Jorge Mauricio Escobar Sarria
«… cualquier necesidad humana fundamental que no es
adecuadamente satisfecha, revela una pobreza humana…»
(Max Neef)
Hemos naturalizado la expresión y acción de la resistencia. Nos han llamado a todos los sectores, actores sociales e instancias a la resiliencia. Resistir implica la «acción o capacidad de aguantar, tolerar u oponerse». Del latín: resistentĭa, reivindica el acto, tolerar, mantenerse firme, persistente y, seguramente; en oposición e incluso en presión reiterada y constante. Implica, en muchos casos, la inevitable confrontación de la primera o segunda línea del cuerpo; la mente en caos, la turba y olla a presión de los discursos y las arengas de la actuación en masa.
Desde las características y las propiedades de los materiales, se plantea una relación de aguante y adaptación a los fenómenos del calor, el frío, la fatiga, la fricción, la presión y el peso. La resistencia de los materiales en los «cuerpos» se explica con el sometimiento a cargas exteriores, las cuales ocasionan una deformación en ellos; dichas deformaciones pueden ser elásticas (sin dañarse, pueden regresar a su estado normal) o permanentes (sin regresar a su estado natural). Es pues, necesario entender las fuerzas combinadas de la tracción, compresión, cortadura y flexión, que implica la capacidad de los cuerpos naturales —de volver a su forma inicial—.
Sin embargo, el principio que rige el funcionamiento de una olla a presión de social, está sustentado en la relación entre presión (pobreza e injusticia social), volumen (ciudadanos en masa) y temperatura (discursos del odio y el miedo). Debemos entender que el volumen que permanece constante y el cierre hermético de la olla, hace que al calentarse, la presión aumente. Sin diques de contención, sin límites, sin empaques y controles, se mueven y exacerban los ánimos caldeados de jóvenes o diversos sectores sociales que representan uno de los tantos discursos en confrontación.
Diferencias y reclamos que cuando hablamos de personas y grupos sociales, se traslada a las condiciones de la calidad vida del individuo, la sociedad, el estado de bienestar y los buenos vivires. Insistiendo y recalcando en la perspectiva de las ciencias sociales y la economía a desarrollo escala humana, que explica y correlaciona las carencias, entendidas como la «pobreza prolongada e intensa que excede al individuo, se convierte en una patología colectiva, en tanto es una privación sistemática de las necesidades humanas».
Se evidencia una ciudadanía juvenil y popular con la inevitable fatiga, fractura y ruptura cooptada por las diversas concepciones de resistencia delirante. Un llamado perentorio a diferenciar la resistencia humana de esas condiciones básicas (alimento, vivienda, trabajo, educación de calidad, salud preventiva y curativa, etc.) que plantea realidades del «cuerpo» como el hambre, las oportunidades, el entendimiento, la precariedad, la muerte, la exclusión, desigualdad, la migración, entre otras. Aguante al contradictor, al inquisidor, al que señala o al que roba los sueños y utopías de los proyectos de vida. Resistencia a las formas de poder, de saber y de conocer, que nos distraen con una sola forma de ver la realidad. Se hace inminente, requerido y necesario el llamado a la cordura para terminar con los discursos de odio, de terror, de retaliación o de venganza. Armas letales versus la palabra, confrontan la legalidad de la fuerza del Estado. Dejar de pensar entre las dicotomías del ciudadano de bien, o de a pie, o de la calle o del común, que añoran y construyen sus realidades. Debemos partir de parar los bloqueos físicos y del pensamiento, para pasar a las propuestas, a las agendas, a las rutas o caminos para soluciones a las crueles realidades ya ultra diagnosticadas y caracterizadas.
Realidades que conllevan las imborrables huellas, surcos y cicatrices (muchas veces intangibles), como un llamado a la creación de entornos y prácticas empáticas, de vínculos y correlaciones de mis autonomías, mis derechos y mis tensiones con los deberes con los otros. Sin embargo, siempre implica un pluriverso, un contradictor, una oposición, un careo, una contracara, una confrontación y un adversario. Debemos cortar e impedir las estigmatizaciones, intenciones bélicas, insultos y señalamientos a la movilización popular como expresión colectiva. No más palabras de odio que facilitan y sacan las posibles balas para la sangre y la muerte. Muerte que interrumpe la demencial confrontación y la escalada exponencial de la violencia, que recuerda las célebres frases de las comunidades indígenas cuando definieron la Constitución de 1991, retomadas por el asesinado Jaime Garzón: «Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie, ni hacerle mal a su persona aunque piense y diga diferente».
Diferente podría ser la resistencia, que puede ser auténtica cuando acompañada de un proceso de construcción de la generación de condiciones crecientes de autodependencia, fortalece el acceso a las mismas oportunidades para satisfacer adecuadamente esas necesidades humanas fundamentales; en la diversidad y la complejidad de los territorios «vivientes» y «vívidos» de la vida social en la comunidad. ¿Será que hemos llegado a la tragedia incontrolable de la pérdida del acto de escucha? La crisis de la comunicación, como referencia Sábato en su texto, La Resistencia, plantea: «Trágicamente, el hombre está perdiendo el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea, siendo que es allí donde se dan el encuentro, la posibilidad del amor, los gestos supremos de la vida».
Ahorcados, sin futuro, náufragos, exhaustos y acorralados, incluso señalados, las comunidades diversas de este país, con la metáfora de la resistencia física en el deporte, se quedan sin oxígeno, para soportar la larga fatiga de los años de injusticia social sistémica y poderosa del modelo. Todos, pues, andamos resistiendo con el pensamiento y el conocimiento. Desde la diversidad de los saberes y la tolerancia de la incertidumbre de nuestros propios miedos, fantasmas y prisiones, que paralizan o que detonan mi resistencia y cosmovisión única del mundo. Salimos de los prolongados letargos, las apatías y las comodidades para ir a los lugares públicos, construir nuestros «puerto» resistencia, la «loma» de la dignidad y nuevo «resistir»; sin miedo al virus, la violencia y los límites de muerte y vida.
Así, en la vida uno muchas veces cree andar perdido, cuando en realidad siempre caminamos con un rumbo fijo, en ocasiones determinado por nuestra voluntad más visible, pero en otras, quizá más decisivas para nuestra existencia, por una voluntad desconocida aún para nosotros mismos, pero, no obstante, poderosa e inmanejable, que nos va haciendo marchar hacia los lugares en que debemos encontrarnos con seres o cosas que, de una manera o de otra, son, o han sido, o van a ser primordiales para nuestro destino, favoreciendo o estorbando nuestros deseos aparentes, ayudando u obstaculizando nuestras ansiedades, y, a veces, lo que resulta todavía más asombroso, demostrando, a la larga, estar más despiertos que nuestra voluntad consciente. (Sábato, la Resistencia, 2000. p.7)
Cuando se pasa del límite, ya no volveremos a ser los mismos…