Autor: Muldder Criollo
A lo largo de nuestra historia republicana la justicia en Colombia ha sido protagonista de grandes polémicas que no parecen terminar.
La corrupción ha permeado de tal manera las instituciones, que podríamos asegurar que ni los más impolutos funcionarios se salvan de ser “víctimas” (¿o cómplices? ) de este cáncer que está acabando con el país.
Ni por mas campañas que surjan para erradicar este mal, nada tiene la suficiente fuerza para detener esta enfermedad, repercutiendo de manera directa en los ciudadanos que, si bien sufren de síntomas pasajeros, pierden las pocas ganas y fuerzas que tienen para luchar, gracias a que las instituciones, que en teoría fueron creadas para protegerlos, en la práctica solo «funcionan» para aquellos que basan sus comportamientos en triquiñuelas y atajos como estrategias para vivir en este caos donde solo el más fuerte triunfa, porque “ellos” utilizan sus influencias sin importar a quien se estén llevando por delante, afectando a millones de vidas necesitadas de verdadera justicia y equidad.
Procesos como el de Carlos Palacino, Francisco Ricaurte, Álvaro Uribe Vélez, Andrés Felipe Arias o el mismísimo Jesús Santrich, son una pequeña muestra del desastroso sistema judicial que impera en Colombia.
Son puntos de referencia que mandan un mensaje concreto a los ciudadanos que, en resumen, se reduce a que si se tienen los recursos, los métodos y se conoce a las personas “correctas”, cualquier delito por más terrible que sea, puede ser remediado con paupérrimas multas, o simplemente cumpliendo una corta condena desde sus cómodos y seguros hogares, con la satisfacción de sentir su poder sobre los demás, incluso de los mismos entes que rigen la justicia, y dentro de poco tiempo regresando a su vida normal, como si nada hubiese pasado.
Pareciera que el requisito principal para acceder a un cargo público es estar lleno de antecedentes, es como si entre más investigaciones se tengan en curso más aptos son para los cargos a los que aspiran.
Se puede contar con muertes, masacres, violaciones de derechos humanos y desfalcos en los historiales delictivos, pero mientras las investigaciones se congelen y no avancen, se es presuntamente inocente y, como tal, nadie puede afectar el buen nombre de otro.
Se escudan en figuras jurídicas que retrasan la llegada de los juicios, se perpetúan en el poder hasta que se les de la gana, dilatan procesos judiciales hasta que prescriban y sean archivados en lo más profundo de la continua impunidad.
Nuestro país es de los más corruptos del mundo, y cargaremos con ese problema quién sabe hasta cuando, pero aún así somos felices, arma de doble filo que por un lado impide que nos derrumbemos y por el otro es un simple calmante, que actúa momentáneamente con el dolor de patria que sentimos dentro.
Mismo dolor que cuando comienza a lastimar, ya no hay nada qué hacer, simplemente tragarse ese sufrimiento que se volvió pan de cada gobierno, sin visos de mejoría, con todos los síntomas de una enfermedad terminal que se llevará una democracia joven a la tumba sin posibilidades de resucitarla.
Es frustrante imaginar la potencia económica que seriamos si todo acá funcionara como se debe, si los recursos se utilizaran correctamente, si los políticos trabajaran para quiénes los eligen, si se legislara para que los ciudadanos vivan en armonía, o si las instituciones realmente funcionaran.
Seguramente sería este un lugar más parecido a lo que llaman paraíso, siendo el ejemplo a seguir de muchas naciones en el planeta. Pero no, esa no es la intención de quienes nos gobiernan, acá no conviene un cambio, no sería un lugar atractivo para los negocios, para los “chanchullos” a los que nos tienen acostumbrados, esos que permiten robar o delinquir descaradamente sin pena ni vergüenza, y así continuar como siempre, ineficientes, tramposos, usando en nuestra contra la ”malicia indígena” que tanto nos caracteriza, y los colombianos como zombies ante la inoperancia de los dirigentes y las instituciones que controlan.
Pasarán los años, llegarán nuevas caras, pero la genética maltrecha de gran parte de nuestros dirigentes seguirá intacta, y así nos cueste aceptar la realidad, este país no es más que una gran finca en la que unos pocos se benefician, construida con base en un sistema que funciona a su favor.
Y lo peor de todo, es un sistema diseñado precisamente para que “ellos”, solo ellos puedan burlarlo, saliendo victoriosos de situaciones en las que cualquier ciudadano promedio no tendría ninguna probabilidad de escapatoria, sólo bajar sus cabezas y aceptar justa o injustamente las condenas que los jueces les indiquen, una sentencia de muerte de la que sólo pueden escapar unos cuántos que cuentan con el músculo financiero suficiente para comprar la libertad y la justicia a su medida.
Si algún día esta situación mejora y el sistema judicial colombiano realmente funciona, no alcanzarán las cárceles para encerrar a los delincuentes de cuello blanco que hoy se encuentran libres haciendo de las suyas, esperando una oportunidad que seguramente se les presentará y que inevitablemente aprovecharán, pero no importa, si es necesario endeudar el país para construir más carceles simplemente por verlos pagar sus delitos, pongo mi firma y apoyo en este esfuerzo sin pensarlo, este país merece un verdadero cambio.
Foto cortesía de: La Opinión
Es que mientras no haya cultura, no haya principios, de cuna, nada cambiará