Columnista
Francisco Cavanzo García
El álgido escenario político del mundo contemporáneo denota, al menos, desde la superficie, unas divergencias estructurales en los esquemas mentales y morales que componen los diversos espectros de pensamiento. En política fiscal, fronteriza, cultural o educacional, las gamas y tonalidades difieren en todas las dimensiones. Sin embargo, cuando se observa con un lente objetivo posiciones ideológicas que parecen distantes es evidente que a menudo caen en una esquematización rígida sobre imaginarios sociales que deben apegarse a su línea discursiva, de lo contrario se condena y se juzga por transgredir fronteras impuestas cultural y, en particular, ideológicamente.
Esto emerge con obviedad al analizar el trato que desde los diferentes espectros ideológicos del país se le da a la figuras políticas negras cuando retan concepciones de los imaginarios sociales.
La pervivencia de esquemas mentales racistas es transversal ideológicamente. Esto indica que no importa si es seguidor de ideas políticas de “derecha o de izquierda”, a menudo el racismo encarna diferentes rostros. Esto podemos verlo en dos figuras políticas tangencialmente diferentes en Colombia, el primero es Diego Martínez Lloreda, periodista consagrado y acérrimo opositor del gobierno actual; el segundo es el propio presidente y jefe de Estado, Gustavo Petro.
El pasado 26 de Agosto, Martínez Lloreda publicó una columna de opinión titulada “Negros de Mostrar y negros de esconder”. En dicha pieza, el periodista realiza una comparación entre la vicepresidenta Francia Márquez Mina y el Canciller Luis Gilberto Murillo. Su comparación emite juicios de valor con respecto a la capacidad de los dos funcionarios. No obstante, estos están basados más que en hechos concretos sobre efectividad en el rol, principalmente en adjetivos relacionados al ethos con el que cada uno se conduce según la interpretación de Martínez Lloreda.
Mientras que el canciller se construye en la columna con adjetivos como prudente, sencillo y eficiente; la vicepresidenta es calificada de arrogante, arribista, pedante e ineficiente.
Más allá de la ejecución de los roles o su eficacia, lo que le interesa a Martínez Lloreda son los atributos personales de los dos políticos. Mientras uno es asociado con características como prudente o sencillo, esencialmente casto en su actuar, formas comportamentales que son asociadas cultural e históricamente a lo occidental; la otra se asocia a lo arrogante o arribista, de por si la palabra arribista es lo bastante diciente, características que cuestionan en el esquema mental del periodista lo que debe ser el imaginario social del buen negro o el “buen salvaje”, el negro que no está occidentalizado, tal como está construido Murillo según Martínez Lloreda. Un negro que es de mostrar porque está occidentalizado y otra que es de esconder por su aparente arrogancia que va en disonancia de su imaginario social.
Por otro lado, el presidente Petro el pasado 30 de agosto en un discurso en Quibdó cuestionó al magistrado Gerson Chaverra -presidente de la Corte Suprema de Justicia-, en los siguientes términos: “Poco entiendo de por qué los hombres negros pueden ser conservadores, no lo comprendo muy bien…”. Como bien lo señala el presidente, Chaverra no encaja con el imaginario social de lo que debe ser un negro en su espectro ideológico; no concibe que un hombre con estas características fenotípicas y de identidad no se ajuste con sus propias visiones.
Entonces la visión de los negros por parte del Presidente es monolítica, los negros solo encajan en una forma de ser en la que son una imagen representativa de resistencia al modelo político y económico tradicional de occidente. En esta construcción el negro bueno, el que no es de esconder es aquel que no cuestiona los imaginarios de la negritud cercana a la “izquierda” y al progresismo.
Tanto conservadores como progresistas tratan de encajar a seres humanos con unas características físicas puntuales en imaginarios sociales que ellos consideran correctos no sólo política sino moralmente dentro de sus propios esquemas. Al parecer esas diferencias trascendentales en las políticas públicas esconden una estructura profunda que se sigue manteniendo.