Los ritos son la entrada secreta para explicar las diferentes manifestaciones culturales de la humanidad. Uno de los primeros rituales fue el de “iniciación”. Este rito ocupa un lugar importante en las sociedades antiguas debido a que son ejercicios de separación, donde, el iniciado, en un intervalo de retiro, deja atrás un modo de vida para introducirse a un nuevo modo de vida.
Por ejemplo, en los aborígenes de Australia, unas de las pruebas de iniciación es el rito de la circuncisión, el cual, el niño es separado de la madre y llevado afuera de la sociedad por los hombres. Géza Róheim escribe en The Eternal Ones of the Dream: “Cuando el muchacho de la tribu murngin va a ser circundado, sus padres y los viejos le dicen: “El Gran Padre Serpiente huele tu prepucio y lo pide”. Los muchachos creen que esto es literalmente cierto, y se aterrorizan en extremo. Usualmente se refugian en su madre, en la madre de su madre o en algún otro pariente femenino favorito, porque saben que los hombres están organizados para llevarlo al terreno de los hombres, donde la gran serpiente brama. Las mujeres se lamentan en alta voz junto a los muchachos durante la ceremonia; esto es para que la gran serpiente no se los trague”. Sí el niño supera dicha prueba, éste puede integrarse en la sociedad como adulto.
Los orígenes de la tauromaquia es otro gran ejemplo del rito de iniciación. En el antiguo Imperio Romano el niño debía representar el antiguo mito del dios Mitra, como rito de paso de la niñez a la vida adulta. El dios Mitra nació cerca de un manantial sagrado. En el momento de su nacimiento llevaba el gorro frigio, una antorcha y un cuchillo. Una ocasión el dios encontró al toro primordial que estaba pastando en las montañas. Fue una lucha a muerte. Mitra se aferró a los cuernos del toro y éste lo arrastró durante mucho tiempo, hasta que el animal quedó exhausto. Entonces, el dios lo agarró por sus patas traseras y lo cargó sobre sus hombros. Lo llevó vivo hasta su cueva. Cuando el dios llegó a la cueva, un cuervo enviado por el Sol le avisó que debía realizar el sacrificio, y Mitra, sujetando al toro, le clavó el cuchillo. De la columna vertebral del toro salió trigo; de su sangre, el vino; de su semen, nacieron animales útiles para el hombre: el perro, el escorpión y la serpiente. Poco a poco, este rito de iniciación se fue transformando en el espectáculo para ejecutar cristianos y entrenar a gladiadores.
Los ritos de iniciación en las sociedades antiguas, anteriormente mencionados, cumplen una misma función: liberar al niño de las ataduras de su niñez y de esta manera, pueda pasar a las etapas necesarias de la vida adulta. Caso contrario ocurre en las sociedades civilizadas, puesto que los ritos fueron reemplazados por el saber racional, por tal motivo existen las Instituciones Educativas que siempre están en la posibilidad de renovar y corregir ciertas expresiones culturales.
Actualmente, la tauromaquia ya no es un rito de iniciación, si no, un largo debate sobre el derecho a las minorías. Los taurinos argumentan que las corridas de toros es cultura, es arte; paralelamente, mencionan que por ser una minoría tiene un derecho legítimo y la sociedad debe respetarlo. Por su parte, los antitaurinos quieren prohibir la fiesta de toros por tres razones: primero, está en peligro la vida del torero; segundo, imposición de una cultura foránea al territorio nacional; y tercero, el maltrato animal.
Lo que hace original a la tauromaquia es ser un modelo particular de fiesta – espectáculo, es decir, una expresión artística – cultural y la Sentencia T 296 – 13 de la Corte Constitucional lo reafirma. Pero, conceptos como “arte” o “rito” no aparecen en dicha Sentencia. Esto conlleva a que cada fiesta – espectáculo se debe realizar con un personal especializado y en un lugar idóneo. Con respecto al espectador que, a su vez, es cliente se limita a disfrutar de suculentos platos con carne y de embriagantes bebidas. Más que un arte, o, generar valores espirituales y estéticos en la sociedad, generan valores económicos, sin duda, no despreciables. Aunque, Alfredo Molano siga insistiendo que las corridas de toros son una metáfora viva sobre la vida y la muerte.
En cuanto al argumento de los taurinos como minoría, el Manifiesto Libertario de Antonio Caballero es contundente. Él expone que en cualquier sociedad civilizada el elemento esencial es la democracia, que es el respeto por las minorías. Es por eso que la tauromaquia no debe ser entendida como un “rito” trascendental, si no, como un derecho de las minorías.
Es verdad que la realidad colombiana ha demostrado que todas las minorías son discriminadas y no siempre se cumplen sus derechos. Por esta razón, los taurinos están en todo su derecho en protestar. Sin embargo se les pide coherencia.
No pueden exigir derechos y en otras ocasiones prohibir derechos, como por ejemplo: el exprocurador Alejandro Ordoñez que es un amante de las corrida de toros y en su antiguo cargo, un aniquilador de las minorías, para nombrar una: la comunidad LGTBI; como también José Félix Lafaurie defensor de las corridas de toros, pero crítico de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras.
Volviendo a las tres razones de los antitaurinos es evidente que las dos primeras son descabelladas y la última ha tomado fuerza entre los jóvenes. Previamente las razones descabelladas. La primera, en cualquier momento de la vida, del hombre y de la mujer, está en peligro y prohibiendo las corridas de toros no asegura nada. La segunda, la imposición cultural siempre ha ocurrido en la historia y en el mundo; sí se pone en tela de juicio las corridas de toros, también se lo debe hacer a la Iglesia Católica. Ahora bien, la tercera razón, entre los jóvenes se considera que las corridas de toros es un espectáculo más que vulnera al toro de lidia. Lo anterior se debe a que ellos tienen desarrollado una sensibilidad moral, en otras palabras, ellos tienen una posición política y ética basada en la responsabilidad con el medio ambiente. Algunos de sus famosos emblemas son: “Cuidemos a la Madre Naturaleza”, “No al maltrato animal”, “Respeto por la vida humana, animal y vegetal”. No obstante, Alfredo Molano hace una crítica. Según él, estos jóvenes tienen una doble moral: sí el animal es torturado en público –corridas de toros- es maltrato, pero, sí es en privado –fabricas-, una necesidad. Este argumento se cae en sus propias bases, porque una cosa es matar para sobrevivir, otra muy distinta, matar para alimentar y comercializar y muy diferente, matar para entretener; además, algunos jóvenes pueden ser carnívoros, otros vegetarianos, pero, independientemente de su gusto por la alimentación, su causa es justa.
Dicho todo lo anterior, expreso que estoy en contra de las corridas de toros porque no son un “rito” ni mucho menos un “arte”, pero respeto profundamente el derecho de las minorías. Confío, algún día, que la sociedad colombiana se cuestione por su moral y sus valores, y además, indague: qué tipo de ciudadano quiere formar. Es así como se pone fin a las corridas de toros.