Cuenta la historia que a finales de 1945, después del fin de la Segunda Guerra Mundial, durante los juicios de Núremberg en los cuales se juzgó a los responsables del Holocausto Nazi, el mundo horrorizado entendió, o creyó entender, la verdadera dimensión de lo ocurrido durante los 6 años de guerra y ocupación alemana a lo largo y ancho de toda Europa.
Durante los juicios se develó el tamaño del horror y la tragedia perpetrados en los campos de concentración y los vejámenes que allí ocurrieron, además, de los salvajes métodos de exterminio sistemático que acabaron con la vida de millones de judíos víctimas de la peor sevicia y crueldad que el mundo moderno jamás haya conocido.
Durante esos días en los que el mundo conocía el horror del exterminio Nazi, ya con la calma que procuraba la certeza del fin de la guerra, un joven alemán evidentemente conmovido por las revelaciones conocidas a través de los diarios de la época, y francamente confundido por la dimensión de lo ocurrido, acudió a instancias de su padre y le lanzó una pregunta que aquel no supo responder: ¿Dónde estabas tú padre, mientras todo esto ocurría? ¿Por qué ni tú ni nadie hizo nada por evitarlo? ¿Por qué? ¿Por qué? Mil veces ¿Por qué?
Hoy Colombia atraviesa un momento tan trascendental como aquel 1945 en el que el mundo entero supo decirle adiós a la guerra y aceptó el reto de reinventarse y reconstruirse como civilización.
Hoy la sociedad colombiana se encuentra en pleno proceso de decirle No Más a una guerra de más de 60 años en medio de entendibles resistencias por parte de algunos sectores de una sociedad que no ha probado nunca el dulce sabor de la paz, la tolerancia y la reconciliación. No obstante, en medio de la vorágine propia de un proceso lento y arduo como este, se ha elegido al presidente que tendrá que liderar este duro y espinoso camino de reconciliación y posconflicto.
Empero, a pesar del eco de las miles de voces que unidas clamaban la continuidad de este proceso imperfecto para alcanzar por fin la tan anhelada paz, al final del proceso electoral la mayoría de electores han elegido al candidato que promete hacer trizas los acuerdos y echar en saco roto el camino ya recorrido durante los años del proceso de La Habana.
Diez millones de sufragantes han depositado su confianza en el candidato, ahora presidente, que representa justamente a esa clase privilegiada que tanto se ha beneficiado de la guerra, pero que jamás le ha ofrendado una sola gota de sangre al conflicto. El mismo candidato que encarna la política de los falsos positivos y desapariciones forzadas acontecidas durante el gobierno de su mentor y padrino político Álvaro Uribe, y que apunta de manera indefectible a perpetuar la guerra que creíamos ya resuelta, por lo menos, en lo que concierne a las Farc.
Una vez más, la historia se empecina en repetirse de manera caprichosa ante nuestros ojos, y tal como ocurriría en ese remoto 1945 en el que aquel joven alemán reclamó respuestas a su padre, podremos suponer también que nuestros propios hijos habrán en algún momento de reclamarlas de parte nuestra.
¿Qué les responderemos a nuestros hijos cuando nos pregunten, igual que el jovencito alemán a su padre, qué hicimos nosotros por evitar esta guerra?
¿Qué explicación les daremos cuando nos cuestionen por aceptar a través de nuestro voto que un gobierno desapareciera jóvenes inocentes para asesinarlos a cambio de premios y condecoraciones de guerra?
¿Qué razón podremos esgrimir para justificar nuestra complicidad ante aquel régimen corrupto y genocida?
¿Cómo podremos explicarles? ¿Cómo?
Pero voy más allá de las explicaciones a nuestros hijos:
¿Con qué cara podremos mirar a los ojos a las madres de Soacha sin sentir remordimiento?
¿Con qué desfachatez enfrentaremos el escrutinio de las verdaderas víctimas del conflicto cuando nos recuerden que sus hijos, no los nuestros, un día cualquiera jamás regresaron a casa?
¿Cómo le explicaremos a los miles de campesinos despojados de sus tierras y abandonados a su suerte en cinturones de miseria en las grandes ciudades que gracias a nosotros el régimen de terror y muerte ha regresado?
¿Cómo les haremos entender a las víctimas del conflicto que nuestro egoísmo nos llevó a darles la espalda en el momento en que más nos necesitaron?
¿Cómo podremos no sentir ni una pizca de vergüenza?
¡Que alguien por favor nos explique cómo!
El tiempo, juicioso en las artes de pasar factura por nuestros errores y nuestros aciertos, encontrará la manera de juzgarnos por no estar a la altura del momento histórico que vivimos y no entender la verdadera dimensión de la oportunidad que en nuestras manos estuvo de dar por terminada esta secuela de sangre y tragedia, pero serán nuestros hijos, los mismos que esperarán la respuesta que justifique nuestra anuencia a la violencia que nos desangra, los que tendrán que lidiar con esa misma violencia que nosotros no tuvimos el valor ni la gallardía de dar por terminada.
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Imagen tomada de worldnomads.com
excelente articulo.
¡Maravillosa!
Excelente Reflexión, la falta de educación los medios de comunicación y la corrupción, hizo que se perdiera la pertenencia, la ética y los valores.