Los últimos días han estado cargados de consternación y repudio por el Teletón y todo lo que representa. Un rechazo que se ha alimentado de las verdades escondidas detrás del show, el dinero y el dolor: una IPS que, bajo el manto de donaciones y ayudas, se ha enriquecido; unos canales que utilizan el dolor y las dificultades de cientos de personas para mantener absortos frente a la televisión a muchos colombianos, ganando rating en el proceso; y una población ignorada (excepto por un día), o aún peor, reducida a desamparados, merecedores solo de nuestra lástima y nuestras migajas.
Ojalá este repudio, justificado y al cual apoyo totalmente, nos alentara a ir más allá y preguntarnos: ¿no es acaso el Teletón solo el reflejo de nuestra desinteresada e indolente sociedad? Una sociedad que convive con la discriminación y el rechazo hacia aquel que consideramos menos apto simplemente porque padece una discapacidad, una que convierte en ciudadanos de segunda clase a quienes debería proteger.
El nuestro es un país que a diario ve al anciano transformado en mendigo, viviendo en un semáforo, culpa de nuestro desinterés y nuestra ignorancia al creer que su edad lo convierte en un inútil, obligado a sobrevivir de las limosnas de quienes se apiaden de su miseria; uno que a ratos se percata del joven en silla de ruedas que vende cualquier cosa en la calle, privado de la posibilidad de trabajar, derrotado bajo la creencia de que su incapacidad para caminar lo hace menos apto, como si su cuerpo no fuera más que un lastre, como si su mente no funcionara ya.
Somos esa sociedad, que le pone calificativos tan ofensivos como “retrasados” a niños que nacen con una capacidad mental diferente a la nuestra, niños que actúan y ven en el mundo más que dinero y poder, niños que de otra forma podrían ser luces de esperanza en un mundo lleno de rechazo y odio. Somos la sociedad que se molesta cuando un enfermo se sube al transporte público, orden médica en mano y a veces mostrando la causa de su enfermedad, suplicando unos pesos para poder costear una dolencia que los hospitales y el sistema de salud se niegan a tratar.
Somos la sociedad que se jacta de su susodicha superioridad al burlarnos del que no puede oír, al hacerle gestos al que no puede ver, al atacar al que no se puede defender como nosotros, aprovechándonos de sus problemas de una forma tan vil y rastrera, que debería avergonzarnos por el resto de nuestras vidas.
Somos la sociedad que señala y etiqueta de menos valioso y productivo al discapacitado, ignorando que lleva años demostrando que puede realizar las mismas tareas que nosotros, y más de una que nosotros no podríamos soñar, eficazmente. Somos la sociedad que se ha atrevido incluso a decir que ciertos niños, a razón de tal o cual enfermedad, ni siquiera deberían nacer.
Eso sí, también somos la sociedad deseosa de demostrar nuestra superioridad, nuestra magnanimidad, y por un día poner en el centro a los que no la han tenido tan fácil como nosotros, convirtiéndolos en los protagonistas de la mendicidad, merecedores solo de un par de palmadas en la espalda, algunas migajas que no cambian nada, y listo: nuestra conciencia tranquila, nuestro deber cumplido. Y ustedes, si son tan amables, vuelvan a ser invisibles.
Y por eso es que nos molesta tanto el Teletón, porque es el epítome de nuestra ignorancia, de nuestro rechazo y nuestras burlas, convirtiendo la mendicidad que todos presenciamos a diario, en un fenómeno de proporciones impensables en otros países. Detestamos el Teletón porque es nuestra creación, porque nos avergüenza ser tan cortos de mente, porque nos duele conocer las condiciones en las que vive el que no es como nosotros, nos avergüenza la decadencia a la que algunos se han visto obligados a caer, a la que nosotros, nuestro Estado y nuestra sociedad, los ha empujado.
Por eso debemos ir más allá, no solo repudiar el Teletón, sino trabajar por visibilizar a todos los que padecen cualquier incapacidad, dándoles un lugar en nuestra sociedad, como iguales, apoyando la construcción de lugares que los incluyan, creando trabajos que los acepten, y aunando esfuerzo y recursos con las organizaciones que realmente cambian la vida de estas personas, al darles la posibilidad de crecer personal y profesionalmente.
Debemos darle las herramientas para que ellos prueben por sí mismos que son valiosos, que son más que historias desgarradoras, que son ciudadanos en pleno derecho, con aptitudes y defectos como todos los demás, aptos para cumplir con las obligaciones que nos atañen a todos, aunque de una forma diferente. Y así no solo erradicar el Teletón, sino también nuestra ignorancia, y empezar a verlos por más que sus limitaciones.