Columnista:
Sebastián Sora
Un debate teológico se abre por la pandemia del coronavirus. El modelo de iglesia de centro comercial en el que se predica triunfo económico es insostenible durante el aislamiento social. Las megaiglesias ven reducidos sus asistentes “virtuales” mientras las iglesias pequeñas crecen. Se evidencia una tensión entre Iglesia y Templo, convicción o sensacionalismo, fe como vida de piedad o como bien de consumo espiritual.
En las últimas semanas el senador del partido Colombia Justa y Libres, John Milton Rodríguez, ha impulsado reuniones con pastores y líderes eclesiales de todo el territorio nacional, para capacitarlos en los protocolos que se deben realizar para la reapertura de iglesias.
Si bien el Gobierno no ha dicho qué iglesias puedan volver a reunirse, por el momento, ya que su apuesta es por la reapertura de sectores económicos y no los sociales, sí aceptó realizar unos pilotos en municipios donde no existan riesgos de contagio por la COVID-19.
Dichas reuniones previas a protocolos oficiales y tanto alboroto por abrir los locales o templos —como algunos llaman a sus sitios de reunión— dejan ver la crisis que sufre el sector religioso, principalmente la comunidad cristiana no católica de corte neopentecostal.
Dado que iglesias de corte neopentecostal —más conocidas como megaiglesias, por su gran afluencia de personas a cada servicio— predican la teología de la prosperidad y se centran en las sensaciones y experiencias generadas durante los cultos, su modelo eclesial se ha venido a pique.
A pesar de que durante la segunda mitad del siglo XX y la primera década del siglo XXI fueron un modelo de iglesia, gracias a su capacidad de crecimiento y aparente cristianización de la sociedad, la pandemia revela que aquel crecimiento carece de convicción y fe, y que aquella cristianización apenas es nominal.
Volviendo al tema de la reapertura, es necesario reafirmar que si bien la teología de la prosperidad se centra en la individualidad, solo en reuniones multitudinarias logra ser aceptada, esto gracias al complejo sistema creado para generar sensaciones entre los espectadores, que conjuga música, luces, humos, olores, charlas tipo coach, estrategia de consolidación, y otras técnicas del marketing que logran en pleno culto generar altísimos grados de adrenalina, llanto y euforia similares a los de las drogas, y que rara vez alcanzan asistentes a conciertos de reguetón.
Ahora bien, dicho sistema es imposible de trasladar a la virtualidad. Mientras no existan accesos a realidades virtuales con VRS que permitan sentir el retumbar de las gigantescas bocinas, ver la esperanza en el rostro de otros asistentes, saltar hasta agotarse con la música y oler la fragancia de dicho lugar, las transmisiones en directo seguirán siendo incapaces de generar la misma experiencia.
Esto ha traído un problema mayúsculo que niega la prosperidad que se predica en estas iglesias. Por un lado, la cantidad de personas que asisten a un Facebook Live o en vivo de YouTube es considerablemente menor que la que se congregaba previo a la pandemia. Iglesias que contaban con 25 000 personas por culto, ahora cuentan con 10 000 personas en una transmisión. En segundo lugar, la falta de miembros y la falta de sensaciones ha bajado los ingresos y, por supuesto, ninguna apuesta por la prosperidad contempla disminución económica.
En consecuencia, se ve al senador Rodríguez y a sus copartidarios corriendo de un lado para otro buscando la reapertura de las iglesias y, no es por un tema simplemente económico, es porque la pandemia pone en crisis la teología y sistema eclesial predominante. Abre un debate entre Iglesia y Templo, convicción y sensacionalismo, fe como vida de piedad y fe como bien de consumo espiritual.
A lo mejor la pandemia tiene algo de oportunidad y permite que la comunidad de creyentes se pregunte si la Iglesia ha cerrado o si acaso la Iglesia es más que un local. Es probable que en estos tiempos cristianos se cuestionen si su compromiso religioso es producto de una convicción o de las sensaciones generadas por un espectáculo. Posiblemente creyentes en medio de este desastre mundial, estén buscando una fe más vívida y no una fe comercial.