Columnista:
Luis Carlos Lópmar
La poca empatía que sentimos fuera de un estadio de fútbol donde todos con camisa amarilla gritamos que somos COLOMBIANOS, es la prueba de lo primitiva que es nuestra común unidad.
No tener la capacidad de entender que soy porque el otro existe, es la principal razón por la que Colombia nunca va a avanzar como colectivo y, en esa justa medida, también es la explicación lógica a los magníficos gobernantes y funcionarios públicos que tenemos en todas las grandes instituciones de la nación.
Los crímenes y delitos en este país también se juzgan según el estrato social. Estoy de acuerdo con eso de que “la pobreza no es excusa para robar”, pero parece que en Colombia la riqueza sí lo es. No logro entender cómo no son capaces de señalar a los miembros de familias de abolengo que llevan siglos robando los recursos públicos, solo por diversión y ensanchar sus cuentas en el exterior, no puedo con la hipocresía de “Polombia”.
No estoy justificando los actos de los habitantes de Tasajera, pero decir que “por costeños les pasó eso”, es un acto racista, discriminatorio y, sobre todo, inhumano.
Qué tal si en cambio usted, habitante evolucionado del interior del país, entiende que los “costeños” —como los de este caserío olvidado del Magdalena— son colombianos pobres, muy pobres, para tener que arriesgar la vida de esa manera porque desde sus precarias realidades creen, al igual que los indígenas que conquistó Colón, que los espejos son más valiosos que el oro.
No sé si usted ha pasado por los pueblos de la costa Caribe, los cuales se encuentran, en su mayoría, en estado de abandono, —quizás los más abandonados del territorio nacional—, gracias a los politiqueros corruptos que usted se empeña en reelegir cada cuatro años.
Al final esta realidad es Colombia con o sin COVID-19, se vive los mismos niveles de pobreza, hambre, inequidad, ausencia del Estado e ignorancia en municipios de Chocó, Cauca, Amazonas, Nariño, el Eje Cafetero y hasta en la misma Antioquia.
Ayer la tragedia del abandono se materializó nuevamente, creo que por una sola y única causa, creo que esas tragedias anunciadas son el resultado de la retroalimentación de múltiples variables sociales que, como una urdimbre, atrapan a esos seres condenándolos a la pobreza.
Una miseria de siempre, causada por un abandono de siempre por parte del Estado. ¡Ojo! No es de ayer, es casi atávico, expresada en una nula educación, pocas oportunidades, escasas fuentes de trabajo y una cultura que se satisface con conseguir lo mínimo y no tiene muchas más expectativas. No justifico el saqueo al que someten a cualquier carro que allí se accidenta, pero sí queda explicado ese comportamiento, por esa pobreza material y mental a la que la corrupción los somete, y que no les permite construir diques éticos que les ayude a vivir la vida desde actitudes distintas.
Juzgarlos desde las comodidades de las urbes es fácil y hasta inmoral. Reírse de su desgracia es el cinismo con el que nos negamos a construir nación.
Culparse los líderes unos a otros no es más que oportunismo de quienes poco o nada han hecho por estos seres humanos. Algo tendríamos que hacer, pero ¡qué va!, parece que Alberto Salcedo tiene razón cuando dice: “Los habitantes de estos sitios pobres y apartados solo son visibles cuando padecen una tragedia. Mueren, luego existen”, y seguro pronto los olvidaremos.
Algo se puedo concluir, y tal vez no me equivoco al decir que usted, el que se burla hoy de los costeños, es el mismo que sueña con viajar a conocer el mar, venir a un Carnaval de Barranquilla, poder bailar hasta que el cuerpo aguante y perderse en el Tayrona con su novia y ‘hierba del rey’, lo que al final lo pone en el mismo nivel aspiracional y de rezago de quemados de Tasajera.
Fotografía: cortesía de Luis Carlos Ayala