Las redes sociales, o antisociales, como bien las ha definido el caricaturista Matador, se han vuelto, si es que nunca han sido, una verdadera cloaca donde las personas destilan todos sus odios y toda su incultura. Eso ya todos lo han dicho y todos los saben.
Pero lo que quizás aún no se ha estudiado profundamente es la causa de ese uso inadecuado y hasta delictivo de esas redes, llámense Facebook, Twitter, WhatsApp o lo que sea. El asunto puede ser obvio, pero es necesario que se entiendan esas causas para corregir los errores.
Es sabido que la incultura, la mala educación y la intolerancia, que abundan en Colombia, hacen parte del ciudadano común y corriente y, por supuesto -quién lo creyera-, de quienes ostentan grandes cargos o de quienes poseen títulos o son, de alguna forma, “estudiados”. De esos que piensan que por poseer cosas valen más que los demás y por eso se creen en capacidad de violar la ley, de injuriar, de calumniar, de amenazar o simplemente de mirar por encima del hombro a los otros.
Esa es la gente que hay en Colombia, por desgracia, pero para que no me insulten desde ya, hay que decir también que muchos sobresalen por su cordura, por su sindéresis, por su apego a la verdad, pero por sobre todo, por el respeto a la hora de opinar e incluso a la hora de debatir. Porque lo hacen con altura, con decencia, con argumentos serios, con decoro y siempre ceñidos a la realidad.
Por estos días se hizo público el informe Forensis, de Medicina Legal, en el cual se dice que el “30 % de los homicidios ocurren en eventos culturales, celebraciones o partidos” y donde se señala, además, que la intolerancia, las riñas, la violencia sexual e intrafamiliar y las lesiones siguen siendo el pan nuestro de cada día.
Aquí se mata por una camiseta de un equipo de fútbol, porque no se está de acuerdo en algo, porque no pensamos lo mismo.
¿Qué se puede esperar entonces de quienes usan las redes sociales si son esas mismas personas intolerantes las que las nutren? Violencia y más violencia.
La gente no sabe celebrar, se deduce del informe Forensis, y parece ser verdad. Cuando un equipo de fútbol gana, por ejemplo, muchos hinchas no se alegran por la victoria de su equipo sino que se mueren de la dicha por la derrota del rival y se van lanza en ristre contra los hinchas adversarios o contra el equipo vencido.
El día más violento es el Día de la Madre. La gente se emborracha, no maneja los tragos, se pierde, y saca toda su violencia por causa de una mirada, un gesto, un ademán o por algún comentario suelto. “Hay algo instalado en el inconsciente del Colombiano que lo lleva a reacciones que pueden terminar en tragedia”, dijo Cecilia Dimaté, Psicóloga y doctora en Estudios Políticos de la Universidad Externado, en un informe del diario El Tiempo publicado el pasado domingo 16 de julio.
El editorial del mismo diario, del día 13, aseguró: “Tras superar el conflicto y para lograr ser ‘un país mejor’, urge ahora dejar atrás esa mentalidad que lleva a resolver cualquier disputa por medio de la violencia”. Quizás es ahí donde se encuentra el porqué muchos usan las redes con violencia, porque quizás el conflicto armado, y la misma violencia, que nos ha acompañado por siglos, nos ha hecho, precisamente eso, violentos.
El episodio del senador Uribe quien, con expresiones calumniosas, se despachó contra Daniel Samper Ospina, es otra clara muestra de la intolerancia que vivimos en el país. Y de la forma de ser del colombiano. Aquí los “poderosos” hacen, dicen, desdicen y deshacen con cuanto quieran y con quienes quieran, y como nunca son castigados, como el ciudadano de a pie que se roba un roscón, porque viven asesorados de cientos de abogados y respaldados por cientos de escoltas, pues se sienten, y están, por encima de la ley. Por eso lo admiran, lo alaban y lo siguen, porque al colombiano le gusta la violencia, el grito, la rabia, el odio. Eso vende.
