Columnista:
Leifer Hoyos Madrid
El pasado 28 de mayo se completó un mes desde que varios sectores del país decidieron suspender sus labores (quiénes las tenían) y salir a las calles para exigirle al Gobierno el retiro de varias reformas; así como el cumplimiento de acuerdos anteriores y mejores políticas sociales. La mayoría de los manifestantes en las marchas han sido jóvenes que han puesto el cuerpo y la vida en medio de las calles y la represión policial, no llevaban ningún uniforme pues las marchas agrupan a las minorías indígenas que salen ataviadas con sus prendas tradicionales, también las minorías sexuales que hacen ecos de bailes y performances con mucho brillo y color, personas del sector salud en batas quirúrgicas, músicos, barristas de fútbol con sus camisetas de clubes, docentes con camisetas y gorras referentes a los sindicatos… En fin, un complejo heterogéneo de personas y apariencias que ilustran lo diversas que son este tipo de movilizaciones.
Sorprende, entonces, otro tipo de poblaciones marchantes, la inicialmente celebrada el 30 de mayo en las principales ciudades del país, en donde la mayoría de sus asistentes portaban camisetas blancas y sobresalían por no ser tan jóvenes. Sorprende, además, que el blanco sea el color de las camionetas de donde salen civiles armados a dispersar a los manifestantes en Cali y Medellín. Sin embargo, fue ese el mismo color que usaron las mismas personas manifestantes el 20 de enero de 2019 cuando en Medellín un joven asistente a una «marcha por la paz» llevaba una camiseta blanca en contra del actual gobierno y fue increpado por la multitud furiosa que le gritó: «te la quitas o te pelamos».
La marcha del silencio, como fue denominada por la protesta, está en contra de los bloqueos y del vandalismo, pero de los presentados el último mes. No parece estar en contra del asesinato de líderes desde la firma del tratado de paz ni de los constantes paros anunciados por organizaciones criminales en sectores rurales alejados de la centralidad urbano-burguesa.
Los de blanco, parecen atribuirse las características que este color posee en Occidente, la pureza, la claridad, la limpieza del cuerpo y del alma, incluso de las pieles, puesto que la mayoría de sus convocatorias no asistente población mayoritariamente ni negra mulata ni indígena. Sus camisas blancas, limpias y en algodón o franela son opuestas a la diversidad de las calles que grita, gime, canta, baila y que increpa al poder político y militar.
Estos marchantes de blanco que se autodenominan como «gente de bien» no habla ni grita ni canta ni gime ni se desnuda, porque no tiene que hacerlo. La mayoría, provenientes de sectores acomodados de la sociedad, no pueden quejarse de que les falte salud, alimentación, educación y vivienda; cosas propias del Estado de bienestar, cosas de la Europa occidental que tanto alaban y no de la China comunista o de la Cuba castrochavista, donde al menos allí parece estar más suplida.
Aunque estos marchantes que acogen para sí el uso del blanco níveo del alba de los sacerdotes cristianos y que se usa en Pascua y Navidad como días festivos litúrgicamente, desconoce su uso en Oriente donde es el color del luto y el duelo, por el color que asume la piel de los muertos y de los huesos, esos mismos cuerpos que corren inertes por los ríos del país mientras los gallinazos se alimentan de sus entrañas como en la pintura río Cauca de Fernando Botero (2002).
Esa marcha de camisetas blancas es también la portadora de muchas consignas del Ku Klux Clan, secta extremista religiosa y racista conformada en Estados Unidos y que también emplea una serie de túnicas con capuchas blancas en forma de cono. Esa masa de cuerpos silenciosos no exclama un silencio fúnebre solidario por la muerte de muchos cuerpos en los días de protestas. Pareciera ser un silencio de otorgamiento a las brutales políticas gestadas por este gobierno y sus ministros. No hay chirimías, ni teatro ambulante, tampoco impactantes grafitis, solo letreros impresos e insulsos que respaldan las políticas del actual gobierno y su partido.
Colombia es de los pocos países por no decir el único que genera marchas contra las marchas, claro y ustedes podrán decir: en Estados Unidos los trumpistas marcharon contra Biden, sí pero no al día siguiente del Black Lives Matters, no porque ellos sean mejores que «los marchantes de bien» (vestidos de blanco de este país), es algo que ni siquiera sé cómo justificarlo, porque aquí se repite esa dinámica; a las marchas a favor del proceso de paz en 2016 salían otras casi simultáneas diciendo atrevidamente: «Paz sí, pero no así».
Al pliego de peticiones de la gran parte de la población de este país, de los de a pie, de los de abajo, de los del medio, de los excluidos, sale otra marcha para decirle bajo el uso del blanco a quién Kandinsky, pintor ruso de principios del siglo XX asoció también con el silencio, que se callen, que no hablen, que no griten, que adopten la posición de una hoja en blanco dispuesta a ser siempre rayada, rota o pisoteada por quien quiera.