Columnista:
Elkin Giraldo Castellanos
Desde que arrancó la cuarentena se reportaron varios abusos por parte de algunos miembros de la Policía Nacional de Colombia. Videos que circulan por las redes sociales evidencian el maltrato de los uniformados a ciudadanos/as, según ellos, por violar la restricción de confinamiento.
En los últimos días se ha incrementado el descontento por el abuso de poder que ejercen hombres y mujeres que pertenecen a esta institución, desprestigiada gracias a su accionar violento y represivo.
La medida del “Pico y Género” en Bogotá no es ajena a dicha situación, pues apenas la Red Comunitaria Trans se enteró de esta nueva restricción su preocupación se hizo evidente, ya que no la contempló dentro de la normativa, y tiene razón. En un país machista como Colombia, lo binario también es casi una ley. Varias de sus integrantes, a través de su página de Facebook, han denunciado las humillaciones y los atropellos por parte de la Policía Nacional, solo por el hecho de no ser hombre y mujer, según su percepción. Esto antes del anuncio de la alcaldesa Claudia López.
Cientos de comparendos impuestos a personas por circular en las calles, no solo deja al descubierto el incumplimiento por parte de la ciudadanía en esta cuarentena, sino también, que todavía no se ha ideado en nuestro país otra forma que no sea el castigo para interpelar al otro. Al parecer, la violencia, el miedo y las armas, han sido las aliadas por parte del Gobierno Nacional y de la Alcaldía de Bogotá para lograr entender que lo mejor que podemos hacer para cuidarnos entre todos es quedarnos en casa.
Qué hacer entonces para tener a la Policía de nuestro lado? Es decir, no podemos prescindir de ella porque su función, aunque todos no la cumplan, es velar por el bienestar de los habitantes del país, y como consigna en su página web su “fin primordial es el mantenimiento de la convivencia como condición necesaria, para el ejercicio de los derechos y libertades públicas”, sin embargo, su trabajo ha sido empañado por las respuestas que dan a determinados casos.
Para no ir más lejos, decenas de habitantes de localidades como Suba, Bosa, Rafael Uribe, Usme, Ciudad Bolívar, en reclamo de las ayudas prometidas por parte de la alcaldesa, realizaron el cacerolazo por el hambre, porque ya no tienen para comer y no pueden trabajar, pero la respuesta a esta situación fue la represión. En la localidad de Ciudad Bolívar, desde helicópteros, integrantes de la Policía lanzaron gases lacrimógenos a diestra y siniestra. Niños y adultos mayores fueron los más afectados.
Si bien quienes integran esta institución reciben órdenes, no podemos seguir avalando estas prácticas como solución para un buen vivir. Se deben contemplar alternativas más humanas; la Policía debería entender que es parte de la gente, sus directrices tienen que abandonar la idea de que golpear y castigar es la mejor alternativa para la resolución de los “conflictos”.
Necesitamos a la Policía Nacional de Colombia del lado de la mayoría, de los más humildes, de los más necesitados. Quizás sea la manera de recobrar ese prestigio que alguna vez tuvo, y redireccionar el rumbo para lo que fue creada: cuidar de nuestro país.
Al policía se le olvida a que grupo social pertenece su familia, el entorno en que creció y que sin uniforme solo es un ciudadano más, que jamás podrá siquiera ingresar al club de *suboficiales* y mucho menos al de oficiales, que sus superiores los ven como al resto del pueblo, como peones que se pueden sacrificar para fortalecer sus posiciones.