Y esa impunidad de la que esos “poderosos” gozan, hace que sus seguidores cometan los mismos errores, o peores, y además instiga a que las disputas no sean solucionadas por las vías pacíficas sino que se desborden por todos lados: en las familias, en las oficinas, en los escenarios deportivos, en los colegios, en las universidades y hasta en las iglesias, de donde no sale ese amor que profesó Jesús, sino un fanatismo peligroso que ya se está mezclando con la política y que puede terminar, si no se le pone freno, en cosas similares a las cruzadas y a las hogueras, en las cuales se exterminaba el opositor, al diferente, al que no comulgaba con los “buenos”.
No se pregunten por qué las redes son unas cloacas. Más bien entiendan, como alguna vez lo escribí en este mismo espacio, que tal como son ustedes en la vida real, así mismo lo son en la virtual. ¿Son groseros, buscapleitos, ofensivos, violentos? ¿Cómo más pueden escribir? ¿Cómo más pueden hablar? ¿Cómo más pueden dirimir disputas? Pues con violencia, ¿qué otra opción queda?
Ahora bien, como de lo que se trata es de que nos respetemos, entonces lo mejor que podemos hacer en la vida diaria, en la real, en la virtual y en la cotidiana, y si queremos participar en las redes, es discutir y opinar con argumentos, con vehemencia, si se quiere, pero con ideas, con clase, con entendimiento por las razones del otro, así no las tenga.
El caricaturista y columnista Vladdo y muchos otros, desde hace mucho tiempo, han propuesto, en torno a la escritura de un tuit, algunas sugerencias. Y no me refiero a la escritura para conseguir seguidores o para llamar la atención con enlaces o con hashtags, sino a la escritura respetuosa. Vale la pena hacer un breve análisis de esas sugerencias, porque, agrego yo, no solamente deberían ser para tener en cuenta en las redes, sino en el lenguaje en general, en todas sus expresiones (oral, escrito, gestual, etc.).
Dice Vladdo que al escribir un tuit es clave tener presentes diez aspectos: oportunidad, originalidad, soporte, veracidad, altura, criterio, coherencia, contexto, transparencia y, por último, inclusión. De estas características que debe poseer un tuit se podrían hacer varias interpretaciones, pero lo acertado de ellas radica en que se pueden adaptar no únicamente a la vida virtual.
Por ejemplo, si usted va a hablar o a escribir, sea oportuno, pertinente, tenga bases para decir lo que dice, procure tener datos ciertos y comprobables. Actúe con la altura y el comportamiento que requiere cada ocasión. Sepa diferenciar entre lo bueno, lo malo y lo engañoso; tenga la capacidad de dilucidar, razonar y discernir sobre lo que conviene o no, piense en las consecuencias de sus palabras y de sus actos.
Sea, además, coherente. No puede decir una cosa y hacer otra. Cuando se trate de contexto, fíjese en los sucesos, en las situaciones que hay a su alrededor. En los pros y los contras de lo que dice, pregúntese qué opinarán de usted, de sus actuaciones y tenga claro que hay cosas exógenas que deben entenderse para lograr una correcta apreciación de la realidad. Si no sabe de qué habla, quédese callado, es mejor.
Sea honesto y transparente como lo propone Vladdo. Como lo hemos anotado, cuando usted escribe, habla, mira, ríe, manotea, se viste, está expresando lo que realmente es. No aparente nada. A uno lo deben querer y apreciar por lo que es.
Ahora, si se trata de inclusión, cuando esté en público, hable, escriba y muestre cosas que traten de involucrar a los demás. Cuando usted hace partícipes a otros de sus cosas, es posible que logre aprecio. Y recuerde que usted no es el centro del mundo.
¿Ven? No es tan difícil respetarse. La idea es que defienda sus puntos de vista, con energía, con entereza, si es necesario, pero sin recurrir a lo que hoy está de moda en Colombia: el odio, la mentira, el rencor, las rencillas despiadadas por el poder y el fanatismo.
Por último, tenga presente que los otros, los demás, también tienen derecho a expresar sus puntos de vista, así no nos gusten, lo importante es que también lo hagan con respeto. ¿Será que estoy pidiendo mucho para este país?
Bueno, ustedes dirán…
Adenda: La carta escrita por algunos colegas, Punto final, en respaldo a Daniel Samper Ospina, a la que me sumé en Twitter y me sumo ahora, será una transformación a puntos suspensivos, si algunos siguen haciéndole eco a Uribe de sus groserías y de sus mentiras.