Columnista:
Mauricio Galindo Santofimio
Es conocida la cantidad de especímenes que uno encuentra en el Congreso de Colombia: los que preguntan cómo votar, los que venden el voto, los que aprueban proyectos a pupitrazo limpio, sin leerlos; aquellos que piensan en su bienestar y no el de sus electores y representados, en fin, ahí hay de todo. A veces huele a feo, hiede.
Muchas veces ir al recinto del Congreso o ver por televisión los debates que allí se dan, da risa, produce escozor o desgano; desmotivación, sinsabores, rabia, tristeza, desilusión. Y esos sentimientos se pueden repetir muy frecuentemente si la gente opta por llevar a muchos que no están preparados a que hagan leyes y control político, entre otras funciones que deberán desempeñar quienes ocupen una curul allí.
Por eso es vital que quienes vayan al parlamento sean los mejores, los que tengan las credenciales y la trayectoria política y de liderazgo en sus comunidades, y los antecedentes que den crédito de su trabajo en favor de los demás, no los que por tener miles de seguidores en Twitter, Instagram, Facebook, TikTok o demás redes, creen que ya son acreedores de ir a hacer el ridículo al Capitolio.
Porque seamos francos, muchos hacen buenos trabajos como saltimbanquis, influencers, youtubers o payasos en esas redes. Otros, por el contrario, son excelentes agitadores o vulgares, pero muy acogidos personajillos que con groserías animan a las turbas y generan cientos de interacciones. En eso son muy buenos, eso sí, sin embargo, de ahí a que sean buenos congresistas hay mucho trecho.
Hay quienes, efectivamente, son idóneos y capaces de representar a mucha gente, han hecho labores sociales importantes y tienen en su palmarés hechos y actos dignos de ser mostrados y con los cuales podrían ser buenos representantes o senadores, de eso no hay duda.
No obstante, hay que fijarse bien quiénes son. Así como es menester tratar de elegir a un buen presidente, uno que una, que gobierne para todos, que respete el proceso de paz, que no discrimine, que no odie ni genere odio, que empiece una nueva lucha contra las drogas, que no riegue glifosato por nuestras tierras, que respete las libertades, el aborto libre, la eutanasia y que no tenga en su mente la homofobia ni la aporofobia, entre otros elementos, también es menester escoger bien a los congresistas.
Hay que elegir a quienes acompañen a ese presidente en sus propósitos, y no se pueden favorecer con el voto a payasos de poca monta que creen que por hacer denuncias virtuales y por despotricar de todos y de todo, para solo ganar likes, más ‘me gusta’ o más seguidores, ya son unos brillantes políticos.
Muchos de esos, que con toda seguridad saldrán elegidos —porque Colombia elige a ciegas, sin leer, nada más porque alguien le pareció bonito o atractivo, entre otras cosas porque las elecciones son más de emociones que de razones—, serán los mismos que preguntarán cómo se vota, qué hay que hacer ahí en el Congreso, qué toca “pupitrear”.
Para evitar que eso suceda, se requiere que los elegidos sean honestos, éticos, responsables, serios y que estén comprometidos realmente con la gente. Y muchos de los que quieren ser congresistas carecen de esas cualidades. No solo los influencers, los youtubers o los payasitos, no, muchos que andan por ahí, en la vida de a pie, también han demostrado no tener ninguna cualidad para serlo.
Tal vez como el mundo ha cambiado, como la forma de relacionarnos con los demás se ha transformado o como la tecnología (y la pandemia) nos ha llevado a establecer contactos y conexiones digitales y nos ha alejado del acercamiento de carne y hueso, nos creemos el cuento de que alguien es muy bueno cuando en realidad puede ser un hipócrita.
La gente se conoce en las redes y en el Internet por lo que escribe. En la escritura, en la manera de expresarse, en lo que muestra y publica, se descubren los detalles de su personalidad. El que es un patán, un vividor o un embustero, lo deja clarito en esos espacios. Pero como hay muchos que idolatran a otros sin siquiera conocerlos realmente, pues nada raro es que terminen depositando un voto del cual se pueden arrepentir después.
