Columnista:
Giovanni Sánchez
No tengo como propósito imponer un modelo de enseñanza, ni mucho menos proponer la panacea para la crisis por la cual atraviesa el sistema educativo en Colombia (crisis, porque así lo evidencian diferentes estadísticas). Es la opinión de una persona a la que no le cuesta decir y observar lo que los demás no ven, o en el peor de los casos, ignoran por temor a cuestionar, porque son conformistas o prefieren quedar como borregos para no ser vistos bajo interpretaciones subjetivas como personas que demuestran altivez.
Ante la opinión de alguien que me decía que, «al parecer participar de manera activa en las clases de la universidad no servía para nada y que es mejor decir las cosas que quedarse callado», y como motivo de unas aburridas vacaciones, decidí volver a expresarme por medio de la escritura tomando como referencia un tema que puede resultar no muy grato para quienes carecen de autocrítica, compromiso y responsabilidad, como también (siendo una posibilidad) para aquellos que cuentan con una vasta experiencia en educación inicial, educación básica, educación media y educación superior, debido a que la verdad incómoda y el guante puede golear a quien se sienta identificado.
Hay que respetar las canas, los escalafones, la pedagogía y la didáctica de cada docente. Pero también es claro que las cosas deben ser mencionadas como son y más cuando se trata de falencias que involucran al docente como al alumno en la educación superior. Es por ello por lo que en los trascursos que he vivido en la educación académica he generado disgustos, enemistades y llamados de atención porque la visión que tengo en la educación académica no permite la mediocridad ni a las personas acomodadizas. Por eso digo mi visión, porque cada quien emplea lo que le nace siempre y cuando le toleren ser autónomo, y a mí solo me nace la exigencia porque permite a los estudiantes responder desde su profesionalismo a las necesidades de la sociedad.
Quizá en la escuela se deben quemar etapas y se aprueba cometer errores acordes a ese tipo de nivel, en el que cuyas fallas siempre son corregidas con la ayuda de los maestros, y eso queda ahí, en la escolaridad, en la escuelita, y en esos momentos donde gran parte de los estudiantes aún no tienen definida una vocación.
En el colegio es consentido (por algunos docentes) que el estudiante no demuestre una buena capacidad de retórica y de elocuencia, y a la hora de exponer se les acceda hacer un hueco en el suelo como si se fuera a enterrar un cuerpo y con papelito en mano mientras se titubea después de que, sus carteleras sean bonitas, sus diapositivas tengan imágenes full llamativas, los cuadernos con sus títulos de un color y los escritos con otro, y las herramientas digitales con buenos colores y animaciones.
La universidad es otra cosa. Podríamos decir que eso no se puede permitir en vista de que se están formando futuros profesionales que deberán hablar con propiedad en sus respectivas áreas tanto para sus superiores como para los tipos de población, pero sí, yo desde mi experiencia, les digo que si se está permitiendo eso, lo vive en varios semestres: se participa de manera activa, se indagaban los temas por adquirir conocimientos y no por nota y hacia parte a esa caracterización negativa del curso en la que, de treinta estudiantes solo participábamos seis, mientras los demás hacían cosas ajenas a las clases y por interno pedían incluirlos en los trabajos, es decir, que se les haga todo el trabajo para ellos ser llevados en coche.
Entonces se consideraba que tus procesos iban por buen camino porque estabas marcando una diferencia con tu pregrado que elegiste por pasión —Licenciatura en Ciencias del Deporte y la Educación Física— y no por moda, ni por recibir solamente jóvenes en acción. Pero no, aparecía el docente «alcahueta» de la mediocridad, ese que regresaba al colegio premiando a los que tenían un orden en un cuaderno, pero no en el rumbo de su vida. Galardonando a ese tipo de estudiantes que en ocasiones ni cuenta te das que existen hasta que «exponen» un trabajo final leyendo una pantalla y titubeando, pero como la herramienta digital la tiene bonita eso recompensa su carencia de análisis y compromiso con su carrera.
Es mi metodología, y en mi metodología no permito eso. Preséntame un «mamarracho» siempre y cuando ustedes me sepa argumentar el por qué y el para qué, y como, a través de un aprendizaje significativo usted le va a contribuir a la sociedad. Lea, indague, sea preguntón y responda en los parciales desde sus conocimientos, no mandándolo a hacer ni buscando en Google mientras los presenta. A mi eso no me sirve, no me nutre y no aprendo de mis alumnos. No sea el estudiante que pregunta que debe leer o qué aprenderse. No improvise para una nota, prepárese para su vida y para el mercado laboral. Yo quiero formar profesionales competentes en sus respectivas áreas, yo no quiero ser el culpable de profesionales «chimbos».
Con amor por lo que hago, este altivo y critico…
Ilustración: cortesía de El País.