No sean degenerados. ¡No cojan el mar de estercolero!
¿Quién con cinco dedos de frente, coge el mar de basurero o letrina, o deja que sus chiquillos lo hagan? ¡No hay derecho!
Quien arroja desechos de la naturaleza que sea o tira basura al mar, así mismo debe arrojar los papeles en su cama y entregarse a la mugre en su morada.
¿Quién carajo aún no ha entendido que el mar es flora y fauna preciosa, que hay que preservarlo, mimarlo y custodiarlo, y que las botellas, el maldito paquete de papas, el plástico proveniente de lo que sea, el aluminio y en fin, pueden aniquilar especies únicas y roer tan hermoso reino?
Aquel que arroja basura en el mar o la playa, lleva a su mascota a defecar allí o permite que sus hijos, sobrinos o lo que sea, contaminen sus aguas, estoy convencido, es el mismo que irrespeta los semáforos, conduce ebrio o irresponsablemente, es alcahueta, soborna, expolia y ante todo, aparenta lo que no es. Trúhanes. Trásfugas de la ley.
Recientemente volví a mí (nuestra) amada por siempre Cartagena, cuna de ensueño, corralito mágico de piedra, de rosadas añoranzas y plácidas remembranzas de imperecedero fulgor, y la hallé bella como siempre. Pero, en esta oportunidad aun cuando no tan manifiesta he de resaltarlo, aún subsiste en algunas de sus playas, las “pilas” inauditas de infame basura. Que no son evidentes en las playas de Castillo Grande pero las hay (ver una sola bolsa flotando en «El Laguito» ya rompe la estética de tan apacible y fantástico lugar), y no predominan tanto en «las playas del Bavaria y El Caribe» y lo propio en Bocagrande pero, reitero, persiste el espectáculo dantesco. Hallé ganchos de ropa, y todo tipo de garfios, papeles a granel, plásticos, latas, ¡en fin!
¡Me irrita tanto eso!
Vi familias paseando responsablemente a sus mascotas pero, no faltó el cafre que las puso a excretar en la playa y, el mar. Allí mismo donde el hijo o sobrinito tragaría agua a bocanadas.
Ahora bien, sin lugar a dudas, quienes ensucian el mar son en su inmensa mayoría los turistas. Provenientes de todas las latitudes del país y del globo. Imperdonable. Deberían pulular mucho más los controles por parte de la autoridad para ejecutar contundentes y efectivas medidas en contra de tan repudiable hábito, desdoro que brota de todas las playas de Colombia, y muchas del mundo, por supuesto.
La labor que desde hace unas décadas viene ejerciendo la administración local pero, más que todo, la Policía, el nativo y la iniciativa privada, para recuperar las playas, limpiarlas y mantenerlas presentables, es loable; hay que reconocerlo.
Ya han bajado los índices de los borrachos que sentados a la ribera del océano, gandules “mamaban ron” sin pudicia ni límite alguno. Beodos que muchas veces terminaban entregándose a los fascinantes y hermosamente siniestros brazos del mar quien después los devolvía a la arena, hechos cadáveres.
Sin embargo, lejos de desaparecer todavía, se ven chocantes camionetas arrasando la playa, con volumen “a todo pulmón” invadiendo la concordia y la civilidad por la que las mayorías propenden reine allí, lejos de escándalos, presencia y tinte “mafiosongo”.
Otro llamado de atención que debo hacer a la administración de turno y autoridades sanitarias de La Heroica se cierne sobre el perturbador escenario de canecas de basura atiborradas (parque contiguo al Hotel Caribe vía Hospital Bocagrande, entre otras), convirtiéndose en foco de plagas y legitimando la díscola presencia de roedores como en efecto los vimos, que más bien parecían vigorosos conejos. Ojo con eso.
No encontrando necesidad por ahora, de ahondar en más detalles, dado que no me gusta cargar demasiado mis columnas, en todo caso, resalto el esplendor de la imponente capital de Bolívar, en medio de matices que siempre, siempre, y desafortunadamente, contrastarán; su vasta zona marginada vs. la ostentación de sus privilegiados barrios, su hermosa y cálida gente autóctona, su gastronomía exquisita, sus calles coloniales más enigmáticas que nunca, la legendaria beldad de su mujer, el prodigio de sus amaneceres y cinematográficos atardeceres, en contraposición al caos de sus calles cuando llueve, las máculas de la basura y en fin, todo lo malo que nuestra Cartagena de Indias y Redentora, puede llegar a tener, pero que nunca, nunca… superarán su donaire y particular hechizo.
Qué reflexión tan religiosa.
Qué cantidad de adjetivos innecesarios.
Para mi, Cartagena de Indias, merece todos los adjetivos posibles. Aún cuando no siempre positivos. Pero su estatus la engalana, su realidad los reclama. (.)
Amo esa ciudad, que para mi, también es…»religión»..
Bienvenida su observación, en todo caso..
Para mi, Cartagena de Indias, merece todos los adjetivos posibles. Aún cuando no siempre positivos. Pero su estatus la engalana, su realidad los reclama. (.)
Amo esa ciudad, que para mi, también es…”religión”..
Bienvenida su observación, en todo caso..