El proceso de paz con las Farc ha puesto el pie en el acelerador de las Presidenciales del 2018 y en medio de dicho debate prematuro, la democracia y la institucionalidad viven uno de sus peores momentos en el clima de opinión del país, Colombia no es ajena a dicho fenómeno en tiempos de horizontalidad y redes y la pregunta que muchos nos hacemos es: ¿Se extingue el sistema político más antiguo de Occidente en Colombia?
Luego de leer y estudiar los más recientes sondeos de opinión en Colombia y el prestigioso informe Latinbarómetro 2016, donde se sondean variados aspectos del clima de opinión y el ambiente político desde México hasta la Patagonia; veo con preocupación que Colombia se ubica en el antepenúltimo lugar en un escalafón que mide la desconfianza en la democracia como sistema. Por debajo están solo Venezuela y Brasil, esto se podría interpretar como un hastío de los ciudadanos con la clase política tradicional, los partidos y el sistema en occidente y está movilizado en gran medida por el soporte de las redes sociales que ya están pasando por encima de los medios masivos de comunicación en audiencia y capacidad de influencia e interacción, permitiendo a los habitantes de un territorio, conocer de primera mano, quienes realmente son sus gobernantes y estar en contacto con cada detalle de hechos tan vergonzosos como el actual escándalo de la firma brasilera Odebrecht.
En tiempos de crisis tan profundas, los Social Media sirven para conectar al gobernante directamente con la ciudadanía, o quizá son los canales por medio de los cuales las personas pueden inquirir más directamente por las respuestas de quienes ostentan una posición en el gobierno. Paradójicamente y pese a la sensación de horizontalidad que eso podría generar, se percibe una necesidad de cambio, de ajustes profundos al Estado, que incluso cuestiona ese poder de todos que promulga desde su definición la democracia.
Al revisar los niveles de aprobación de instituciones como la Justicia, el Congreso, los organismos de control e incluso las fuerzas armadas, denota uno las fisuras en la credibilidad y la confianza que son caldo de cultivo para tan bajo nivel de confianza en la democracia, definida como el poder de todos, pero que en la práctica y en tiempos supuestamente de mayor horizontalidad, el ciudadano del común parece percibir que hemos perdido el rumbo y que su injerencia no incide en el futuro nacional.
¿Qué hace generar tanto desencanto ciudadano con el sistema democrático que es la base de su estructura en nuestro poder público? Estamos casi al nivel de un país como Venezuela donde hay una evidente y acentuada crisis económica, política y social; e incluso cerca de un Brasil que durante el último año afrontó profundas crisis institucionales a raíz del relevo de la presidenta Dilma y donde también los ciudadanos brasileros, pese al buen momento económico de su país, no consideran tan valioso el sistema democrático, según afirma el Latinbarómetro.
Se vienen dos álgidos procesos electorales y por más que pretendamos visualizar y comprender a Colombia con su compleja agenda de hechos, por fuera de estas dinámicas de poder, es imposible obviar que el escepticismo y el hastío de los ciudadanos “de a pie” con la política tradicionalmente hecha y percibida, será uno de los ingredientes de las próximas elecciones al Congreso en 12 meses y a la Presidencia en 14 meses.
No creo mucho en quienes se autoproclaman como apolíticos pero con su odio y agresividad hacia la clase política, se vuelven mucho peores que ellos, tampoco confío en los políticos tradicionales que fugan de partido en partido, esgrimiendo independencias ilusorias.
Me quedo quizás con algunos candidatos por fuera del molde que sabrán leer el hastío de los ciudadanos, interpretarlo y ser coherentes desde su vocación pública para asumir las riendas de un sistema herido de muerte en la confianza ciudadana, esa misma que votará masivamente contra un sistema desgastado y cuyo vacío, de manera peligrosa, podría llenarlo la propuesta menos esperada, bajo un modelo que nos lleve a un extremo donde es posible que no opere la democracia.