Columnista:
Germán Ayala Osorio
Terminó el Mundial de Fútbol y lo ganó Argentina. Millones de televidentes alrededor del planeta vieron los partidos y, otros tantos, la gran final entre Francia y Argentina. Esa atención desmedida hacia este deporte espectáculo se explica porque el mundo es básicamente masculino y masculinizante. Así es también en la política: mandan machitos y muchos de estos, con ganas de hacer la guerra y de probar virilidad.
Es tal la fuerza gravitacional del fútbol, que solo basta con decir Mundial de Catar para que quede entendido que se hace referencia a hombres en la categoría mayores.
Los otros eventos del mismo deporte, incluidos por supuesto los torneos femeninos que acaban de pasar, no tienen la acogida que tuvo el que acaba de coronar a Lionel Messi y a sus compañeros de la albiceleste como los campeones del mundo. Está en discusión si son, realmente, los «mejores del mundo».
Cuando los periodistas deportivos dicen y titulan sus notas con la frase «el mundo se rinde a los pies de Messi», están diciendo, realmente, «el mundo se rinde a los pies del fútbol masculino de mayores». Como en este y, otros casos, se trata de hombres-niños que lloran por las derrotas y disfrutan a rabiar de los triunfos.
Al revisar lo que como especie hemos hecho al planeta, a los animales no humanos, a millones de homínidos sometidos por violentos regímenes y, a los ecosistemas naturales, encontramos acciones propiamente de machos: las guerras, los esfuerzos ingentes por someter a la naturaleza —así como también a culturas consideradas como premodernas y a pueblos enteros asumidos como bárbaros— son acciones propias de hombres. Por supuesto, las violaciones de mujeres en las guerras, asumidas estas como «trofeos de guerra», hacen parte del largo listado con el que se confirma que este mundo es, fue y seguirá siendo, infortunadamente, masculino.
Se acabó el Mundial y, como sucede cada cuatro años, el mundo seguirá girando y el ser humano exponiendo su perversidad, su ingenio (el malévolo y el positivo), sus locuras, colectivas e individuales. Durante un mes, millones de seres se distrajeron, disfrutaron y pudieron sentir, en millones de casos, algo de tranquilidad, fruto del entretenimiento que brinda el fútbol.
Otros, comprendieron, por primera vez, que el fútbol es un vulgar negocio y que la FIFA es la más grande matriz de donde se desprenden los tentáculos de la corrupción que lidera e inspira esa enorme corporación.
En su momento, Diego Armando Maradona, el 10 argentino, llamó «ladrones y mafiosos» a los dirigentes de la FIFA. Para muchos, el encanto de Lionel Messi Cuccittini, el también 10 argentino, está en que jamás se ha referido a la dirigencia del fútbol de la manera «desobligante» que lo hizo su antecesor. Lo máximo que se ha atrevido a decir el hoy campeón del mundo es: «qué miras bobo, andá pa’llá, andá pa´llá»
Hoy se habla del campeón y ya quedaron en el olvido los trabajadores que murieron construyendo los estadios en Catar, la persecución a homosexuales en ese Emirato y el sometimiento de sus mujeres, legitimado culturalmente. La guerra entre Estados Unidos y Rusia, adelantada en Ucrania, quedó relegada por el fútbol. Mientras unos hombres juegan a la guerra, otros juegan al fútbol. La crisis climática y el trasegar de millones de migrantes pobres, también perdieron interés. A eso se redujo el mundo durante un mes. Dentro de poco tiempo periodistas deportivos de todo el planeta, afectos a la FIFA y, que no se atreven a criticar a sus dirigentes, nos recordarán que vienen las eliminatorias para el próximo Mundial a jugarse en tres países de América (Estados Unidos, Canadá y México). Nuevamente, viviremos lo mismo y esta columna se podrá volver a publicar para decir lo mismo.