Columnista:
Daniel Riaño García
«Raza de Abel, ¡tu sacrificio
le gusta oler al Serafín!
Raza de Caín, tu suplicio
¿en algún alba tendrá fin?». Abel y Caín, Charles Baudelaire, Las flores del mal.
Un domingo, del mes de febrero, me encontraba bajo el tedio que significan para muchos estos días. Evidentemente era ese desasosiego de iniciar la semana y tener la esperanza de que el lunes todo vuelva a empezar. Como añorando que las cosas mejoren o que pasen cosas nuevas, pero no fue así; esa semana fue igual a todas. Así mismo, hubo algo que me inquietó, debido a que en Twitter abrí el enlace de un artículo de opinión, publicado en el 2020, en El Espectador: entonces decidí escribir este texto.
La columna del otro Daniel (como diría Petro) era sobre la publicación de una serie de fotografías y un video en Twitter, por parte de la Presidencia de El Salvador, en donde se mostraban: «filas de hombres semidesnudos, sentados en el piso y encajonados uno detrás del otro». Sumado a la horrorosa sensación que siento los domingos, ahora, tras del hecho, se encontraba la horrorosa sensación (acompañada de ansiedad) de ver aquellas imágenes que eran muy similares a los videos y fotografías publicados recientemente sobre el traslado de alrededor de 2000 pandilleros al Centro de Confinamiento del Terrorismo —de nuevo la palabra terrorismo usada como un comodín que funciona bastante bien en la política—.
En los videos que se viralizaron se ven los integrantes de las pandillas dentro de buses en los que están apiñados unos contra otros —como si estuviesen en un TransMilenio—. Algunos aparecen en calzoncillos, otros en pantaloneta blanca, varios van esposados de pies y manos; demostrando su fragilidad ante la imponente cárcel que fue abierta recientemente. Van todos en fila india, descalzos y con la cabeza hacia abajo. Ellos son los únicos que muestran su rostro durante el video.
A los guardas no se les ve su cara y, algunos de ellos, cogen por el cuello —con guantes de látex— a varios de los pandilleros; como si estuviesen sucios o enfermos y hubiese que limpiar su alma (la higiene aparece en el discurso de la disciplina policial). El performance es una auténtica obra fílmica. Todo lo que ocurre en este video es intencional (como todo lo que se hace viral sobre Bukele en Internet). Es la exhibición del cuerpo mediante la puesta en escena de luces, cámara y acción.
La construcción del Gobierno de Bukele no tiene la arquitectura que caracterizaba al panóptico de Bentham (como muchas de las cárceles), no obstante, funciona a través de la vigilancia y de la disciplina. El sujeto es atravesado por la cámara; sacando a la luz un discurso claro y concreto: el del individuo peligroso que es sometido para mostrarle al mundo que existe un Gobierno que hace respetar la ley, que defiende a la sociedad y a los ciudadanos de «bien» —mencionan algunos en Twitter—.
Esta cárcel construida en el Gobierno de Bukele no es solo un sitio de encierro para la guerra emprendida contra las maras, sino que también se configura como un lugar que propicia la expansión de viejos retratos de la humanidad —los cuales se creían ya superados; como muchos otros—. Es la masificación del medio digital la que nos devuelve a aquella exhibición del cuerpo y de la pena (que se creía superada con el advenimiento del supuesto «humanismo de las penas» y de sus autores en la Ilustración). En política se sabe exprimir al máximo esta situación, ya que las campañas de los políticos y la gestión legislativa sustentan el derecho a la seguridad para promover la defensa de la sociedad —con el fin de ganar votos—.
¿Qué es lo que me aterrorizó aquel domingo? Reflexionar sobre, cómo en Colombia, en las calles, Twitter, Instagram, conversaciones familiares, revistas (como Semana), etc., se ruega por la llegada de un Bukele que le ponga fin a la inseguridad en el país.
Todo esto traería un costo inmensamente grande, el cual solo podríamos llegar a medir y a ver con los años —el remedio sería peor que la enfermedad (ya probamos una solución similar con Uribe)—. Bukele es un fanfarrón que se ha posicionado como un gran líder de la extrema derecha (con una propuesta que ha sido acogida por la mayoría de los salvadoreños). Un peligro inminente para las inestables democracias latinoamericanas. Así, este fenómeno de Bukele podría replicarse —las violaciones a los derechos humanos en El Salvador, las cuales son masivas y miles de inocentes permanecen injustamente detenidos en prisiones hacinadas—, apareciendo en distintos escenarios de esta parte del continente (no solo en Colombia); expandiéndose gracias a la desinformación.
Para nadie es un secreto que las cárceles en Colombia no cumplen con los fines y funciones de la pena. Acá rige una institución que se soporta bajo una especie de ilusión penal, mediante la cual la sociedad percibe que hay más seguridad si aquellos que aparentemente son «peligrosos» (en este país no se habla de peligrosidad, pero la sociedad sí lo hace) están apartados y amontonados en lugares cuyo único objetivo real es estigmatizar conductas, personas y sectores cuyas condiciones ambientales propician algunos delitos. El problema de las maras y de algunos delitos en Colombia es muy distinto, y ambos tienen diferentes causas. Sin embargo, el discurso y las formas del Gobierno actual en El Salvador… pegan y pegan duro en una sociedad como la nuestra. Dentro de poco se hablará de bukelistas y de el bukelismo en el territorio nacional —o de alguien que simbolice y represente sus ideales y sus prácticas—; así como se habla del duquismo, santismo, uribismo, petrismo.
Me llenó de zozobra el pensar en la posibilidad de vivir en un Gobierno bukelista, debido a la incertidumbre de un país que cada día tiene problemas más profundos, y que pueden llegar a influir en la llegada de un Gobierno como el de El Salvador (parecido o peor). Ahora, los domingos no solo tendré que lidiar con la intranquilidad que me causan estos días, con las cotidianas dificultades que se intensifican en el país: violencia, hurtos, homicidios, acosos, muertes de líderes sociales, pobreza, etc., sino que, adicionalmente, se sumará el miedo a la llegada de un Gobierno bukelista en Colombia. Un temor más que he empacado en mi mochila de los grandes temores de este siglo y de este país. ¡Gracias, Twitter!