Además, hay un detalle que no se puede pasar por alto. Los seguidores de los políticos —los fanáticos, claro—, y los seguidores de los saltimbanquis, son más peligrosos que esos mismos políticos y esos mismos «artistas» virtuales. Son tan peligrosos que atacan al que piense distinto, en manada, en jaurías y con ello hacen hasta cambiar el voto.
Por eso se necesitan mentes fuertes, personalidades capaces de no dejarse matonear ni influenciar por las turbas y las hordas de ciegos, caprichosos e irreflexivos fans de políticos o de figuritas que se creen famosas en las redes. Ser famoso ahí es como ser Tío Rico en Monopolio.
También se necesitan mentes fuertes y personalidades con carácter para no dejarse manipular de colegas periodistas, esos sí famosos de verdad, que han dejado atrás el verdadero periodismo y se han dedicado a militar en partidos, a ser activistas políticos y hasta se han atrevido a poner a su consideración sus nombres para cargos de elección popular sin siquiera declararse impedidos para ejercer, como lo dijo García Márquez, la mejor profesión del mundo. Ahí siguen dizque haciendo periodismo mientras hacen campaña y se la hacen a los suyos.
Esos son muy peligrosos también, porque aprovechan sus audiencias para promocionar a sus candidatos vaya uno a saber a cambio de qué. Son peligrosísimos porque engañan, expresan verdades a medias, o mejor, mentiras completas. Generan falsas noticias y las multiplican, como los seguidores de los saltimbanquis o como ellos mismos.
Luego, de lo que se trata entonces es de leer. De leer y de observar y escuchar entrevistas, de participar con preguntas a los candidatos al Congreso y a la Presidencia, ahora que es más fácil y más factible hacerlo. Lo que corresponde es no tragar entero, sin masticar ni saborear sus hojas de vida, sin degustar sus logros y sin sopesar sus desaciertos.
Y de lo que se trata también es de abrir la mente, de no quedarse en lugares comunes ni de encasillar a nadie con los calificativos de siempre: tibio, facho, mamerto, «paraco», «guerrillo». Eso no sirve. Destruye.
¿Qué algunos lo son? Claro, sin duda, pero hay que pasar la página, esperar que quienes hayan cometido delitos paguen por ellos y conseguir a como dé lugar por las vías legales, es decir, con el voto, que a los cargos de elección popular lleguen muchos que realmente le aporten a este país, que lo transformen, que lo cambien para bien.
Y esos no son algunos de los personajes caricaturescos que hoy han decidido, como dicen ellos, lanzar sus candidaturas. No, varios de ellos son verdaderos fiascos que habrán podido conseguir innumerables seguidores en las redes sociales, pero que de seguro no lograrán obtener buenos resultados que redunden en un país mejor.
Ojo con los saltimbanquis, influencers, youtubers y payasos que están jugando a ser políticos. Muchos merecen ser hasta presidentes; otros, solamente indiferencia.
Renglón aparte el papel de la Registraduría, de la que se espera transparencia absoluta. Ojalá no vaya a haber problemas con ella.
Adenda. Las divisiones entre políticos, los egos, las envidias y los deseos de figuración están logrando un efecto nocivo para el país: la muy probable continuidad del uribismo en el poder. Aún hay tiempo de que los candidatos al Congreso y a ocupar el solio de Bolívar -los serios, los que merecen llegar-, reflexionen, logren la unidad y le compitan en franca lid a esa corriente política que no ha sido sino un lastre para el país. Pero la unidad para derrotar al uribismo se logra sin uribistas. Ojo ahí, candidatos.
Muy claro, bien expuesto. El problema también somos los electores. Es grave cómo se ha reunido la banalidad y el mal. Se necesita gente con criterio. También los exaltados y gritones se muestran mucho, pero hacen falta personas serenas y de cabeza fría. En estas montoneras recientes salieron a flote unos aparentes líderes, que se dan el lujo de decir que no los representa nadie. Qué autosuficiencia. Ellos tampoco están preparados para estos cargos. Necesitamos a los mejores y ojalá gente que lea y escriba, o que sea ilustrada (lo que tampoco es garantía de idoneidad, pero sí es preferible que no sean unos zafios). También hace falta la disciplina de los partidos, no que lleguen ruedas sueltas.