cuando explotó lo que creían que era un laboratorio de drogas. No se llevan bien con la central de la policía nacional en Madrid.
A pesar de la advertencia que habían hecho las autoridades francesas, después del atentado de Niza el 18 de julio del pasado año, con la misma modalidad de camión lanzado contra la multitud, las autoridades catalanas no tomaron la prevención de poner bolardos o elementos que impidiesen la entrada de un vehículo a una zona peatonal tan concurrida como son Las Ramblas de Barcelona. Las sugerencias llegadas de Madrid suelen resultar incómodas.
Y por último pero no menos importante, llama la atención la personalidad del clérigo musulmán que adoctrinó a los muchachos durante casi dos años. Realizó su labor proselitista impunemente, en Ripoll una localidad de 10.000 habitantes en donde, cómo en casi todos los pueblos pequeños del mundo, la gente termina sabiendo más o menos qué hacen los vecinos. Viajó a Bélgica, país con importante población musulmana en barrios que han sido refugios de terroristas. Fue rechazado como imán en ese país por su pasado judicial, con una estancia en la cárcel de más de dos años por tráfico de drogas.
Todo lo anterior ocurrió en el contexto del pulso que mantiene el gobierno regional de Cataluña con el gobierno central de Madrid por un referéndum independentista convocado para el 1 de octubre. Es decir, mientras el gobierno catalán anda enfrascado en riñas y litigios independentistas con Madrid, los yihadistas preparan una matanza.
Otro detalle del contexto es que en Cataluña se encuentra la mayor población musulmana que hay en España. Gracias a una política que ha favorecido la llegada de emigrantes de lengua árabe en detrimento de la emigración de latinoamericanos, como ha ocurrido en otras regiones de España, para que no se oiga tanto el idioma castellano —esto no lo dicen abiertamente— en una región que está reivindicando en este momento especialmente su identidad cultural, la lengua catalana de manera particular.
Bien, todo esto son cosas que ahora niegan los nacionalistas, alguno de cuyos dirigentes ha aprovechado esta dolorosa circunstancia para sacar pecho por la actuación de la policía local, como diciendo: “miren ustedes, que estamos preparados como estado para cuando seamos independientes con fuerzas de seguridad profesionales”. Además de utilizar los focos de la comunidad internacional sobre Cataluña por el atentado, para hacer manipulación histórica sobre el territorio: a un medio anglosajón de hablaron de “una nación con mil años de historia”. No queda claro en qué libro de historia está semejante ficción.
Ahora negarán su torpeza, su aprovechamiento propagandístico y su utilización sesgada de la realidad histórica. Pero lo que cuenta son los muertos y las lecciones que se deberían sacar de esta tragedia. La democracia en Europa está amenazada por haber dejado desarrollarse a unas comunidades islámicas bajo sus propias normas durante décadas. En España concretamente, un personaje tan nefasto como José Luis Rodríguez Zapatero que iba pregonando una fantasmagórica “Alianza de Civilizaciones” con el islam, han hecho mucho daño con su simpleza y necedad.
El mundo islámico desconoce un concepto tan elemental en Occidente como la separación de lo religioso y lo civil, desconoce una revolución ilustrada, y en muchas mezquitas los líderes espirituales de la yihad siguen predicando una doctrina de odio a Occidente y de violencia como si estuviéramos en el siglo XII.
De estas cosas no se suele hablar porque resultan de una tremenda incorrección política, pero mientras Europa siga callando en aras de la multiculturalidad tendremos que prepararnos para que en un futuro la muerte a manos de un fanático musulmán en una playa, en un café, en un paseo peatonal, pase a formar parte de la vida cotidiana.