Columnista:
Ana Montoya
Te daría una cátedra sobre historia y geografía, derecho y geopolítica; te llevaría desde los albores del constitucionalismo hasta el auge de las reformas a la Carta Política, de las Bananeras hasta el Cerrejón, del Pantano de Vargas al actual paro nacional, del Frente Nacional al fallido Proceso de Paz, de José Joaquín Nieto a Belisario Betancur, de Francisco de Paula Santander a Gargantúa y Pantagruel.
Mi dulce fachito, te abriría los anaqueles de la antigua Nueva Granada, te enseñaría por qué Cóndores entierran todos los días no es una ficción, estudiarías la «época de la violencia» y reirías con la ironía, te daría a beber las lágrimas del Salado, Mapiripán y Bojayá; te quitaría el sueño con las historias de Tortugaña, Ungía, La Rochela, Puerto López, El Aro y Jamundí. Recitarías de memoria el capítulo primero de la Constitución Política y aprenderías la definición del Estado social de derecho y que Choque de trenes no es un libro para niños.
Te arrastraría por el pedregoso camino de los totalitarismos, y entenderías porque cuando Gargantúa se mira al espejo ve a Maduro, te leería el Estatuto de Roma, discutiríamos sobre el absurdo del denominado «Derecho de la Guerra» aprenderías la diferencia entre guerrilleros y beligerantes, te contaría la historia del médico de Solferino, te susurraría al oído que aquel pintor austriaco y tu adorado caudillo paisa tiene mucho más en común, que el simple hecho de haber sido líderes políticos. Escalaríamos en el proceso 8000 hasta descender en Interbolsa, nos detendríamos en Odebrecht para aterrizar en Reficar, volaríamos hasta los Panamá Papers, pasando por el Cartel de la toga y el escándalo de los bonos del agua.
Ay niño mío, yo te enseñaría que patria no traduce Ejército, que prócer no es sinónimo de dictador, que paramilitar y guerrillero no son antónimos, que la palabra más linda del español tiene ocho letras, tres sílabas y es aguda, que no importa si la ley está tallada en piedra, si es injusta ha de desobedecerse, que esos manifestantes a los que llamas mamertos son el constituyente primario, que en la danza de la muerte los peones son los que caen, no los viejos encorbatados, te daría a deber la sangre del «vándalo» y del «policía» para que sepas que no existe escarlata ni carmesí, sino rojo.
Pero fachito mío, dulce paraquito, uribito de clase media, ¿para qué gastar mis palabras?, ¿para qué llevarte conmigo? si tú no quieres venir; ¿para qué salvarte? si tú no quieres ser salvado; ¿para qué? si tu boca sabe a fusil, si tus ojos gritan violencia, y tu mente involuciona al sonido del tic tac. ¿Para que iluminarte? si sonríes cuando cae tu pueblo; ¿para qué gastar mis horas? si aplaudes ante la barbarie; ¿para qué razonar contigo? si no entiendes la lección elemental, que para respetar la vida no se necesita tener un cartón colgado en la pared, que no hay muertos buenos y que luchar por un país mejor no es crimen.
Entonces, ¿qué sentido tiene hacer del sinsentido un sentido?, ¿qué habré de decirte yo, querido paraquito mío? si tu capacidad de raciocinio es una broma de mal gusto, así que dulce fachito, sigue durmiendo bajo la sombra del caudillo, honra la bandera ignominiosa, arrodíllate ante la patria maldita, dale la espalda a la justicia, besa la mano del militar que empuña el fusil, y escupe a la madre que sufre frente a la lápida, alaba la colección de ojos del Esmad y repudia al indígena que resiste, llora los vidrios inertes y guarda luto por las paredes con grafitis, incendia las redes con odio, amenaza de muerte a los valientes que están en la arena, honra a los ladrones de cuello blanco, mientras pisoteas la tumba de tus hermanos, profana la memoria de tus muertos, pero contempla el Palacio de Nariño, baila baila! como quieren que bailes. No pienses, no cuestiones, no hables, no mires, no escuches, baila niño mío, sonríe fachito mío, que la desesperanza la guardo yo.
[…] Y cuando veas tu tierra convertida en la réplica del país vecino, di que tú no fuiste, di que fueron ellos, los vándalos, los mamertos, la facinerosos, los guerrilleros; di que no te llamen, que a ti no te señalen, que no te juzguen, que no te miren, porque dulce paraquito, tierno fachito mío, no es tu culpa, pues como diría aquel científico judío «Solo hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, pero del universo no estoy seguro».
Dedicado a todos los fascistas de Colombia.
RECOMIENDO LA LECTURA DE:»LA OTRA MUERTE DEL CÓNDOR» EN EL BLOG DE JORGE ELIÉCER PARDO
RECOMIENDOLA LECTURA DE:»LA OTRA MUERTE DEL CÓNDOR» EN EL BLOG DE JORGE ELIÉCER PARDO