Columnista:
Juan David Ramos Sierra
El cielo de Medellín y sus alrededores amanece cada día más limpio desde que se implementaron las estrategias de aislamiento y cuarentena ante la pandemia por la COVID-19. Si bien hay críticos que aseguran que la medición del SIATA estaría viciada, la mejor forma de comprobar el estado de la calidad del aire es observarlo.
Desde hace algunos años veníamos viendo a esa eterna nube de smog que se fortalecía y se debilitaba, marcando estaciones de medición de la calidad del aire entre rojo, naranja y amarillo, con algún verde esporádico. Hoy, que en la mayoría de los casos nos encontramos confinados y, que en las calles no queda sino el recuerdo de los trancones, es imperante detenerse a analizar lo perjudicial que puede llegar a ser el ser humano para sí mismo, al privilegiar la comodidad, sobre el bienestar general.
Un estudio del Área Metropolitana y la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB), que mide la contaminación ambiental en el Valle de Aburrá, concluyó que los principales responsables de este fenómeno serían los automóviles, ya que, según las entidades, los carros emiten el 92 % de la contaminación por PM 2.5 y son las fuentes más importantes de emisión contaminante en la región.
Los resultados difieren del último estudio que refleja un aumento del 10 % de las emisiones generadas por volquetas, camiones y buses especiales, y que serían responsables del 99 % de las emisiones de CO, el 88 % de NOX, el 4 % de SOX y el 74 % de VOC.
El estudio, además, responsabiliza a la gasolina como la principal fuente de emisiones de gases, al igual que el diésel, que sería un gran aportante en la emisión de contaminantes.
En este aspecto, vale la pena preguntarse por qué ha tenido tan poco impacto en el país la venta de vehículos eléctricos o híbridos, los cuales podrían apoyar a reducir los niveles de emisiones contaminantes. Además, este panorama sobre lo perjudicial que resulta el uso desmedido del automóvil corriente, también plantea interrogantes sobre la dependencia que hemos generado de los combustibles fósiles (hoy en líos con la pandemia), y el poco crecimiento de alternativas más ecológicas para la movilización, como el servicio público (que aún no termina su enorme deuda en cuanto al uso de combustibles limpios) y la bicicleta (que plantea el fortalecimiento en el diseño de ambientes y rutas seguras que así lo permitan).
El estudio también contrasta con la demanda energética liderada por automóviles con un 33.3 %, y camiones con un 21 % en el total de energía consumida. La escala la siguen las motos y los buses de servicio especial con un 13.2 % y 11.6 % respectivamente, y al final están los taxis, que consumen el 6 % de la demanda.
Estas cifras también nos hablan del nivel de preferencia en cuanto a la movilidad, pues claramente los ciudadanos optan primero por usar el vehículo particular, sea suyo o rentado a través de las múltiples aplicaciones que tenemos en el mercado. Un hábito de consumo que nos hace enormemente responsables de la calidad del aire, pues incluso hay casos de familias que han comprado otro vehículo para así saltarse el pico y placa. Eso sí, hoy esto vale poco ante el confinamiento obligatorio, que también debe servir para repensar la forma en la que vivimos en nuestras ciudades.
La investigación concluye un aumento generalizado del 232 % en los últimos cuatro años en las emisiones de CO, 8 % de NOX, 134 % de VOC y 71 % de PM 2.5 en la región. Lo que básicamente se traduce en una peor calidad del aire, con mayores actores contaminantes y bacterias peligrosas en el ambiente.
Es curioso que con el confinamiento no solo las playas de Santa Marta se estén limpiando, o las aguas de Venecia. No solo los animales salvajes están transitando lo que antes era su territorio. Incluso el aire se está oxigenando de nosotros.