No ha alcanzado el país a digerir el resultado de las elecciones presidenciales, ganadas por el viejo continuismo bipartidista en cabeza de la élite bicentenaria que ha gobernado a Colombia, cuando una ofensiva criminal de exterminio y terror ha sido lanzada contra el movimiento democrático y popular con el objetivo de borrar del mapa el liderazgo de base que se ha formado a lo largo de décadas de lucha y resistencia.
Es la vieja estrategia de guerra contrainsurgente que se extiende como mancha roja y que muchos creímos que el acuerdo de paz con las FARC ayudaría a superar. Pero cuán equivocados estábamos, pues en el lapso que se produce al final del mandato del presidente saliente, un fallido Juan Manuel Santos, y el inicio del entrante títere Iván Duque, implementan la estrategia de exterminio sistemático contra el liderazgo social de base. Se equivocan si piensan que no tenemos la memoria viva de lo que fue esa política criminal contra los movimientos populares desde los años 80.
Al parecer, tienen la orden de acelerar el gatillo, es el mejor momento para la estrategia de muerte: no hay quien gobierne, ni hay quien se erija en autoridad para detener la matanza, a pesar de las declaraciones de preocupación de la ONU y la comunidad internacional. Al fin de cuentas, esas declaraciones y condenas están mandadas a recoger, esa etapa ya está superada en el caso colombiano, no bastan declaraciones, sino acciones concretas y sanciones, y eso no está en la agenda de las potencias que tienen como aliada a Colombia en la OTAN y la OCDE, los últimos obsequios de Santos, quien no se inmutó por hacer una consulta al pueblo sobre decisiones concernientes a la soberanía nacional.
Lo frustrante es que muchos creímos superada la estrategia de exterminio contra las bases campesinas y líderes sociales por el acuerdo de paz firmado entre Santos y las FARC que estuvo a punto de completarse con el ELN y que queda en veremos a partir del nuevo gobierno de derecha que apuesta por el sometimiento completo, sin espacio al diálogo y la concertación.
Creímos, casi ciegamente, que entrábamos en un período de transición y reconciliación donde el respeto por la vida del opositor o contradictor iba a ser la columna vertebral del proceso. Y lo que hemos visto es un retroceso dramático y trágico, por decir lo menos. Un incumplimiento de lo fundamental del acuerdo.
¿No se apostó porque cesaran el enfrentamiento armado para que surgiera vigorosa la batalla de ideas? Armas por ideas, fue la filosofía que acompañó a los diálogos. Pero todo apunta a una nueva traición y frustración. Y nos equivocamos, no era el Estado y sus instituciones las que estaban detrás del acuerdo, sino una delegación de un gobierno en franco declive e incapaz de comprometer la institucionalidad, y una delegación de una guerrilla que tenía un país y la opinión pública en contra, que se expresó en un rechazo mayoritario de la población.
No obstante, el acuerdo con las FARC le entregó al país una guerrilla de más de 7 mil combatientes, desarmada y la mayoría reincorporados a la vida pública, aunque también es un hecho que los están eliminando lentamente, como a los líderes sociales, lo cual ha llevado a que los principales tributarios de esta nueva frustración sean las disidencias y otros grupos armados ilegales. A parte de que pende sobre la dirección del nuevo partido FARC la cárcel o la extradición, y la advertencia de despojarlos de los derechos políticos para que no ejerzan las diez curules acordadas.
No es para hacer el balance de los acuerdos en este texto, pero lo que más dice es el hecho del exterminio del movimiento social, disperso aún, pero dispuesto a juntarse, resistir y unir en una sola voz el rechazo contra el asesinato de líderes sociales.
Esa voz multitudinaria y solidaria se dejó sentir este viernes 6 de julio en todo el país. Una inmensa muralla humana unida que resista en las calles y plazas públicas será la prueba de fuego que mostrará hasta dónde ha crecido la indignación en Colombia. De lo contrario a contar y enterrar a cada hermano, a cada hermana impunemente asesinados cada día, en cada rincón del país como lo hacíamos en los años 80s, como se viene haciendo a lo largo de décadas.
Ha despertado una amplia ciudadanía, libre, consciente y dispuesta a no callar ni cruzarse de brazos ante la estrategia de miedo. Esa amplia ciudadanía se expresó ya por el cambio el 27 de junio con su voto de confianza por la propuesta de una Colombia Humana. Esos más de 8 millones de emancipados de la influencia que ha ejercido la extrema derecha y el bipartidismo ha empezado a manifestarse y hoy grita a viva voz: “Ni un hombre, ni una mujer, ni un peso para la guerra.” Esa multitud indignada se suma a la movilización porque ha comprendido que no basta manifestar la voluntad política libre y soberana en el voto, sino que hay que expresarla en la plaza pública y en las calles.
Pero no hay que confundirse. La estrategia de exterminio de líderes sociales en las regiones y zonas donde ha crecido y ganado apoyo la propuesta de la Colombia Humana, tiene como objetivo eliminar la posibilidad de ganar los gobiernos locales, municipales y regionales hacia la contienda electoral de 2019.
En tanto las fuerzas del cambio están avanzando para consolidar el movimiento político que los derrotará dentro del marco del Estado liberal y bajo las reglas del juego que han impuesto, por eso nos temen, por eso nos eliminan.
Se avizoran negros nubarrones que se mezclan y tiñen de colores oscuros y rojos, grises y negros, con azules, claros y arcoíris sobre el cielo claro y el paisaje esperanzador de la nación. Es el anuncio de la lucha a muerte entre lo viejo que se niega a morir, y lo nuevo que se esfuerza por nacer. Es la lucha entre la horrible noche que no termina, y el nuevo día que no ha llegado, pero que deja ver su aura de luz en la distancia. El 6 de julio el país y el mundo sintieron una inmensa manifestación de vida.
Ante la ofensiva de terror y exterminio del movimiento y su liderazgo de base, nos queda la movilización y la resistencia. Está en marcha el sujeto del cambio, el constituyente primario en Colombia.
Fotografía: Matheo Agudelo.
Los delegados de las FARC en La Habana, Cuba, tienen su parcela de resposabilidad al creer le en la °palabra empeñada» por los delegados del Estado. Parecían creer de verdad que unos acuerdos en el papel les garantizaría hacer política sin armas y que nadie les molestaría. Y ahora qué?
Los colombianos bien intencionados lamentamos los asesinatos de líderes sociales. Pero es mucho más lamentable que quien lidera esta cris mortal, es el mismo que reclama cinicamente por su reivindicación, como aquel que tira la piedra y esconde la mano. Se equivoca el señor Petro que con su verborrea incendiaria, el país sensato caerá en su juego. El nuevo gobierno estará en cabeza de un hombre sin mácula guerrillers, hará un buen gobierno, serio y ponderado.