«Mauro», como llaman a Mauricio Mejía, se vio obligado a separar el dolor y la responsabilidad, al ver que las llamas consumieron el bloque 27 de la Central Mayorista de Antioquia, en Itagüí, el pasado 10 de julio.
El día anterior a la tragedia, cerró como siempre al mediodía. Salió para su casa después de una reunión familiar. Era hora de descansar. Llegó y se acostó a dormir ese domingo. Pero las dos de la mañana, Édison Sánchez, trabajador del negocio, lo llamó llorando y le dijo: “Don Mauricio, no nos dejan entrar a la plaza, se incendió el bloque”. Se alistó y en menos de veinte minutos se encontraba en el sitio.
Impactado y sin tener una reacción convencional a este tipo de catástrofes, estuvo tan solo veinte minutos observando, mientras que Leonel Alzate, su jefe, sintió que todas las noches durmiendo en la calle, en camiones y toda su vida se hizo cenizas. Pasmado, con las manos cruzadas en su pecho, estuvo allí mientras los bomberos hacía lo suyo.Mauricio, por su parte, se desplazó hacia el otro lo
cal –ubicado en el Centro de la Moda de Itagüí- y empezó a llamar a cada uno de los clientes para enviarles la mercancía desde la fábrica. Estaba consciente de que la tragedia era grande, pero, como él mismo, dice “tampoco me puedo quedar llorando junto a mi jefe, no ves que así no se vende”.
El fuego fue controlado y las autoridades lo atribuyeron a un cortocircuito en uno de los locales, historia que para Mauricio y los demás arrendatarios del bloque, no es convincente. El hecho de que en menos de dos horas, se consumieran más de 400 locales producto de un simple corto, aún no es claro para los afectados. No descartan un sabotaje. Esto refuerza la idea que tienen varios de ellos: “desde hace rato nos querían sacar del bloque”, “ese lote ya está vendido”. Tal versión ha sido desmentida varias veces por la Administración de la Mayorista y el Municipio de Medellín.
De 400 negocios, solo quedan 200, igual cifra que la Administración reubicó, al ceder un espacio de 10 metros cuadrados, cerca al bloque 26 (ver recuadro).
Aunque Mauricio se esfuerza por demostrar tenacidad, coraje y perseverancia a la hora de contar cómo vivió la tragedia, aún se le quiebra la voz. Eran las cinco de la mañana del domingo, día fuerte en la plaza, una señora llamada Sandra llegaba a la carpa, donde está ubicado el negocio, buscando una bolsita pequeña para empacar sus arepas:
—Buenos días, Mauricio, dame por favor un paquete de las mismas de siempre —mientras sacaba de su monedero el dinero con el que iba a pagar.
—Oiga, hermano, andá y me traés la referencia 2549 de la bodega, por favor —expresó Mauricio en medio del agite que demanda su trabajo.
—Pero Mauro, ¿cuál bodega? —respondió con una mirada confusa, Édison, uno de los trabajadores de la empresa.
— ¡Ave María purísima!, ¡verdad que ya no tenemos bodega!; déjeme doña Sandra llamó a la fábrica para que me surtan —replicó Mauro, quien con una mirada triste se alejó para contestar una llamada en su celular.
Su historia
Mauricio nació en Medellín, pero de niño se fue a vivir con sus padres a una finca en Andes. En ese municipio del suroeste antioqueño pasó sus días como campesino y realizó sus estudios básicos de primaria. Cumplidos los 16, volvio a Medellín, a donde su hermano mayor, quien llevaba cuatro años trabajando en la zona textil de Itagüí. Un mes después, su hermano murió y a Mauricio le ofrecieron la oportunidad de reemplazarlo.
Aceptó, sin saber cómo hacer el trabajo. Logró cumplir todos los objetivos e ir ascendiendo. Pasó de fábrica en fábrica hasta que llegó a Pintuco para ser contratista por seis años; allí, con 22 años, validó el bachillerato y realizó algunos cursos en administración.
Dos años después comenzó a trabajar para una fábrica de plásticos, cuyo nombre se guarda porque hoy es su “competencia». Allí conoció a su actual jefe, Leonel Alzate, quien al ver todo el talento y el potencial que Mauricio ponía en su trabajo, le ofreció un empleo con mejores condiciones en su empresa, hoy llamada Industrias Plásticas Magú S.A.S.
Mauro se probó en almacenaje y en solo dos meses ya era el administrador de la empresa. Así, la vida de Mauricio cambió notablemente; prefirió tomar «una responsabilidad gigante» y dejar su vida social a un lado. Se levanta todos los días a las dos de la mañana y se acuesta a las ocho de la noche. Solo descansa un lunes cada quince días.
Mejía es padre de Isabella, con quien pasa el poco tiempo libre que tiene, “ella es muy complicada y malgeniada, solo le gusta ir a cine y comprar ropa”, dice con una sonrisa que concluye con un “pero es lo que más amo en este mundo”.
Dedicación es la palabra con la que Flor Ciro, su esposa, lo define. “La conexión con él fue inmediata, me conquistó, gracias a sus dotes musicales y el canto”, recuerda su “mona linda”.
Dos meses después de la tragedia, Mauricio ve como su clientela “se espanta como palomas en los parques” cuando llueve; sentado y tomando tinto, ve como estos se dirigen a los otros puestos, a lo que él llama “sus amigos” porque no son competencia.
Recuadro
¿Año nuevo, lugar nuevo?
Según la versión de los comerciantes afectados del bloque 27, tienen hasta el 31 de diciembre para desalojar el espacio que brindó la Administración en zonas comunes aledañas al bloque incinerado. Esto genera todo tipo de críticas entre los 200 empleados que ocupan este espacio de la Mayorista.
Por su parte, Dany Mariaca, vocero de la Administración de la central de abastos argumenta que “lo único que hemos hecho es ayudar a los comerciantes, porque si de responsabilidades se tratara, el problema es del Municipio de Medellín, dueño del bloque».