Columnista:
Germán Ayala Osorio
La historia oficial dirá que entre 2018 y 2022 Iván Duque Márquez fue el presidente de Colombia. Y es claro que ese relato no dará cuenta del cómo se ganó ese lugar en la siempre atormentada historia de este país. Pero la historia no oficial, aquella que a diario construyen columnistas, periodistas, pensadores, académicos e investigadores críticos de las gestiones de los mandatarios, dirá que aquel llegó a la presidencia gracias a un cúmulo de factores, actores y circunstancias asociadas todas a prácticas legales, ilegales, institucionales y para institucionales.
En esta columna, y a manera de balance de los dos años de (des) gobierno de Duque, haré referencia a esos factores, actores y circunstancias que hicieron posible que este iliberal llegara a la Casa de Nariño.
Como ficha y fusible de Uribe Vélez, uno de los grandes electores de este país, Duque se encuentra con la presidencia de Colombia, de la misma manera como alguien, caminando por un andén, se topa con un billete, un dije o cualquier objeto de valor. Y así, de repente, de sopetón y con una nula carrera política y sin carisma alguno, Iván Duque se convirtió en el presidente de un sector de la sociedad colombiana. Un primer balance de la gestión del afortunado y joven conservador es ese: durante sus dos años ha gobernado para los sectores de poder económico y político tradicionales. Y por esa vía, ha logrado mantener los privilegios de la clase política, dirigente y empresarial responsable de un (sub)desarrollo anclado a la explotación del suelo y del subsuelo, bajo escasos indicadores de sostenibilidad. Seguimos vendiendo oro, azúcar, artesanías, café y ahora, etanol.
Bajo esas circunstancias, son pocos los esfuerzos que como presidente ha tenido que hacer este sumiso huésped de la Casa de Nariño. Solo le ha correspondido dar continuidad a viejas políticas agrarias: golpear a los campesinos y por esa vía, la seguridad alimentaria; asegurar la extensión y consolidación de agroindustrias para la producción de biocombustibles; continuar con la potrerización de selvas y ecosistemas estratégicos, en beneficio de agentes ganaderos que aportaron cuantiosas sumas de dinero a su campaña, la misma a la que, según fuentes de prensa, también entraron dineros sucios del narcotraficante y lavador de dinero, conocido como el “Ñeñe” Hernández.
Y en cuanto al proceso de implementación del Acuerdo de Paz, sus esfuerzos han estado encaminados a torpedear políticas y acciones conducentes, por ejemplo, a garantizar la reforma agraria integral; no olvidemos que objetó la ley estatutaria de la JEP, presiona a este alto tribunal y le alcanza el tiempo para cruzarse de brazos mientras sicarios paramilitares, en contubernio con agentes estatales, perpetran masacres y asesinan lideresas y líderes sociales, defensores del medio ambiente y de los derechos humanos. Al tiempo, se sienta a ver –y no sé si a disfrutar– el retorno de los aciagos días de la Seguridad Democrática. Además, antes de la pandemia, viajó por varios países del mundo con el fin de “mostrar su compromiso con la paz” y pedir recursos económicos para la implementación de lo acordado en La Habana, a pesar de que no escatima oportunidad de atacar el proceso de paz.
En su esquizofrénica administración, la construcción de una paz estable y duradera la redujo al eslogan “paz con legalidad”, una suerte de artificio ético-político para desconocer lo acordado en La Habana y timar a los países garantes, haciéndoles creer que está realmente comprometido, como Jefe de Estado, con el cumplimiento de los compromisos que el Estado colombiano asumió al momento de firmar el Acuerdo de Paz con el que se puso fin al conflicto armado con las hoy desaparecidas Farc-Ep. Ya en el escenario disruptivo que soportamos, Duque simplemente dio continuidad a un ya conocido libreto. En materia de salud, ese libreto ordena que hay que mantener el negocio de la salud en agentes privados y los negociados, por supuesto, que es el principio bajo el cual se amparan quienes manejan el sistema de salud. Y sin chistar, el señalado iliberal ha cumplido. Poco o nada ha hecho para fortalecer el sistema de salud público con miras a afrontar de la mejor manera los retos sanitarios de la pandemia.
Para enfrentar los desafíos económicos articulados de manera directa a los efectos de la pandemia, tomó decisiones con el objetivo de beneficiar a los bancos, en particular al gran banquero y máximo aportante a su campaña: Sarmiento Angulo (Grupo Aval). Ha dado continuidad a políticas asistencialistas que mantienen las condiciones de pauperización de millones de colombianos, buscando con ello réditos electorales para el 2022.
Por ejemplo, Familias en Acción, una suerte de invitación para que las adolescentes pobres tengan hijos, a cambio de miserables 100 mil pesos, hace parte de ese “paquete solidario” que echó a andar Duque, en lugar de entregar una renta básica de por los menos 800 mil pesos tal y como se lo propusieron varios congresistas del PDA.
En materia política y dada la decisión adoptada por los cinco magistrados de la Corte Suprema de Justicia a través de la cual ordenaron privar de la libertad a su Patrón, Álvaro Uribe Vélez, Duque hizo lo que estaba previsto que hiciera: defenderlo a dentelladas y por esa vía, irrespetar la división de poderes y extralimitarse en sus funciones. No sé si sea un aventajado aprendiz del “Señor de las Sombras”, pero lo cierto es que en dos años aprendió a debilitar la armonía entre los poderes y a deslegitimar a las altas cortes. Después de conocida la decisión de la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia, salió, en tono vociferante, a proponer una Asamblea Nacional Constituyente, para vengar la osadía de los magistrados que solo cumplieron con el deber de analizar las pruebas hasta ahora allegadas, con el propósito de determinar que el “Presidente en la sombra”, pasara una temporada detenido en el departamento de Córdoba, ente territorial que maneja a su antojo.
En estos dos años no solo regresaron las masacres de campesinos, sino que se dio continuidad al sistemático asesinato de indígenas y firmantes de la paz. Se suma a ello, la persecución y la violencia militar contra campesinos que reclaman el cumplimiento de los programas de sustitución de los cultivos de uso ilícito.
Al final, el balance es negativo no por la gestión misma de Duque. Lo es porque responde a la inercia política e institucional de un país manejado como si se tratara de una finca, en la que el presidente Duque funge como el agregado, mientras los 2 ó 3 dueños del país-finca, le ordenan qué hacer dentro del predio: cortar, recortar, perseguir, fumigar, plantar, abonar, trasplantar, ordeñar y cosechar; ah, y de vez en cuando, salir a mostrarle los dientes a sus vecinos (las Cortes).
¡Y pensar que todavía quedan dos años!